Boletín FAHHO Digital No. 34 (Ene 2024)

Arte y deporte unidos en el infierno

Veka Duncan

Cuando aquellos cuatro adolescentes franceses entraron en 1940 a una cueva en Dordoña, Francia, a buscar a su perro, jamás imaginaron que harían uno de los hallazgos de arte prehistórico más trascendentes de la historia. Tampoco sabían que encontrarían la representación más antigua de un deporte, pues entre las muy famosas representaciones de toros, venados y otros cuadrúpedos, hallaron también luchadores y corredores. El descubrimiento, que hoy conocemos como la Cueva de Lascaux y data del periodo Paleolítico, ha demostrado que la práctica deportiva ha estado presente en nuestra historia desde el inicio de la humanidad y, así también, que ha sido indisoluble de la artística.

En la historia del arte, quizá el periodo que más relacionamos con el deporte sea la Antigüedad Clásica. Resulta bien sabido que los griegos fueron muy aficionados a ejercitarse y crearon los Juegos Olímpicos; su interés permanece tangible a través de murales y vasijas. Pero también existen antecedentes mexicanos importantes. Ya desde tiempos prehispánicos aparecen tanto representaciones del juego de pelota, así como las propias estructuras utilizadas para practicar este deporte ritual a lo largo y ancho de Mesoamérica. Existen, además, ejemplos notables de artistas que tomaron el deporte como referencia en el siglo XX mexicano, entre los que destaca Ángel Zárraga, con sus múltiples obras de futbol femenil, inspiradas por su esposa, Jeannette Ivanoff, una de las primeras mujeres que patearon un balón. En nuestro país, los Juegos Olímpicos recobraron su sentido cultural cuando, en 1968, Mathias Goeritz sugirió que se llevara a cabo un programa artístico en paralelo al deportivo, del cual pervive como testimonio la Ruta de la Amistad.

A pesar de este vínculo histórico y de su profunda raigambre en nuestro país, en algún momento comenzamos a asumir que el arte pertenece a un mundo muy distante al deporte. Hoy, un espacio de reciente inauguración en la Ciudad de México recuerda la larga hermandad que existe entre ambos: el Estadio Alfredo Harp Helú y su Museo de los Diablos Rojos, equipo de beisbol que carga una larga historia.

Desde que los visitantes se acercan a la entrada, dentro de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca, son recibidos por una pieza de arte de gran envergadura, tanto por sus dimensiones como por su autor. Se trata de la reja que rodea todo el complejo deportivo, creada ex profeso por Francisco Toledo con un diseño inspirado en bates y pelotas. El artista plástico destaca entre los creadores cuya obra se encuentra dentro de este recinto, por su vocación compartida con el dueño de los Diablos Rojos, Alfredo Harp Helú, en torno a impulsar el arte oaxaqueño; además forjaron una gran amistad. Muy pocos sabrán que, así como el amor al arte, los unió también el amor al beisbol, deporte que el propio Toledo disfrutó durante sus visitas infantiles a Juchitán. Así, además de realizar la reja para el estadio, la colección Harp Helú cuenta con piezas inspiradas en este deporte, que el artista regaló a don Alfredo o que él le comisionó. Estas han formado parte del programa expositivo del Museo Diablos.

La relación con los artistas de Oaxaca convierte al estadio y su museo en una extensión del trabajo de la Fundación Harp Helú. En esta labor, la doctora María Isabel Grañén y Santiago Harp Grañén, esposa e hijo de don Alfredo, han jugado un papel central. Ellos lideran la selección de los artistas comprendidos en las exposiciones temporales y también encabezan las publicaciones que forman parte tanto del proyecto del estadio como de su museo. Este trabajo colaborativo ha dado como fruto un espacio sui generis tanto para el deporte como para el arte. Francisco Ramos, director general del Estadio Harp Helú, lo describe como parte del “ADN del proyecto desde mucho tiempo atrás”. En entrevista para El Cultural añade que “desde el acta constitutiva, el proyecto dice que va a ser un espacio donde convivan un museo, un parque de beisbol y espacios de fomento tanto al deporte como a la cultura”. También enfatiza que “no existe un solo esfuerzo del grupo que deje de lado el interés social, deportivo, cultural y ambiental”.

