Discurso de recepción del Doctorado Honoris Causa de la UABJO

Ha sido un privilegio dedicar 32 años de mi vida a la salvaguarda y organización de la Biblioteca Fray Francisco de Burgoa de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, la institución que hoy me distingue con el grado de Doctor Honoris Causa. Para mí, este acto es un honor y otro gesto más de amor que se me hace en esta ciudad que he elegido para vivir, la cual me ha abierto sus puertas para trabajar plenamente en beneficio de su cultura y su gente y, junto con muchas personas, contribuir a la construcción de un mundo más cordial y humano. Oaxaca ha sido, para mí, un paraíso de belleza que me ha acogido y regado con amor. Es, además, donde he vivido los mejores momentos de mi vida.
Siempre lo he dicho: Oaxaca rebasa mis sueños, incluso hasta los nunca imaginados, como es este momento. Los recuerdos de mi encuentro con la UABJO llegan como luces de buen augurio: Me veo en esa primera vez que pisé aquella bodega lúgubre con libros olvidados, apilados y revueltos en Ciudad Universitaria. ¿Por qué? —me preguntaba— ¿Qué había tenido que suceder para que ese mar de sabiduría hubiera llegado a tal desorden? El olor del papel humedecido con tinta evocaba las miradas de aquellas personas que en tiempos pasados habían acariciado las páginas de estos libros.
En ellos resucitaban las ideas de los escritores cuyas obras llegaron a Oaxaca gracias a quienes movieron cielo, mar y tierra para que así fuera. Mientras más me acercaba a los libros, invocaba a esos héroes que habían velado con amor por su preservación. Ese día, sin saberlo, me sumaba a ellos.
Lo que tenía enfrente de mí era un caos difícil de creer, pero también me inundó la más grata de las sensaciones: el destino me elegía para cumplir una de las misiones más importantes de mi vida que daría origen a otras más. En ese momento, la tarea encomendada era elegir algunos ejemplares para montar una exposición de libros antiguos, misma que cambiaría el rumbo de mi vida. Pasé meses con las narices inmersas en aquellos libros. Agudizaba el oído y escuchaba un murmullo suave en el aleteo de las páginas; la tipografía evocaba diferentes partituras con letras que danzaban de un modo sutil; sentía la textura de los papeles y quedé maravillada ante su sorprendente antigüedad. Había libros impresos desde el siglo XV y asombrosamente se habían conservado, a pesar de las malas condiciones que los rodearon en muchas ocasiones: resistieron tormentas, terremotos, inundaciones, roedores, microorganismos y también el robo. No pude evitar pensar en la cantidad de manos que habían trabajado en su elaboración: los papeleros en sus tinajas con agua y trapos de lino; los autores que vertieron con tinta tantas historias, emociones y sensaciones; los tipógrafos que elaboraron las letras metálicas; los cajistas que formaron los textos; los prensistas que entintaron las placas sobre el papel y los encuadernadores que arroparon estos cuerpos del conocimiento y belleza. ¡Eran y son verdaderas obras de arte!
Hundí la mirada para disfrutar la delicadeza de los grabados y me quedé atónita ante el mar de encuadernaciones que cobijaban aquellas páginas escritas en lenguas originarias y otros idiomas. Estaba sorprendida ante la excelencia artística con que habían sido elaborados aquellos impresos.

