Cantos pluviales
Durante la primavera de 2024, la ciudad de Oaxaca manifestó una escasez hídrica. La población, ante el desabasto del vital líquido, se vio en la necesidad de comprar agua a transportistas privados: el suministro se hizo en camiones cisterna y la demanda fue tal que su precio aumentó en un 100 %. En ese contexto, se lanzó la convocatoria del taller de análisis y creación poética “Cantos pluviales”, propuesta didáctica-literaria desde la que se exploró la escritura de distintos autores que comparten un punto en común: la figura del río como eje temático y fuente de la experiencia estética.
A lo largo de seis sesiones, que se impartieron en la sala José Molina de la Biblioteca Andrés Henestrosa gracias a la buena disposición de su director Freddy Aguilar, los asistentes al taller exploraron voces diversas tanto en su construcción como en su geografía de origen. Los peruanos José Watanabe y Javier Heraud pusieron sobre la mesa la subjetividad del río como ente que se expresa en sus milagros cotidianos, un eco del devenir natural que sorprendió a Heráclito. La mirada contemplativa de Bosho nos recordó que en el ocio se alumbra la mirada desinteresada, contemplar el mundo conlleva dirigir la vista a la naturaleza, que transforma nuestra interioridad. Reconocer la belleza del mundo provoca en nosotros un gozo que nos impide ir más allá de nuestros límites, dando la impresión de que la naturaleza solo tiene su belleza para defenderse.
La literatura mesoamericana reposa en el mito que, como ente vivo que es, por medio de la resignificación muestra el permanente movimiento al que está sometida la voz. La figura del río no les fue ajena a las culturas prehispánicas: la serpiente se vincula con las corrientes de los ríos, con la luminosidad del rayo y con la lluvia. Las distintas versiones del mito de la serpiente y el río nos hicieron sentir una mirada familiar; la de los oaxaqueños que, por medio de la ritualidad, deificamos el mundo.
De esta manera pudimos acercarnos a tres miradas, tres maneras de decir las cosas que, aunque ajenas la una de la otra, nos recuerdan que la experiencia frente a la naturaleza nos permite descubrir algo que ya residía en nuestro interior, pero no se había manifestado. Nos conocemos a través del asombro, del silencio, de permitir que nuestro ser se manifieste y para ello es auxiliado por la belleza de la naturaleza.
Por medio del ecosistema río, nos permitimos reconocer el permanente devenir natural, que muestra que la physis está en un constante despliegue, un respirar ordenado y causal, solo atravesado por lo inesperado. Es el azar el que impide que algo se cumpla, el accidente se interpone torciendo o interrumpiendo el proceso ontológico del mundo.
Las culturas prehispánicas, al ser culturas agrarias, desarrollaron una relación con el elemento agua y el cuerpo río. El Atoyac y el Salado, fueron en un tiempo protectores e irrigadores del valle de Oaxaca. Entre los pueblos y el río existió un vínculo de dependencia, pero también una conexión estética contemplativa. Hoy en día, estos cuerpos de agua los hemos reducido a canales por donde circulan los desechos de la ciudad que, en el más oscuro de los casos, hemos entubado, para enterrar con ellos la culpa y el remordimiento al verlos enfermos. Ser habitantes de una ciudad en la que la figura del río está exiliada de nuestra mirada cotidiana, nos condiciona a conformarnos con el agua de la lluvia, que corre rebotando por las cunetas. En ella navega basura, rastros de la urbanidad sintética y plástica. Desconocemos el canto fluvial del río que trae madera, carrizos, mueve piedras, las pule, las fragmenta hasta convertirlas en arena. Somos, por el contrario, muy conocedores de los “Cantos pluviales” del agua sobre la ciudad.
La lectura conlleva la escritura, la poesía engendra más poesía. Un infante, cuando descubre algo que le sorprende, siente el deseo por mostrarle al mundo su encuentro. No buscamos la belleza para hacerla rehén, como una más de nuestras posesiones, sino para liberarla ante los ojos de los otros. Es natural que al encontrarnos con la mirada de la poesía, queramos permanecer próximos a ella, este impulso es el que nos conduce a la escritura y más tarde a compartir lo escrito. La poesía viene a recordarnos la incertidumbre por el futuro, la experiencia de pasar de lo sublime a lo terrible en una llovizna que se torna tormenta, nos habla el logos cósmico que se manifiesta en la armonía matemática, en el canto de Fibonacci y su visión áurea del mundo.
Es la poesía quien nos hace un llamado a la memoria, a no caer en el naufragio del olvido y siempre tener presente que cuando un río se pierde, la humanidad se empobrece en sus posibilidades de encontrarse a sí misma a través de la belleza del mundo natural.