Ciclo sociohidrológico del agua: adaptación y resiliencia
En el planeta azul, donde el 71 % de su superficie es agua y el 29 % restante es tierra, se dispone de poca agua dulce para atender varias de las necesidades vitales humanas, pues el 96.5 % corresponde a los océanos. Pero el volumen de agua aprovechable por la especie humana no solo es pequeño, sino que tampoco se distribuye uniformemente a lo largo del planeta, ya sea por cuestiones naturales o administrativas.
Ante esta problemática, la Coordinación de Medio Ambiente de la FAHHO considera que debe existir una adecuada gestión de las cuencas hidrográficas, que son las zonas de la superficie terrestre donde el agua fluye hacia un punto común, como un río, un lago o el mar. Estas constituyen el contexto idóneo para la planeación y gestión de los recursos naturales, ya que son determinantes en el ciclo del agua, así como para organizar y mantener la biodiversidad y la calidad del suelo. Sin embargo, el funcionamiento de una cuenca es tan dinámico como frágil, en la medida en que depende de la interacción entre sus componentes, fuertemente influida por las acciones antrópicas.1
En Oaxaca el régimen de propiedad comunal es la forma predominante de tenencia de la tierra, que abarca la mayor superficie del campo oaxaqueño; los comuneros generan una notable producción agropecuaria y en sus suelos se encuentran gran parte de los montes, áreas forestales, manglares, costas, cuerpos de agua y yacimientos minerales, de manera que sus territorios también proporcionan importantes servicios ambientales.2 Pese a ello, los instrumentos que regulan el acceso al territorio y sus recursos no se corresponden con las dinámicas de las comunidades, sino que, por el contrario, las vulnera en la consecución de sus propios procesos de fortalecimiento de la gobernanza local y de vida y organización comunitarias. Es necesario facilitar los procesos para que las comunidades puedan acceder a mecanismos y financiamientos que coadyuben a las actividades de manejo y conservación de su territorio.
Este sucinto panorama que acabamos de bosquejar es el que impulsó el proyecto de Unidades de Infiltración de la Fundación Alfredo Harp Helú, con la vista puesta en dos enfoques para atender la problemática en torno a la escasez del agua, el estrés hídrico y el cambio climático en Oaxaca. Estos enfoques están determinados por la escasez del agua según las condiciones geográficas del sitio donde se hallan las cuencas hidrológicas, que corresponden a aquellas condiciones geográficas de sotavento y barlovento.
En meteorología, barlovento es la dirección de donde proviene el viento, de manera que se trata de una zona expuesta a este, donde el aire asciende y se enfría, lo que puede generar nubes y precipitaciones abundantes. El lado contrario es el del sotavento, una zona protegida de las corrientes de aire, donde los vientos descendentes se calientan y es menos probable que haya precipitaciones. El valle de Oaxaca se encuentra entre dos sitios de sotavento, uno formado del lado del Golfo de México con la Sierra Madre Oriental, mientras del lado del Océano Pacífico los vientos húmedos son precipitados por la Sierra Sur. Esta situación geográfica genera condiciones adversas para mantener una humedad permanente, sin embargo, las alteraciones climáticas han provocado que la humedad alcanzada en los Valles Centrales de Oaxaca provoque muchas lluvias, aunque en un tiempo demasiado corto para un valle que, pese a los lomeríos, no tiene la capacidad de respuesta a tal cantidad de agua. La consecuencia inmediata son los mal llamados “desastres naturales”, que no son sino el resultado de carencias en torno a la gestión del agua que precipita, especialmente en tan poco tiempo, lo que se agrava debido a la deforestación y a una incorrecta planeación urbana.
Hemos pensado que el ciclo del agua es inalterable, pero se rompe cuando la precipitación no sucede y también cuando su forma de acontecer es atípica debido a las acciones antrópicas. Frente a ello, en las zonas de barlovento se ha impulsado la reforestación —con especies nativas y de uso local en las comunidades— como acción primordial para poder detener, retener y aprovechar los escurrimientos.
En las zonas de sotavento se está llevando a cabo un plan de adaptación a la nueva realidad para, en un mediano o largo plazo, tener un escenario deseado. Un plan que incluye a la población joven, que parece más consciente de los efectos que conlleva la degradación del entorno. Aún así, creemos que la educación y la sensibilización ambientales son cruciales en este contexto, ya que el proyecto funciona en la medida en que las comunidades —que tienen los territorios con las condiciones para captar o retener el agua— se suman al proceso y aprenden cómo funciona la cuenca, cómo
se comporta la vida comunitaria en torno a ella, y cuáles son los saberes y las técnicas que ellos mismos poseen para el uso y manejo del agua.
El hecho de que las técnicas utilizadas estén basadas en los saberes tradicionales ha permitido prescindir de grandes inversiones, pues esas estrategias no requieren de una gran infraestructura ni de una alta tecnificación. El propósito, entonces, es mejorar dichas técnicas para la intervención de las cuencas hidrológicas existentes en torno a la captación y retención del agua. Los efectos son casi inmediatos, pues, en la medida en que el agua es retenida, empezamos a ver una restauración de la cuenca.
Es importante señalar que las acciones giran en torno al concepto de “paisajes bioculturales”. Es decir, una serie de acciones compaginadas con los saberes locales que aterrizan en un proyecto acordado de desarrollo sostenible basado en la protección y valorización del patrimonio natural y cultural. Esta perspectiva surge porque la idea de modernidad, desarrollo y progreso ya no es compatible con las condiciones de vida actuales.
El prósito de la FAHHO es sumarse a los procesos de adaptación y resiliencia ante el cambio climático a partir del conocimiento y la intervención de los territorios comunales, teniendo como eje la gestión de las cuencas hidrológicas. Los planes de adaptación y resiliencia que proponemos han sido adoptados y adaptados por las comunidades de Santa Catarina Minas, San Dionisio Ocotepec, San Agustín Yatareni y San Juan del Estado. Esto, con la participación en los tequios de hombres y mujeres por igual, pues han comprendido que se trata de una necesidad generalizada ante la que no han obtenido el apoyo gubernamental. La respuesta frente a la adversidad por medio de la captación del agua ha mostrado sus resultados incentivando otras prácticas como el traspatio y la agricultura familiar, tan importantes para el desarrollo sustentable. Es así como, más allá de la intervención de la Fundación, los comuneros y las comuneras se han convertido en actores de su propia adaptación a una nueva realidad, donde el entorno no debe verse como un cúmulo de elementos aislados y recursos útiles, sino conformando un entramado del que formamos parte con una profunda y fundamental responsabilidad sobre su preservación.
1 Helena Cotler, et. al., “Las cuencas hidrográficas de México: priorización y toma de decisiones”, chromeextension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://vortice.conagua.gob.mx
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2 Carlos Morett-Sánchez y Celsa Cosío-Ruiz, “Panorama de los ejidos y comunidades agrarias en México”, Agricultura, sociedad y desarrollo, vol. 14, núm. 1 (enero-marzo, 2017): 125.