Jorge Luis Borges tenía razón: “Yo que me figuraba el paraíso / bajo la especie de una biblioteca”. Y yo me encontraba en Oaxaca, en el mejor de los edenes, en un lugar de felicidad inagotable y dentro de un refugio espiritual.
El caos, como la violencia, es algo indescriptible, difícil de comprender. Precisamente el día de la inauguración de la exposición, el entonces rector de la UABJO y el maestro Francisco Toledo me propusieron encabezar el proyecto de organización de la Biblioteca. Para ese momento, como ustedes imaginarán, ya estaba enamorada de esos libros y mi respuesta ciegamente fue aceptar el reto. Entonces, como si uno de esos volúmenes gordos golpeara mi cabeza, caí en la cuenta de la dimensión de aquella responsabilidad: había que poner orden en esos papeles viejos, pero ¿cómo? ¡Eran más de 27000 volúmenes! Soy historiadora del arte, no bibliotecaria, ni latinista, ni restauradora. Pero no perdí la fe, amaba lo que hacía y debía encontrar la manera de salvar lo que realmente me apasionaba. Y confié, mientras la vida se encargaba de guiarme a las puertas indicadas para comenzar, en enero de 1994, a organizar un proyecto de estabilización, catalogación e inventario de los libros.
Recuerdo aquellos años con infinita alegría, trabajaba de ocho de la mañana a ocho de la noche, cuando Ciudad Universitaria era la boca del lobo y debía tomar un autobús que me llevaba al centro de la ciudad para seguir soñando con libros y volver a amanecer en ese paraíso soñado por Borges. Aquel asombro no ha cesado jamás, al contrario, se ha acrecentado a lo largo de 32 años: la Biblioteca Burgoa jamás ha dejado de sorprenderme, ni tampoco a ninguna persona que acuda a ella. Hay una magia especial que envuelve el lugar, se llama encantamiento y es una llave para la esperanza y el deleite del conocimiento.
Con el trabajo de profesionales no solo logramos el desafío, sino que se cumplió otro sueño jamás imaginado: trasladar la biblioteca al exconvento de Santo Domingo, y con ella instalar un taller de restauración de papel que también da servicio a diversos archivos del estado y, gracias a un apoyo que brinda la FAHHO, se han logrado restaurar, entre otros documentos, más de cincuenta títulos primordiales de diferentes comunidades. Así, se estableció un lugar confiable, profesional y gratuito de servicio para lograr preservar la memoria de Oaxaca.
Desde mis primeros pasos en la Biblioteca Burgoa supe que mi vocación era contribuir a la protección y cuidado del patrimonio de México y, en la medida de mis posibilidades, compartir el amor por los libros, la lectura, el arte y el conocimiento. Hoy, bajo el sello de ADABI de México y la FAHHO, junto con un equipo eficiente, hemos logrado organizar 703 archivos históricos y catalogar 58 bibliotecas en el país; restauramos monumentos, realizamos proyectos en lenguas originarias y creamos bibliotecas y bibliobuses que recorren las comunidades de Oaxaca. Este podría ser un resumen breve de mi vida profesional, siempre con sincera entrega y amor a México.

La UABJO es la institución de educación superior de Oaxaca que cobija a más alumnos, de ahí el deseo de mi familia por apoyarla con becas, programas de investigación, educación a distancia, salud, deporte, iniciativas culturales conjuntas y, ahora, el sueño que causa más expectativas: la construcción del nuevo estadio de beisbol Yu´va (vocablo antiguo para designar el juego de pelota mixteco).
En este día tan importante, no olvido al maestro Francisco Toledo, quien cambió el rumbo de mi vida al traerme a Oaxaca. Estoy agradecida con él, no solo porque ha sido un ejemplo en mi vida, sino porque, además, consiguió la cita en Banamex para que financiara los libreros de cedro rojo que resguardan ahora los libros de la Biblioteca Burgoa. Sin saberlo, él abrió el camino de la felicidad de mi vida: conocer a Alfredo Harp Helú. En esta ocasión quiero mencionar a Freddy Aguilar Reyes, mi primer compañero de trabajo en Oaxaca, pues gracias a su insistencia, Toledo supo de la existencia de los libros de la UABJO, ya que él mismo había intentado salvarlos. Y, por supuesto, recuerdo con cariño a la querida Chatita, doña Beatriz Natera, exbibliotecaria de Bellas Artes, que siempre me alentó a seguir adelante. Expreso mi gratitud a mis colaboradores y a las personas que apuestan por los libros como una forma de vida plena, placentera, de luz y alegría. Ellos han sido una fuente de inspiración. Agradezco a mis hijos Santiago y María Isabel por su amor incondicional y por la cantidad de horas de lecturas que hemos disfrutado juntos, ustedes y su papá son la mayor de mis motivaciones.
El amor por lo que hacemos es fundamental para confiar en las voces internas de nuestro corazón. El trabajo llena una parte importante de nuestras vidas y, para sentirse satisfecho, hay que amarlo. Amo a la Biblioteca Burgoa, que ha sido una luz muy intensa en mi vida, y hoy la UABJO vuelve a premiarme con esta distinción que me honra enormemente como parte de su comunidad académica. Gracias por confiar en mí, seguiré trabajando con pasión por Oaxaca y México porque esa es realmente mi vocación.