Boletín FAHHO Digital No. 11 (Ene 2022)

Decamerón 2020: el gozo de contar historias

Salvador Ponce

Para Sandra Molina, por un cuento y otro cuento.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos.

León Felipe

Los niños siempre han sido más inteligentes y clarividentes que los adultos, esto es bien sabido, aunque los adultos nunca lo hayan aceptado públicamente en una asamblea internacional de pequeños. La prueba más fidedigna que existe al respecto es que en un hogar no hay otra persona que valore mejor los cuentos por lo que realmente son —y en su justa medida—, que un niño. De entre todos los miembros de una familia, con la diversidad de edades y ocupaciones que hay en ellas, solo el niño reconocerá que los cuentos son, sencillamente, la cosa más seria del mundo. Y su reconocimiento es la cosa menos seria que hay.

Esto ocurre porque para el niño el cuento no es un género literario, sino un estilo de vida. Para niñas y niños los días y las noches son puro cuento. Cuentear es su modus vivendi. Su forma de conocer el mundo es un cuento chino. Un cuento antes de dormir no es la conclusión de una jornada sino el inicio de un sueño. Las +cuentas÷- se hacen cuenteando. Una cuenta de jade es una cuenta de cuentos. Un cuento es muy serio porque es la vida misma, y es lo menos serio porque no hay cosa más simple que imaginarnos otra vida para tenerla. Precisamente de eso trata el proyecto Decamerón 2020.

El principio del cuento

¿Cómo sería México y cómo estaría construido si estuviera en las manos de cien niñas, niños y jóvenes mexicanos? ¿Hacia dónde caminaría el mundo si fuera conducido bajo la jurisdicción de estos jóvenes? Quien quiera saberlo que se acerque a Ganadores del concurso literario para niñas, niños y jóvenes mexicanos. Decamerón 2020, un libro publicado gracias al esfuerzo conjunto de La Vaca Independiente (LVI) y Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca (FAHHO). Allí, protegidas entre las páginas del libro, el lector descubrirá las historias e ilustraciones confeccionadas por la astucia de un desfile de niños y jóvenes mexicanos.

Este proyecto social y editorial comenzó hace año y medio, cuando los titulares de prensa se llenaban con noticias acerca del “nuevo coronavirus”. Presagiando hacia dónde se movía el mundo y las inquietudes y necesidades que estaban por surgir, LVI y FAHHO convinieron en lanzar una convocatoria de cuentos dirigida a los niños de México. El certamen ofreció la ocasión ideal para que los jóvenes (de entre 5 y 16 años) se divirtieran y ejercitaran la pluma en el primer periodo de la pandemia, un aislamiento “novedoso” para chicos y grandes. La participación fue nutrida: de más de seiscientos cuentos enviados, el jurado —conformado por Alicia Madrazo, Margarita Sada y Susana Baez— seleccionó cien cuentos ganadores.

Como en la obra clásica del italiano Giovanni Boccaccio, El Decamerón, origen e inspiración de este proyecto, el concurso Decamerón 2020 tuvo como propósito conjuntar un cúmulo de cien historias para transitar el tiempo de la pandemia, para “pasar el rato” en un entretenimiento que nunca caduca y que además resulta edificante: la
narración. Y en la medida en que algunas historias dan cuenta de lo que sus autores vivieron al principio de la crisis sanitaria, la obra también es una crónica del primer año de la pandemia. Con estos cuentos, los jóvenes transformaron el confinamiento en excursión.

El meollo del asunto

Como decíamos, no hay inclinación tan verdadera como la de los niños por los cuentos. Quizás a ello se deba que, en conjunto, niñas y niños tengan una comprensión tan compleja y variada de las distintas formas para contar una historia. Entre las obras recogidas en Decamerón 2020 hay cuentos de hadas y de ciencia ficción; mitos, leyendas y fábulas; crónicas, memorias y diarios; bestiarios, cómics, microrrelatos y uno que otro poema; historias todas acompañadas de imágenes que a veces se presentan como dibujos o pinturas iluminadas con acuarelas, lápices y hasta gises, gráficos digitales o fotografías.

Para contar una historia, cada una de estas variantes acarrea ciertos códigos muy particulares. No es lo mismo adoptar el tono y tipo de personajes de la fábula que recurrir a los cánones de la ciencia ficción; no es lo mismo la escritura de un diario que la composición de un cómic. Todos estos géneros tienen en común que son medios para contar historias, pero cada uno de ellos arropa a los personajes y sus acciones con un sello distintivo. En ese sentido, no deja de tener un componente misterioso la extraordinaria capacidad que los niños muestran para adoptar las convenciones del género de su gusto y la amplísima variedad que existe en estas cien narraciones. Es como si, de alguna manera, todas las formas literarias ya estuvieran germinadas en la mentalidad del niño. En cada niño y niña hay un escritor o un narrador en potencia. La niña es mitóloga, el niño es trovador y el adolescente, dramaturgo.

Leyendas de su pueblo, relatos de sus abuelos, cómics del puesto de la esquina, películas de superhéroes, caricaturas fantásticas o caballerescas, series de televisión sobre extraterrestres y portales interdimensionales, mitos del México antiguo, novelas y cuentos de la literatura universal; de uno u otro modo esta diversidad de historias forma parte del imaginario de las niñas y los niños mexicanos, cada quien según su contexto, y sus mentes han estado despiertas para asimilar la enorme pluralidad a que están expuestas.

