Boletín FAHHO No. 20 (Sep-Oct 2017)

ÁRBOLES QUE FLORECEN: PUEBLOS SILENTES EN LA GUELAGUETZA

Nicholas Johnson

Desde que se celebró en 1932 el “Homenaje Racial” en conmemoración del IV Centenario del nombramiento de Oaxaca de Juárez a la categoría de ciudad, la fiesta de los Lunes del Cerro siempre se ha presentado como la expresión máxima de la cultura material e intangible de las diferentes regiones políticas del estado. Sin embargo, detrás del espectáculo del extravagante baile Flor de Piña de la región de la Chinantla y del esplendor de los trajes istmeños reside una diversidad en los textiles de Oaxaca que ha tenido poca o nula presencia en la festividad principal de los oaxaqueños. Estos vacíos han impulsado a muchas comunidades a organizarse para ser evaluadas por el nombrado “Comité de autenticidad” de la Guelaguetza y con los años, algunas comunidades han logrado asegurar una presencia propia en el evento, mientras que otras sólo han alcanzado algunas cuantas presentaciones, si tienen suerte. La reacción de las demás comunidades que han quedado en el vacío ha sida sumamente diversa: rechazo, apatía, apropiación, reclamo e imitación.

A pesar de las críticas hechas sobre la Guelaguetza que surgen cada año y que provienen de todos los sectores sociales, en muchas comunidades el interés de participar o no participar en ese evento ha servido para repensar actitudes locales en relación con su herencia textil, ya sea que ésta se encuentre viva o muerta. Existen varias comunidades que han intentado revalorar su traje tradicional, otras han inventado nuevas expresiones culturales y algunas más se han apropiado de trajes y de bailes que no provienen de sus tradiciones.

Un ejemplo es el huipil de San Agustín Loxicha, que se dejó de tejer alrededor de la década de 1950. Como una comunidad con la fama de ser conflictiva y violenta, pero que también conserva una considerable riqueza cultural en sus tradiciones mesoamericanas, pensamos que Loxicha presentó por primera vez sus sones en la Guelaguetza durante los años 2013, 2014 y 2015, en parte “para mostrar el rostro de la fiesta, de la unidad y cordialidad” (El Imparcial, 16 de julio de 2015). Dado que carecieron de un traje local, tuvieron que crear un traje “típico” usando manta industrial. Mandaron elaborar las blusas de las mujeres con las mixes de Tlahuitoltepec, decorando las blusas con flores y otros diseños en un estilo parecido a las blusas mixes bordadas a máquina. Aunque Loxicha no se presentó en la Guelaguetza 2016, la comunidad adoptó el formato de invitación a delegaciones regionales para celebrar su Guelaguetza local en honor a su santo patrón en el mes de agosto del mismo año.

Gracias a un huipil viejo que se conservaba en la comunidad bajo el cuidado de la maestra Minerva Mendoza (que ahora, generosamente, ha decidido donar al MTO para su conservación), las organizadoras locales intentaron resucitar el tejido en telar de cintura, comisionando los textiles a las escasas tejedoras que todavía elaboran servilletas sencillas y morrales en las agencias de alrededor. Desgraciadamente, la técnica de brocado que requiere el huipil de Loxicha se ha perdido y no pudo recrearse por las tejedoras, si bien es cierto que ellas mostraron bastante interés en aprender la técnica. Para resolver este vacío, las organizadoras regresaron a sus contactos mixes para comisionar réplicas tejidas en telar de cintura del huipil viejo, trabajando con tejedoras de “un pueblo arriba de Tlahui” (pensamos que se refieren a San Juan Cotzocón). El elemento más notable del huipil viejo que conservó la maestra Minerva es que después de tejer y armar el huipil, alguna persona lo llevó hasta el mar para marcarlo con manchas moradas extraídas del caracol púrpura. Aunque desconocemos si pudieron replicar el huipil con las tejedoras mixes (puesto que la delegación de Loxicha todavía no se presenta en la Guelaguetza), las organizadoras locales estaban decididas a llevar los huipiles recreados al mar para reproducir el proceso de manchado con el caracol. Todavía lejos de ser una resucitación de un huipil que actualmente sólo existe en los depósitos de unos cuantos museos del mundo, nos parecen relevantes los esfuerzos por reproducir una tradición muerta, en nombre del discurso de autenticidad que emite la Guelaguetza.

Otro ejemplo es el traje de Santiago Choapan. Considerada la comunidad indígena con uno de los huipiles más extraordinarios de México por Dorothy y Donald Cordry, notables investigadores de los textiles de México. Choapan, en 1964 y 1965, estaba a punto de perder por completo la producción y uso de su vestimenta local. Los huipiles “de labor” de Choapan, son, en nuestra opinión, los textiles etnográficos más complejos de Mesoamérica en términos de las técnicas de manufactura. Tejer cada lienzo requería varios meses de trabajo, pues la trama debía manipularse en una secuencia laboriosa de varios pasos para crear las figuras. Los huipiles labrados eran atesorados como ropa de gala. Desafortunadamente dejaron de producirse a mediados del siglo pasado, antes de que los investigadores pudieran documentar cómo se tejían. Debido a su pérdida completa en la comunidad, es casi imposible que este traje, de una de las comunidades históricamente más importante de la región, se presente en la Guelaguetza.

