Andrea Marichal. Memoria, sueño y tiempo
En toda colección, archivo o biblioteca, hay algo que siempre está escondido, pese a estar a la vista. El misterio de lo que conocemos y podemos consultar o leer o apreciar. En ese estar y en esa ausencia habita una de las grandes enseñanzas de la memoria.
Recuerdo que mi padre me dijo que su biblioteca empezó a formarse siendo un niño, el día que guardó el primer libro suyo en el buró de su habitación. Es decir, la memoria como un lugar y un vínculo tan personal con aquello que se atesora, que es algo que está por definición cerca y es valioso. Esa ilusión está descrita de manera inmejorable en la Oración del 9 de febrero de Alfonso Reyes, cuando en el sueño, al despertar, encuentra que está cerca de lo que sueña.
Un día, Juan Pascoe envió una foto y al fondo se veía un librero con una parte de la colección del Taller Martín Pescador. Un tesoro mayor que solo es dable conocer virtualmente. Quien conserve ejemplares de ese catálogo que los guarde como joyas. Somos testigos de cómo se construye ese catálogo a lo largo del tiempo, día con día, una obra tras otra.
Ahora que lo virtual adquiere la presencia de lo cotidiano en forma omnívora, ver en una pantalla algo importante de un acervo bibliográfico, por ejemplo, nos recuerda que no podemos ver lo real que está en los libreros de las bibliotecas que están cerradas. Es cierto, las bibliotecas lejanas también son espacios cerrados por la distancia, pero lo virtual abre puertas, de ahí su maravillosa e inagotable condición de estar a la vista.
Después de los sismos de 1985 viajé con Leonardo González a una reunión de archivos a Ottawa, organizada por Margarita Vázquez de Parga y los Archivos Públicos de Canadá, y una cosa que me sorprendió, entre otras, fue que era posible consultar en horas de la noche los materiales que reservaran durante las horas hábiles en los archivos. La luz de la lectura y el estudio en un espacio público en horas reservadas para el descanso y el sueño.
Hoy esa luz llega a mi memoria de la mano de Andrea Marichal González. Gracias a Andrea, a Cynthia Martínez y a Carlos Marichal fue posible ver una exposición exquisita: Poesía y vida de Pedro Salinas. Entre España y América, 1891-1951. ¿Qué veíamos? Una obra y la aspiración de conocer esa obra y una época y la posibilidad de acercarnos a la vida de un maestro, de un intelectual, de un gran poeta.
En una biblioteca asoma una gran promesa y en las colecciones la esperanza de su difusión y conocimiento perdurable. Esta pandemia nos recuerda esa obligación: conocer mejor nuestros acervos para estar verdaderamente en las mejores condiciones de difundirlos, para invitar a la lectura, al estudio y el disfrute intelectual y ratificar la cultura como refugio y horizonte. Tan elemental es la descripción que su ingenuidad como llamado parece tan sencilla como poder encontrar lo oculto a toda hora del día o de la noche.
El curioso que quiera hacer un repaso de las colecciones y acervos de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, de sus lugares de memoria, se sorprenderá —antes de reparar en su enorme riqueza de contenidos— en el breve espacio temporal en el que se ha construido y en el que ha hecho una monumental contribución a la protección de la memoria de México: el Museo Textil de Oaxaca, la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova, la Fonoteca Juan León Mariscal, el Museo de Filatelia de Oaxaca, la Biblioteca Henestrosa, la BS Biblioteca Infantil de Oaxaca, el Museo Infantil de Oaxaca y Adabi de México. En esas instituciones y con ellas otros innumerables proyectos: la Biblioteca Francisco de Burgoa y el Archivo General del Estado de Oaxaca, solo por citar dos muy relevantes.
En la sonrisa de Andrea Marichal al momento de seleccionar los libros y los documentos y las fotografías de su bisabuelo, el poeta Pedro Salinas, reposa perdurable una gran inspiración para todos quienes nos ocupamos de la salvaguarda del patrimonio documental y bibliográfico.