Boletín FAHHO No. 27 (Nov-Dic 2018)

DONACIÓN DEL ACERVO DE LUIS FERNANDO MOGUEL

Ángeles Fernández del Campo

Luis Fernández del Campo Moguel nació el 14 de enero de 1926. Vivió en una época de muchos contrastes y tuvo la dicha de ver la transformación de Oaxaca del siglo XX al siglo XXI. Hijo de Luis Fernández del Campo Mejía y Beatriz Moguel de La Rosa, mi abuelo Luis fue adoptado por don José Zorrilla Tejada y doña Consuelo Guergué. Ellos no tuvieron familia, así que fue el único hijo de la pareja, pero le permitieron conservar los apellidos de sus padres biológicos. Ellos no sólo lo adoptaron legalmente, sino que realmente lo quisieron como a un verdadero hijo. Tenían gran calidad humana, además de una posición económica muy desahogada ya que don José era dueño de varias productoras de café, la compañía de luz y fuerza, las fábricas de hilados y tejidos San José y Vista hermosa; la Sra. Consuelo Guergué era dueña de la hacienda Tlanichico y varios bienes inmuebles.

Así, el abuelo tuvo oportunidad de recibir una esmerada educación, se recibió de actuario. Tiempo después, se fue a trabajar a la hacienda Tlanichico, y, con arduo trabajo, logró hacer de la hacienda una propiedad muy rentable porque producía panela, tenía vacas lecheras, muchas hectáreas sembradas de caña de azúcar y un trapiche; cosechaban frijol, maíz, chile y tenían, además, cerca de un millón de matas de maguey. Pero llegó la época del agrarismo, y, al tratar de defender la hacienda, perdió todo su efectivo.

En 1931, un temblor sacudió la ciudad y Oaxaca prácticamente se acabó. Mi papá era muy pequeño cuando esto sucedió, y le tocó vivir una infancia con muchos pesares, pues el trabajo escaseaba, su papá buscaba el sustento vendiendo medicinas y mi abuela daba clases de piano para salir adelante.

Oaxaca no tenía carretera, la única comunicación con la capital era un tren de vía angosta. En este tren llegaban los vehículos que circulaban en Oaxaca; cuando llegaba uno, todos iban a ver el nuevo coche al ferrocarril. Fue así como mi abuelo empezó un pequeño negocio de refacciones, y tomó la distribución de los aceites Texaco. Toda la gente decía que estaba loco porque tenía una refaccionaria en donde no había coches y vendía aceites en donde no había motores. Empezó a vender aceite a las minas, pero de refacciones no vendía nada. Estalló la guerra y los americanos vieron el peligro latente de que les bombardearan Panamá. Les urgía una vía alterna, que resultó ser el Istmo de Tehuantepec. Ahí empezó la transformación de Oaxaca, con la carretera internacional y el campo aéreo de ciudad Ixtepec. La carretera trajo consigo la necesidad de refacciones, así que mi abuelo se dedicó a hacer pedidos de importación de refacciones. Un año después empezaron a llegar los pedidos, y la gente de todos lados buscaba refacciones. Así fue como salieron adelante.

En 1950, mi papá se hizo cargo de la empresa y tuvo siempre una visión amplia del mundo y de la vida. Eso lo ayudó a impulsar la empresa, incluso fundó otra en donde fabricaban cilindros de motor. Llegó a crecer tanto que vendía a nivel nacional. También fundó el periódico El Camionero, que se distribuía mensualmente en todas las plazas en donde vendía sus productos.

Es difícil describir a mi papá. Fue un hombre exitoso en todo lo que emprendía. Era perseverante y amaba todo lo que hacía. Bohemio por afición, compositor, escritor y poeta, orgulloso de su tierra, de carácter recio, exigente consigo mismo y con los demás, honesto, un ejemplo a seguir para todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo y ser parte de su vida. Vivió 88 años intensamente y nunca olvidó agradecer a Dios cada minuto de su existencia. Por su inmenso amor a Oaxaca, siempre quiso compartir el legado de su abuelo para que todos tuvieran la oportunidad de disfrutarlo y qué mejor que la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova para resguardar los textos que se entregaron el 15 de agosto de 2018. 

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