Diseñar ciudades y aprender jugando

Al principio parece una sala de museo como cualquier otra: vitrinas, luces tenues y cerámicas que parecen guardar secretos en su silencio. Pero al cruzar la pirámide todo cambia. De pronto, Monte Albán se enciende en colores y risas. Niños trepando, construyendo templos diminutos, tejiendo en colectivo, cocinando con ingredientes de juguete. La ciudad antigua se vuelve un patio vivo, donde el pasado no se mira a través de un vidrio, sino que se toca, se arma y se reinventa. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿cómo se diseñó un espacio en el que aprender es casi lo mismo que jugar?
“El Reino de las Nubes” es la cuarta exposición didáctica del Museo Infantil de Oaxaca y nació con una ambición clara: compartir con la niñez oaxaqueña los valores esenciales de Monte Albán y la civilización zapoteca. No se pensó como una sala solemne, sino como una ciudad viva, dividida en barrios. En cada uno se explora un universo distinto: los oficios de los artesanos, la arquitectura y el urbanismo, la comida, la medicina tradicional y la agricultura, la astronomía prehispánica, el juego de pelota, la religión y la espiritualidad. Todo está diseñado para que niñas y niños de cero a trece años encuentren algo qué hacer, ya sea competir, crear, colaborar o simplemente imaginar.
El mayor reto era este: lograr que el juego fuera intuitivo. Que no hiciera falta un manual ni un adulto explicando siempre las reglas. La idea era que los niños entendieran qué hacer apenas acercarse, guiados por la curiosidad, los colores y las formas, sin necesidad de instrucciones complicadas. Diseñar para la infancia implicó pensar en movimiento, en interacción constante y también en seguridad, para que cada actividad pudiera disfrutarse libremente, sin barreras ni temores.
Gran parte de los juegos, experiencias y contenidos de la exposición nacen de una idea muy sencilla, pero poderosa: Aunque Monte Albán es un símbolo enorme para Oaxaca, pocos imaginamos cómo era la vida diaria en esa ciudad. Para darle forma a esa visión, además de la investigación histórica, se creó un Consejo Infantil de Diseño: un grupo de diez “expertos” de entre nueve y once años que compartieron con nosotros sus maneras favoritas de divertirse en un museo. De sus ocurrencias surgieron ideas maravillosas, propuestas que a los ojos de un adulto podrían parecer disparatadas, pero que resultaron esenciales para conectar con el público infantil y aprender jugando.
El proceso creativo fue un verdadero trabajo en equipo entre diseñadores, museógrafos y educadores del museo. Para empezar a generar ideas, visitamos la zona arqueológica de Monte Albán y otros museos especializados en el tema con la intención de observar cómo se contaba ahí la historia. A partir de esas experiencias, cada integrante del grupo aportó miradas distintas: unos se enfocaron en la estética de los espacios, otros en la claridad del mensaje y otros en cómo facilitar la participación de los niños. El proceso se parecía a un taller de juego colectivo: bocetos en servilletas, referencias de juguetes tradicionales, adaptaciones de juegos modernos. Desde el principio teníamos claro que los niños debían tocar, mover, transformar. Esa fue nuestra regla de oro.
Los prototipos se probaron con el Consejo Infantil. Ahí llegaron muchas sugerencias que lo cambiaron todo: “Que los punzones de hueso suelten tinta para simular sangre de sacrificios”, “que se puedan usar máscaras para ser como dioses”, “faltan ingredientes para los tamales”. Cada propuesta nos confirmó que íbamos por el camino correcto y que, al involucrar a los niños en el proceso, estábamos logrando diseñar un museo verdaderamente pensado para ellos.
Los materiales también se escogieron con esa lógica. Había que crear objetos seguros y resistentes, pero que fueran capaces de conservar la textura y el encanto de lo artesanal. Maderas ligeras, textiles coloridos, superficies fáciles de limpiar. Todo pensado para que los módulos fueran llamativos y accesibles, para que se sintieran reales sin ser peligrosos, y para que el juego pudiera fluir sin límites.
Cada módulo fue concebido de tal manera que el aprendizaje suceda de forma natural por medio del juego. Un rompecabezas armable del “plato del buen comer zapoteco”, con el que los niños descubren la dieta prehispánica; una adaptación del tenis de mesa inspirada en el juego de pelota, que enseña tanto la dinámica física como su sentido ritual, político y social; una tumba a la que se puede bajar para comprender la importancia de los rituales destinados a los muertos; un telar colectivo donde, al mismo tiempo, muchas manos tejen y descubren los principios básicos del tejido. En todos los casos, la idea fue transformar temas complejos en experiencias vivas y memorables.
Desde la inauguración, el pasado 14 de septiembre, hemos tenido la oportunidad de ver cada módulo en acción. Decenas de niñas y niños han explorado la exposición, apropiándose de los espacios y llevándolos hasta sus propios límites. Algunos inventan reglas nuevas, otros combinan juegos y muchos simplemente se dejan llevar por la emoción de descubrir. Lo cierto es que todos se divierten, disfrutan y, sin darse cuenta, aprenden en cada actividad. La exposición no solo les ofrece maneras de jugar, sino que abre la puerta para que ellos mismos imaginen nuevas formas de hacerlo.
“El Reino de las Nubes” nos recuerda que los museos no tienen que ser silenciosos ni solemnes para enseñar; también pueden ser espacios llenos de risa, movimiento y asombro. En cada barrio el juego se convierte en una llave para entender mejor el legado zapoteca y, al mismo tiempo, en una oportunidad para convivir, crear y descubrir. La invitación está abierta para que familias enteras vivan esta experiencia: el Museo Infantil de Oaxaca te espera de martes a domingo, de 11 de la mañana a 6 de la tarde, para recorrer juntos esta recreación de Monte Albán llena de vida, donde aprender es tan natural como jugar.