Aves y padres
Kensaburo Oé
Una cuestión personal
Editorial Anagrama
España, 2008
Mi nombre, Bird. Mi edad, veintisiete años y cuatro meses, aunque muchos coinciden en que parezco un anciano atleta demacrado. A veces me pregunto cuánto tiempo más seguiré pareciendo un pájaro; mis hombros alzados, como alas plegadas, mi nariz bronceada, mi cabello rojizo… Bird, soy Bird.
Mi historia ocurrió hace mucho tiempo. Yo anhelaba ir a África y escribir un libro de crónicas, ya hasta sabía cómo lo titularía… pero en su lugar me casé y tuve un hijo. Era muy joven, no sabía lo que hacía. Comencé a beber. Me embriagué durante mucho tiempo, hasta que perdí toda consciencia. Luego decidí dejar de hacerlo. Me daba vergüenza. Y cuando llegó mi hijo, bueno, nadie apostó por su vida, había nacido con una hernia en el cerebro. ¿Podría yo haberlo hecho? ¿Quién era yo para apostar tal cosa? Bird. Una triste, flacucha avecilla. Un profesor de preparatoria. Un borracho. ¿Cómo se le llama al padre que pierde a su hijo? ¿Al hijo que ha perdido a su padre desde antes de nacer? Sin embargo, mi hijo está.
Lo primero que salió de los labios de ese niño fue la imitación perfecta del canto de un ave. Tenía ya seis años y padecía un retraso mental causado por una hernia cerebral que le operaron al nacer. Sus padres, entusiasmados, le trajeron discos y discos de sonidos de aves; el niño, como suele pasar cuando se atrofia un sentido, aguzó maravillosamente el oído y, como poco después descubrieron sus padres, desarrolló una apreciación musical finísima. Este niño de quien hablo es el compositor japonés Hikari Ōe, hijo del Premio Nobel de Literarura, Kenzaburō Ōe. El personaje que inicia narrando este texto, invitando a conocerlo, proviene del libro Una cuestión personal, del escritor japonés.
Mucho se ha comentado sobre el hermoso canto de las aves, también sobre el silencio y la calma en que debemos instalarnos para escucharlos mejor; tenemos bien clara la belleza de las plumas, pero ¿si en un momento de máxima inspiración, en un ejercicio de la fantasía, buscamos metamorfosear a un hombre en un ave? Quizá resultaría algo que no nos gustará, algo muy raro. Quizá lo que no nos guste ver ya existe, de hecho, en nosotros, y la imagen del ave vendrá a ser solo un marco, un detalle en nuestro reflejo. Así, en muchas de sus novelas (Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura, 1995, Cartas a los años de nostalgia, 1997, El grito silencioso, 2006, La bella Annabel Lee, 2016), el escritor japonés Kenzaburō Ōe repasa los capítulos más reveladores de su vida y, a partir de ellos, traza un mapa para que el lector penetre en la mirada no solo del hombre detrás de la pluma, sino de sí mismo: cada situación en la que terminan los personajes es una oportunidad para que nos cuestionemos e insistamos en esa pregunta incómoda. En este caso: Bird, el flacucho maestro de preparatoria somos cada uno de nosotros, anhelando viajes y quedándonos con lo poco que tenemos, soñando con el exterior, cuando realmente lo mejor que podemos hacer es, emulando a las aves, cultivar y agradecer nuestras pequeñas parcelas.