Boletín FAHHO No. 27 (Nov-Dic 2018)

APROVECHAR TRES PATRIMONIOS NACIONALES PARA ASEGURAR LA ALIMENTACIÓN FUTURA EN MÉXICO

Susana Alejandre

El primero de agosto de este año, la FAHHO y el Colegio de Posgraduados organizaron un homenaje póstumo al Dr. Ángel Ramos Sánchez, científico oaxaqueño que contribuyó de forma importante al desarrollo tecnológico de las zonas rurales marginadas a través de la producción en laderas con un enfoque de sustentabilidad. Un ejemplo de ello es el MIAF (milpa intercalada con árboles frutales), proyecto exitoso que podemos observar en comunidades como San Juan Tabaá o Santa María Tlahuitoltepec, entre otras. 

Uno de los miembros invitados que perteneció al Colegio de Posgraduados fue el Dr. José Sarukhán Kermez, actual Coordinador Nacional de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), que presentó la ponencia “Aprovechar tres patrimonios nacionales para asegurar la alimentación futura en México”, en la que destacó cómo la comida es una expresión cultural, que no existe otra representación de la cultura que hagamos parte de nuestro cuerpo (después del lenguaje es el elemento de comunicación y de definición cultural más  importante), y que hemos evolucionado como compartidores de comida y como colaboradores en su consecución a través de la agricultura. 

Las culturas han moldeado y modificado a la naturaleza mediante la evolución bajo domesticación y el manejo/creación de ecosistemas, y los sistemas económicos actuales han propiciado un gran distanciamiento entre humanos y naturaleza. 

Hablando de México, resaltó que la vocación del suelo de este país no es fundamentalmente agrícola, sino forestal, por lo que tenemos un gran reto: la forma en que alimentemos a la población de mediados del siglo XXI definirá el grado de conservación de los remanentes de los ecosistemas. 

La agricultura altamente tecnificada como modelo actual ha sido la principal causa de pérdida de los ecosistemas, y es ecológica y económicamente insustentable. Sus externalidades económicas, sociales y ambientales son inaceptables. La agricultura tecnificada ha ido en contra o ha desestimulado la multifuncionalidad de la agricultura y la productividad y eficacia de los pequeños agricultores para lograr seguridad alimentaria. Aplicar una sola forma de producción agrícola en un país tan diverso ecológicamente como México, resultó insuficiente para resolver la pobreza o asegurar la alimentación, generando daños ambientales irreversibles en un lapso de pocas generaciones. 

Los tipos de dieta actual agravan la situación. Kilo por kilo, la carne de res requiere más grano que cualquier otro producto pecuario, y por lo tanto más agua.

En su reporte de 2014, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) menciona que unos 570 millones de unidades familiares de producción alimentaria proveen la mayor proporción de alimento en el mundo. Son, por mucho, la forma dominante de agricultura en el mundo. Ocupan entre 70 y 80% de la tierra agrícola y producen más del 80% del valor de los alimentos.

La diversidad genética de los cultivos resulta de los milenios de selección bajo domesticación. La diversidad de sus parientes silvestres representa millones de años de selección natural y evolución: ambas constituyen la más valiosa e irremplazable fuente de respuestas para la producción de alimentos frente al cambio climático. Los bancos de germoplasma del mundo preservan solo “unos cuantos cuadros de la película” del proceso milenario de evolución y diversificación genética bajo domesticación. Es imperativo mantener in situ y estudiar cuidadosamente estos procesos donde aún existen, como es el caso de la milpa en México.

Nuestra diversidad biológica, a nivel de la diversidad genética de nuestros cultivares y de sus parientes silvestres, son el mayor reservorio de respuestas a los impactos del cambio ambiental.

Nuestra gran diversidad étnica aún existente y la diversidad cultural que poseen nuestro pueblos, mantienen el proceso de evolución bajo domesticación operando en el presente. Debemos incorporar esta diversidad y el gran capital humano con el que contamos en nuestro país al proceso de asegurar la alimentación del futuro: en los campos de las ciencias de la biodiversidad, que cubren desde la genómica, la sistemática, la agronomía y la etnobotánica en las ciencias naturales, hasta las ciencias sociales como la sociología, la economía y la antropología rurales. Sin duda constituyen la posibilidad de lograr la tan anhelada seguridad alimentaria en México. 

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