Murales y esculturas dominan el Estadio. No se trata de elementos decorativos, sino que el programa arquitectónico se desarrolló planteando la intervención de artistas. El complejo deportivo evoca una de las corrientes más fascinantes del arte mexicano: la integración plástica. Desarrollada en la segunda mitad del siglo XX, implicó la plena incorporación del arte a la arquitectura, en especial a partir del muralismo, quizá el movimiento artístico más significativo en los últimos cien años de México. El estadio hace un guiño a esa tradición desde una visión contemporánea, con obra de creadores actuales destacados de origen oaxaqueño: Demián Flores, Sergio Hernández, Amador Montes y José Luis García —todos ellos inspirados en el beisbol, desde luego.

La arquitectura, proyecto de Taller ADG y FGP Atelier, también habla de la cultura de nuestro país, pues representa nuestro pasado y presente. En las pirámides que dan forma a tienda y oficinas vemos estructuras inspiradas en la arquitectura prehispánica, mientras encontramos evocaciones al Virreinato en los pisos de tezontle rojo, material predilecto de los más destacados arquitectos coloniales, como Lorenzo Rodríguez, Francisco de Guerrero y Torres, Pedro de Arrieta. Por otro lado, las innovaciones hablan de nuestra actualidad, con soluciones contemporáneas, pero sin perder un profundo sentido simbólico. Destaca en este sentido la techumbre de las gradas, la cual forma una M y, a la vez, un trinche, lo que representa a los Diablos Rojos de México, aunque cumple también con una solución de vanguardia: permite una visibilidad total del campo, sin columnas que bloqueen la vista, al mismo tiempo que da sombra.

Innovación, tradición y cultura se unen en otro espacio del Estadio: el Museo Diablos, que al mismo tiempo narra la historia de este equipo mientras difunde la labor de creadores mexicanos. En el vestíbulo, dos guerreros dan la bienvenida: obra de Sabino Guisu, quien retoma la figura del umpire, con su máscara y pechera, reinterpretada a la manera de un samurái y un guerrero mexica. La impactante instalación se complementa con bates intervenidos a manera de armas de ambas culturas, la japonesa y la prehispánica. A lo largo del recorrido es evidente cómo este personaje interesa a los artistas, pues también lo encontramos en los murales del estadio.

Entre las comisiones creadas específicamente para el Museo Diablos está No hay mejor campo de pelota para jugar, instalación de Víctor Vázquez, artista que trabaja el barro precocido. Esta es una de las piezas más sorprendentes del recorrido. La sala emula el campo en plena jugada, con ampáyer, cácher, pícher y bateador, todos moldeados en barro. “Se aprecia que Vázquez tiene muy bien estudiada la figura humana y, sobre todo, a los propios jugadores, con la fuerza de su cuerpo y las posiciones que adoptan,” explica Xiadani Morales, del equipo de Museo Diablos, en entrevista con El Cultural. “A primera vista parecen como figuras relajadas, pero al verlas con atención notamos el estudio anatómico que hizo el artista”, señala. Las piezas remiten tanto a las figuras de barro de los pueblos del México antiguo como a la tradición artesanal que aún encontramos en comunidades originarias del país.

Por otro lado, la sala temporal actualmente presenta la exposición “Segundo inning. La fiesta del beisbol”, que celebra la primera serie de temporada regular de Ligas Mayores en la Ciudad de México y los 25 años del Museo de la Filatelia, institución museal de Oaxaca. La muestra presenta trabajos de Alejandro Vera, Amador Montes, Víctor Vázquez, Francisco Toledo, Alberto Ibáñez, Mariana Grapain, Cristina Kahlo, Sabino Guisu, Eduardo Roca y Demián Flores, entre otros. Sobre las muestras temporales, el director general ahonda: “Se tiene planeado renovar periódicamente el acervo artístico del Museo Diablos. La vocación de la familia Harp de difundir el arte mexicano sin duda continuará, así como las colaboraciones con varias generaciones de artistas provenientes de distintas zonas del país; es el sentido de las dos salas de exposiciones temporales”. Sobre los creadores que se exhiben tanto en las salas permanentes como en la temporal, Xiadani Morales señala: “Muchos de estos artistas son prácticamente de casa, realizan muchas de las exposiciones en los recintos de Oaxaca para la Fundación y ahora, a través del Museo Diablos, se ha comenzado a difundir su obra en la Ciudad de México”.

