Boletín FAHHO No. 22 (Ene-Feb 2018)

ANIVERSARIO 18

Fernando Lobo

Igual que un organismo vivo, una librería se transforma con el paso del tiempo. Cambia la disposición de los estantes, el ordenamiento de las secciones y el estado de ánimo de los encargados. Aparecen nuevos géneros librescos, otros se dividen y subdividen. Lo mismo sucede con el hábitat: la calle Alcalá no es precisamente la misma que hace dieciocho años, y también son distintos los peatones que se detienen y observan el anaquel de novedades a través de la ventana que da al andador. Cambian los gustos literarios como cambian los estilos de las portadas.

En su conjunto, el mercado del libro también es otro. Las gigantescas editoriales trasnacionales absorbieron a sus rivales menores, mientras se abrían huecos por los que ahora crecen editoriales independientes. La novela-mundo adquirió fama de anacrónica y la narrativa gráfica ocupó un segmento que antes ni existía. Ahora la realidad periodística compite mano a mano con la ficción, y hay ensayistas que se comportan como estrellas pop. La industria del libro se descentraliza gradualmente y podemos leer autores senegaleses, iraníes o coreanos. Escritores occidentales que alguna vez fueron celebridades omnipresentes, sobreviven en las secciones de saldos. Durante estos años, algunos ilusos vaticinaron que el libro físico agonizaría frente al libro electrónico. Se escriben y se publican más libros que nunca.

El lector es en el fondo un personaje incomprensible. La existencia de una librería consiste en descifrar a ese ser mutante. Hoy, la librería Grañén Porrúa cuenta con un área infantil y juvenil en donde un gran tambor tarahumara funciona como mesa de lectura y los sillones son también tambores. Hay un mural, elaborado en barro y tintes naturales por el artista mixteco José Luis García, titulado Tu cuerpo selva. Los libros conviven con obra gráfica y artesanías, y el mainstream editorial convive con alternativas marginales. En la sección de discos se encuentran rarezas locales inconseguibles en otra parte, como un álbum de música barroca ejecutada en el antiguo órgano del templo dominico de San Jerónimo Tlacochahuaya. Hay una sección entera de libros producidos en Oaxaca.

Amada López Curiel, quien está a cargo del local, define la librería como un espacio para pasar un momento agradable. Eso implica mantenerse atento a los detalles: el olor a cedro, la atención amable, la música a bajo volumen o el conocimiento de los títulos. “Te esperamos con los libros abiertos”, es el lema. Aparece el lector en la entrada. Se dirige a un estante y pasa la vista por los títulos exhibidos. Una vez más, es un instante de encuentro.

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