Árboles hábitat: una segunda oportunidad para Oaxaca
Tanto enriquecen los árboles nuestras vidas que no es exagerado pensar en ellos como el mayor patrimonio viviente de la capital oaxaqueña. Su sombra refresca el ambiente, mientras que la transpiración natural de sus hojas nos regala microclimas agradables aún en los días más calurosos del año. Frente al ruido y la contaminación de los autos, los espacios arbolados se vuelven lugares de calma, perfumes y cantos. Nos sirven incluso como marcadores temporales, pues la floración de jacarandas, guayacanes, guajes, pochotes y coquitos convierten el paso de las estaciones en una experiencia estética compartida por locales y visitantes.
Existen entre los árboles de la ciudad algunos individuos excepcionales, gigantes centenarios cuya historia se encuentra profundamente ligada a la nuestra. Ciertamente, resultaría difícil imaginar el paisaje urbano sin los laureles de la Alameda, la higuera de Belén, los coquitos de Jalatlaco o el ahuehuete del Museo Infantil de Oaxaca, que ya tenía más de mil años cuando se fundó la ciudad de Oaxaca. Estos árboles extraordinarios son, desde luego, insustituibles.
No obstante, quizá por lo acostumbrados que estamos a disfrutar de estos servicios ambientales, rara vez reparamos en las necesidades de los propios árboles. Es así como el desinterés de la sociedad y la negligencia de las autoridades conducen con frecuencia a la muerte de especímenes notables, así como al estado general de daño que hoy tiene el arbolado de Oaxaca; cubierto de muérdago, ahogado en suelos duros y completamente estresado por la falta de agua.
El problema es descomunal, pero su solución no podría ser más simple: basta con atender las causas. Hay que garantizar el riego, liberar y descompactar los suelos, ser prudentes con las podas y combatir las plagas. Hacerlo implicaría costos, es cierto. Pero sería mejor y, a la larga, mucho más barato que ver morir más árboles. Sin embargo, con todos aquellos ejemplares que ya no logramos salvar, ¿qué podemos y qué debemos hacer?
Entre el 2 y el 5 de abril, el MIO colaboró con la Asociación Mexicana de Arboricultura y el Instituto Tecnológico del Valle de Oaxaca para organizar el 2º Congreso Mexicano de Arboricultura y Dasonomía Urbana. Fue un evento muy significativo, pues nos permitió poner al arbolado en el centro de la conversación por primera vez en mucho tiempo. Participaron en este congreso numerosos especialistas, personalidades y público interesado, tanto de México como de otras partes del mundo.
La sombra de los dos árboles notables ubicados en las instalaciones del MIO dio lugar a talleres, conferencias magistrales, ciclos de ponencias, actividades infantiles, presentaciones artísticas y una exposición de carteles científicos. Sin embargo, una de las actividades que más despertó el interés de los participantes fue el taller de “Árboles hábitat”, enfocado precisamente en la cuestión de los árboles muertos. En el transcurso de dos sesiones Michael Morey, Karina Peña y Noel Rodríguez demostraron cómo convertir los troncos secos de parques y camellones en hogares para la vida silvestre.
La construcción de árboles hábitat es una forma creativa de fomentar la biodiversidad en el espacio urbano. El primer paso conlleva el uso de motosierra, y consiste en esculpir las cavidades del árbol, de modo que sirvan de refugio a aves, murciélagos, roedores y marsupiales. Después, al preservar las ramas de la copa, se permite que el tronco siga ofreciendo perchas para que halcones, águilas y gavilanes puedan observar desde las alturas. Incluso la madera muerta tiene valor en un árbol hábitat, pues se transforma en alimento para toda clase de insectos, hongos y líquenes. Cuando esta se descompone, la vida sigue reproduciéndose, pues su materia orgánica enriquece el suelo y propicia la proliferación de nuevas plantas.
Todos deseamos que cada vez existan en Oaxaca menos ejemplares para ensayar metodologías como esta. Esperamos, por supuesto, que actividades como el congreso de este año nos ayuden a tomar mejores decisiones sobre los árboles que todavía distinguen nuestro espacio público. Pero, en cualquier caso, los árboles hábitat nos ofrecen algo distinto. Son el signo de un enfoque renovado para relacionarnos con nuestros errores. En lugar de remover troncos secos y fingir que nada ocurrió, es posible convertirlos en memoriales útiles y ofrecer el vacío que deja su vida a todos aquellos seres con quienes también compartimos las calles. Acciones como esta representan, hasta cierto punto, una segunda oportunidad para decidir qué tipo de ciudad merecemos y las acciones que debemos llevar a cabo para lograrlo.