Además de las salas dedicadas a exhibir obra plástica, el Museo Diablos dedica la mayor parte de su exposición permanente a la historia del propio equipo, lo que brinda una experiencia museográfica bien lograda que contagia la pasión por el beisbol. Asimismo, destaca la importancia de este juego y de los Diablos Rojos para la cultura mexicana, más allá de las fronteras de lo deportivo. Entre objetos históricos y espacios inmersivos entramos en contacto con episodios luminosos del Rey de los Deportes, como el cálido recibimiento que dio nuestro país a las llamadas Ligas Negras, es decir, jugadores afrodescendientes que ante la discriminación y segregación en Estados Unidos vinieron a hacer carrera en México, ganándose al público. “El concepto del museo viene con la frase que acompaña su nombre: una historia incomparable,” explica Francisco Ramos sobre la exposición permanente del museo. “Es un equipo que tiene una gran historia en la Liga Mexicana de Beisbol, que ha batallado por sus campeonatos, que ha buscado siempre fomentar el beisbol”. Par él, otra motivación para contar esta historia dentro del mismo estadio se debe a su arraigo en la capital del país, su casa: “No hay un equipo en México que haya tenido la presencia que ha tenido Diablos Rojos en un solo lugar”, apunta.

Uno de los elementos que han dado forma a la historia tan singular de los Diablos Rojos nos lleva de regreso al arte, pues también ahí encontramos colaboraciones que la organización deportiva ha realizado con distintos creadores. Destacan, por ejemplo, uniformes con diseños del Dr. Lakra, que se encuentran exhibidos con sus bocetos originales en la sala dedicada a la indumentaria del club y también forman parte de las colecciones que se venden en la tienda. Por otro lado, el guion histórico se complementa con trofeos comisionados a los artistas con los que trabaja la Fundación Harp Helú, una ingeniosa solución a los vacíos propios de cualquier acervo.

Finalmente cabe destacar que, de acuerdo con información dada por el INEGI, el Museo Diablos es el único en la alcaldía Iztacalco. Esto le brinda un papel muy significativo en el panorama cultural de la Ciudad de México, porque la cercanía con el público ha sido una inquietud central. “La vinculación que buscamos promover tiene varias aristas, desde recorridos con estudiantes y académicos de diversas instituciones educativas de la ciudad y el área metropolitana, hasta recibir a integrantes de ligas de beisbol infantiles, como la Liga Maya, la Liga Olmeca y la Liga Anáhuac, entre otras”, explica su director general.

Cuando en el Estadio Alfredo Harp Helú y el Museo Diablos hablan de ser incluyentes, no sólo se refieren a la accesibilidad. Es un lugar para todos, para amantes de los deportes, desde luego, pero también del arte y la historia. Así, un nuevo centro para la cultura se abre paso en la Ciudad de México y es de celebrar que sea uno con una vocación multidisciplinaria, pero, sobre todo, que apuesta por la descentralización de la oferta cultural, en una capital que necesita voltear hacia otros horizontes, sobre todo cuando de museos se trata.

La Sala de Trofeos combina historia y arte con reconocimientos antiguos del equipo, así como piezas comisionadas a artistas contemporáneos. El visitante se encuentra con una instalación de guerreros inspirados en las culturas mexica y japonesa, del artista oaxaqueño Sabino Guisu.

Publicado en “El Cultural” de La Razón, 24 de noviembre 2023. CONSULTA:

https://www.razon.com.
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