La pérdida de esta prenda fenomenal seguramente fue aguijoneada por las actitudes locales sobre la modernización social asociada con ser mestizo y el “atraso” cultural indígena. Julio de la Fuente notó estas actitudes en Choapan en 1941:

Las mujeres de Choapan visten, unas, como las tradicionalistas de Comaltepec, y las restantes, ropas más modernas. El huipil común, que también se recoge a la cintura, de manufactura local o de Taguí, es hecho de manta, aunque hay otro, local, finamente tejido, con figuras de “machines” (monos), perros, caballos, etc., trabajadas durante el proceso del tejido, que lo hacen costoso. Los huipiles corrientes son de uso diario y los finos —casi transparentes— de días de fiesta, vistiéndose dos encimados en tiempo de frío. Se recogen también a la cintura. […] El huipil, la falda común y el paño de cabeza constituyen la indumentaria tradicional “de huipil”. La blusa escotada y de manga corta, la falda moderna, la enagua y, en general, los vestidos modernos con el aditamento de una mascada de seda que se anuda al pecho y de un rebozo, son prendas “de vestido”. La indumentaria “de huipil” caracteriza a “las indias”; la “de vestido”, a la “gente de razón” o “civilizada”. Estos términos clasificatorios de status se registraron sólo en Choapan, donde una mujer, que resultó ser chinanteca de Lealao llevada desde pequeña a Choapan y bilingüe, aunque hablaba poco el chinanteco, si bien era, según todas las apariencias, mujer de condición social y económica inferior, casi se sintió ofendida cuando se le preguntó si usaba paño de cabeza. Precisó ser “civilizada”, no “india”, afianzando su estatus en el uso de la falda larga, la blusa de mangas cortas, la mascada, algunas sortijas, aretes y otros adornos, aunque no usaba huaraches ni zapatillas. Otras mujeres del lugar, a quienes señalaba como indias, eran evidentemente de buena posición social y económica, y bilingües, pero usaban la indumentaria tradicional descrita.1

Tal como Choapan, Asunción Tlacolulita en el distrito de Yautepec había perdido por completo sus textiles varias décadas atrás; probablemente tuvo su decadencia final durante los años 1950. En el caso de Tlacolulita, desconocemos por completo cómo era su vestimenta, pues los pocos textiles que quedan en colecciones privadas y en museos son servilletas tejidas en telar de cintura. Curiosamente, muestran una afinidad en su técnica y estilo con las servilletas chontales de Huamelula (otra tradición muerta) y algunas semejanzas con las servilletas de los ikoots de San Mateo del Mar.

A inicios de la década de 1990, el ayuntamiento de Tlacolulita tomó la decisión de participar en el concurso de la Diosa Centéotl. Dado que no se conservaba algún ejemplo viejo ni una memoria de su vestimenta tradicional, el ayuntamiento viajó al municipio vecino de San Bartolo Yautepec para convocar a una reunión con las tejedoras del pueblo para comprar los trajes más finos. Los huipiles de San Bartolo son unas de las prendas más vistosas y distintivas que se siguen tejiendo en el Estado. Al parecer, la autoridad de Tlacolulita no explicó cuáles eran sus intenciones.

Cuando presentaron el desfile de las postulantes de la Diosa Centéotl en la televisión, Eufrosina Vásquez López, nativa de San Bartolo Yautepec, observó cómo la representante de Tlacolulita portaba el traje de San Bartolo, por lo que decidió enfrentar a los organizadores y presentar una queja, apoyada por diversos artículos académicos, reportajes y fotografías. Desconocemos las consecuencias de este acto a nivel interno en la Guelaguetza, pero Tlacolulita nunca volvió a participar en el evento y aquélla fue la única ocasión en que el traje de San Bartolo fue visto en la Guelaguetza. La denuncia de esta situación frente a la autoridad de Yautepec formó una de las causas de fricción que duró varios años entre los dos municipios zapotecos.

Curiosamente, San Bartolo sólo pudo conservar (e innovar) su prenda excepcional gracias a los aires del destino. En 1975 y 1976, Teresa Pomar, mediante un proyecto del Instituto Nacional Indigenista, impulsó un programa de apoyo para que las últimas dos tejedoras que quedaban en la comunidad pudieran enseñar sus conocimientos a las jóvenes, ya que el huipil tradicional, largo y ancho, se dejó de usar en las primeras décadas del siglo XX. Sin duda, éste forma uno de los proyectos de rescate más exitosos del país, con varias tejedoras de la comunidad activamente produciendo algunos de los tejidos más finos del Estado en la actualidad. Es fácil imaginar que sin este programa, San Bartolo habría sufrido la misma decadencia en sus tejidos que sufrió el resto de las comunidades vecinas.

Hasta finales de septiembre, el Museo Textil de Oaxaca presenta en la exposición Árboles que florecen, en el Centro Cultural San Pablo, éstos y otros ejemplos que muestran la diversidad del impacto que ha tenido la Guelaguetza en el contexto local, así como diferentes posicionamientos identitarios que han tomado comunidades hacia el exterior vía la fiesta urbana de Oaxaca por excelencia.

1 Julio de la Fuente (1947, pg. 169-170)

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