Boletín FAHHO No. 34 (Ene-Feb 2020)

Cartas en mixteco para monstruos

María Isabel Grañén Porrúa

Me llamo María Isabel, algunos me dicen doctora, pero la verdad, yo más que nada, soy jardinera. Me dedico a sembrar con todo mi amor. Eso es algo emocionante porque, de repente, florece la cosecha. 

Un día, de mi huerto salieron unas flores muy hermosas, pero no eran flores comunes y corrientes, había algo asombroso en ellas: podían formular palabras. Tenían sangre real, porque descendían de una familia de reyes mixtecos y su lenguaje provenía del País de las Nubes. El Sol se acercó a mirarlas, las llenaba de calor y las flores crecían rodeadas de letras. La luna, al escuchar su canto, las acurrucó en su rebozo y las mecía como si fuera un columpio. 

Esas flores, además, eran muy creativas, dibujaban tucanes sentados en una letra O azucarada, soñaban con ballenas sonrientes que salían del agua a rocearse de las nubes algodonadas, también contaban un suceso algo escandaloso, sí, una historia escalofriante de una enorme culebra que se había comido a un pollito entero y éste caminaba muy cómodo en el interior de aquel reptil. 

Les digo, no eran comunes y corrientes, eran especiales. Por eso me gustaba tanto mirarlas. Siempre aprendía algo de ellas. Con frecuencia me sentaba a un lado de mi huerto y escuchaba sus palabras llenas de color, venían de una imaginación desbordada. Conocí entonces a Marciano, el cartero color verde y con una antena; también supe cómo sabe la lluvia en Teposcolula; me contaron de su maestro el tucán que les dijo volveré y me conmovió la maestra que lloró tres metros. Me la imaginé, ¡cuánto habrá llorado aquella pobre mujer! También narraron su mágico viaje a Tandaa, describieron a la pequeña Cinthia, al sirenicornio y al niño con la pierna de resbaladilla. 

Esas flores hermosas me hicieron feliz, me contagiaron su risa, su alegría y su don de palabras. Me llenaron de mensajes de agradecimiento y me regalaron su primer triunfo: un libro. 

Entonces comprendí cuando me dijeron: 

Mi papá 
Es como un árbol 
que abraza muy fuerte 
que me quiere 
y nomás voy con él. 

Imaginé aquel árbol, lleno de letras, en un palacio mixteco, coronado por flores de chalchihuites verdes y rojos. Esas flores crecen rodeadas de paredes con libros que un día cobijaron a los descendientes de los reyes mixtecos. Pensé que esas historias fascinantes ahora son parte de la vida de una jardinera que cosecha flores de amor y que ahora ella da las gracias a esas flores por hacer de las palabras la vida misma. 

Muchas felicidades a los maestros y a los autores de Cartas en mixteco para monstruos, una conmovedora publicación de nuestra BS de la Casa de la Cacica en Teposcolula. 

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