Gracias a eso, Decamerón 2020 es un caleidoscopio de la imaginación de la niñez y la juventud mexicana en este particular punto de la historia: la cultura agraria de siempre, el folclor, el cine, la ciencia, la tecnología, la pandemia… Un coronavirus surge de un hoyo negro para encontrarse con dos deidades solares que luchan desde el inicio de los tiempos en la cúspide de una pirámide de árboles nipones. Y niñas y niños son los primeros en deleitarse con ese espectáculo de semánticas cruzadas.

Con esta capacidad de pensamiento y esta necesidad expresiva, los niños nos demuestran que son todo menos criaturas inocentes. O que quizás son inocentes de algún modo, pero no en el sentido convencional de la expresión, sino inocentes, tal vez, en el sentido más artístico de la palabra; es decir, de un modo un poco travieso y un tanto tramposo. Los niños poseen la inocencia de un prestidigitador, de un ilusionista. La inocencia de los niños no radica en la supuesta pureza y nobleza de sus sentimientos, los niños pueden ser tan crueles o bondadosos como los adultos, todo depende del lugar en donde crezcan o las circunstancias a su alrededor, no podemos ser tan ciegos como para negar este hecho;
la clave de su inocencia se encuentra más bien en su relación con el lenguaje: consiste en creer que todo lo que se puede expresar con palabras se puede materializar, que todo lo que se puede concebir con la imaginación tiene cabida en este mundo.

La “inocencia” del pensamiento infantil se cifra en que su visión del mundo es poco realista. Su regocijo no conoce límites, su ira es incontenible. Al adolescente, mientras crece, le pedimos que “ponga los pies en la tierra”, que “sea consciente de su realidad”, que “piense antes de actuar”; con esto el joven gana las habilidades prácticas para sobrevivir en un mundo hecho de necesidades, pero también pierde el talento para imaginar realidades distintas. Una dosis de realismo es necesaria para sobrevivir hasta la edad adulta y la senectud, pero también demasiado realismo vuelve a los adultos ineptos, y entre más inepto sea un padre más lejos estará de sus hijos.

Exagerando un poco, podemos decir que en esta diferencia de opiniones respecto a lo que puede o no puede ser real descansan todos los conflictos intergeneracionales. Entre otras razones, Decamerón 2020 es un proyecto valioso, porque les brinda a los jóvenes un medio de expresión y una ocasión para que los adultos los escuchen. Estos cuentos nos enseñan que tenemos que invertir la pedagogía de nuestro tiempo para que sean los jóvenes quienes conduzcan la educación de los adultos.

Exemplo y promesa

Sé de primera mano que esta antología también puede ser el origen de una vocación. Lo que inicialmente fue un recurso para encontrar paz, jugar, imaginar y meditar sobre lo que acontece en este mundo (o en un mundo similar, pero imaginario), puede convertirse en la ópera prima de una nueva generación de escritores y profesionales, o bien de artesanos y aventureros preocupados por los problemas de este planeta, comprometidos con las soluciones.

Obras como Decamerón 2020 tienen la virtud de ser un crisol de las preocupaciones de una generación. Los argumentos de los cien cuentos giran en torno a ciertos temas identificables como el cambio climático, la pandemia, la identidad y la vocación, las tradiciones y la familia, los contrastes entre la vida urbana y la rural, nuestra relación con la naturaleza, entre otros. Así, Decamerón 2020 es también un lugar de encuentro para los jóvenes mexicanos. Cuando los ganadores lean las narraciones de sus colegas, se darán cuenta de que sus inquietudes son colectivas. Y no hay nada mejor para un joven que el hecho de no sentirse solo.

A lo largo de estas líneas he soportado la tentación de pasar revista sobre algunos de los cuentos, mencionar sus temas, citar algunas de sus mejores frases, realzar este o aquel detalle novedoso; me he resistido porque no puedo mencionarlos a todos y no pretendo incurrir en esa descortesía. No quiero arriesgarme a que alguno de los autores se encuentre con esta reseña y no halle ninguna mención a su obra.

En lugar de eso, prefiero hacer, como un gran abrazo, un elogio general. Todos los cuentos de Decamerón 2020 son ejemplares en algún sentido. O bien, como decía Cervantes de sus Novelas ejemplares, estas narraciones son exemplares porque “si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún exemplo provechoso”; o lo son, como creo yo acerca de estos cuentos, en función de alguna de sus excelencias estéticas, descubrimientos felices o peripecias excepcionales.

A estas alturas es justo decirlo: las niñas, niños y jóvenes autores de los cien cuentos reunidos en Decamerón 2020 han hecho alarde de inteligencia, ingenio y sensibilidad a la hora de plasmar sus historias. Y su propio ejercicio de escritura es un exemplo de que, cuando la adversidad nos acomete, siempre queda la posibilidad de escuchar o relatar una historia, sin importar que en el tiempo que nos toque vivir el ejemplo se ponga con “x” o con “j”.


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