Boletín FAHHO Digital No. 32 (Nov 2023)

Andrés Henestrosa y la idea de la lectura

Manuel Matus
Rodolfo Morales, Andrés Henestrosa y Francisco Toledo en Oaxaca. Fotografía cortesía de Joaquín Á. Escalante y Jorge A. Ávila.

Fugaz en sus 101 años, el escritor me dejó, de forma permanente, la idea de la lectura. Al menos de tres zapotecos tengo la visión de que la lectura —o el acto de leer— algo cambia en uno: Benito Juárez, Andrés Henestrosa y Francisco Toledo. Juárez, porque al entrar en contacto con el libro se transformó; Henestrosa, porque fue lector universal y también escribió; y Toledo porque era ágil lector y nos heredó muchas bibliotecas.

Algún secreto guarda el mundo zapoteco con la palabra y la imagen. (Y debo mencionar a Patricio Antonio López, primer zapoteco de los Valles, culto en los libros y autor del Mercurio indiano, poema épico del siglo XVIII). Pero solo hablaré de Henestrosa, por ahora. Lector clásico y con un estilo particular en su escritura, Henestrosa no nació para ser político, en su insistir se equivocó; no era otro Juárez, sino un hombre de poesía, y eso lo llevó a contraer un compromiso consigo mismo, no con las masas. Pero su verbo, su oralidad memorística cautivaba al poder, tanto que lo mimetizó. En Henestrosa se produjo el gran encuentro del rico mundo de la oralidad —con una tradición mítica mexicana— con la lectura clásica griega, que fue lo primero que nuestro personaje leyó. Salió para ello del punto de origen: Ixhuatán, en el Istmo de Tehuantepec, y fue al centro cultural de este país, la Ciudad de México, justo en la década siguiente a la Revolución, quizás el momento cumbre de la cultura mexicana, cuando otro oaxaqueño ilustrado ponía como esencia cultural al libro, pero no cualquier libro, sino el clásico, y a la lectura en castellano como lengua universal nuestra.

Nació en 1906 en Ixhuatán. Era de familia zapoteca y sangre huave, con la memoria dispuesta al mito zapoteco, a la oralidad. Cuando se carecía de dinero inmediato se recurría al trueque o al intercambio y el capital estaba a la distancia. Pero si algo abundaba era la riqueza oral: el zapoteco, el huave, el náhuatl, el zoque, el castellano antiguo. El tesoro del niño fue el sonido de las palabras, la música, la metáfora, el mundo poético de los binniguláza, los dioses nacidos de las nubes. Ahí surgían todas las historias, mitos y leyendas, mentiras o cuentos, aventuras y héroes, pero nada de eso estaba escrito, como lo habría de leer de los libros del mundo griego. O sea, se produjo en su interior el encuentro de dos culturas y casi las mismas: la suya, no escrita, y la universal, escrita. La fuente primaria de la que se nutrió, pues, fueron los clásicos griegos y latinos; rodeado del ambiente de renovación cultural, en el centro del país, descubre su propio bagaje: que lo suyo también era la capacidad literaria, escribible.

Nació el lector y luego el escritor, pero, sobre todo, surgió un estilo, el del narrador poético de una lengua viva, de una mitología actual.

Cada quien es su estilo, y Henestrosa fue como una especie de Homero memorioso dentro de una épica zapoteca del mundo mesoamericano. Se expresó en español, o castellano, enunciando dos espíritus, el universal y el local, y siempre estuvo dispuesto a trasvasar ese estilo propio. En cuanto se hizo lector contó lo que sabía, y lo hizo en tono poético y musical; no le faltó el impulso de escribir y de pronto ya tenía el libro publicado: a los 23 ya era escritor, un joven indígena autor de Los hombres que dispersó la danza; es desde este título cuando se le nota el don narrativo. Pero la fuerza cultural de la Revolución se vio afectada por las luchas políticas, de tal manera que en la siguiente década decayó: hubo un deterioro intelectual, un aplastar la lectura; entonces, los líderes culturales y la voz indígena fueron expulsados del poder. La cultura fue paraíso durante apenas una década, y al perderse el impulso vino la domesticación. De la primera, auténtica, fundacional, original lectura, vino la salvación de leer y escribir en la sociedad de los expulsados, mientras la otra era la de los privilegiados y dueños del futuro. El indio se ocultó entre los blancos y, para su fortuna, supo que la lectura le daba un lugar y un privilegio frente a la masa analfabeta. Como una condición: Tú sí, pero los otros no. Sin duda, su pasión fueron los libros, pero, aún más, la palabra. Tuvo bibliotecas de libros nuevos, suyos y de los otros; las formó a partir de registrar las librerías de viejo. Henestrosa fue un solo ser con el Centro de la Ciudad de México,
donde un día, con Vasconcelos, conoció el libro y lo hizo suyo. Fue lector nacido de la Revolución, encantado absoluto de su encuentro y hallazgo; a Henestrosa la lectura lo cambió, eso es totalmente cierto, por fortuna o por circunstancias.

Tal impulso parece una especie de prohibición actual, ¿por qué seguimos leyendo en un promedio tan miserable? Coincide el autor ixhuateco con Alfonso Reyes en eso de que no seremos realmente mexicanos hasta que la palabra no nos una. Es decir, la lectura nos hace. Y sí, pero cuando el futuro no sea solo de algunos. Hoy el indígena se recalca en la palabra, en el concepto; pero en el tiempo de Henestrosa, en los años veinte, no, sino que se hablaba de un ciudadano, un mexicano que vino en decadencia hasta hablar de literatura indígena, volviendo a separar lo que antes se quiso en la unidad y no en el concepto. Henestrosa no fue un lector indígena, sino universal: escribió en castellano con espíritu local —zapoteco— y en esa imbricación está la novedad, de tal manera que para nosotros seguirá siendo el más universal. En todo momento el nombre de Andrés Henestrosa suena a libros, bibliotecas, lectura, literatura y música. Dejó una lección: leer, leer, leer. Es curioso que su legado cultural, su condición lectora y de bibliotecas ahora se encuentren en la Ciudad de México, en Oaxaca y en Ixhuatán, y que su calidad sea nacional. Las personas, los libros y también las bibliotecas cumplen años, excelente sería celebrar los años de lectura, de las y los lectores.

¡Felicidades, Biblioteca Andrés Henestrosa!


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