Adabi y los archivos eclesiásticos
Mi iniciación en los archivos eclesiásticos fue hace más de cuarenta años, siendo subordinado de Stella María González Cicero y Jorge Garibay en el Archivo General de la Nación. Si bien al poco tiempo me retiré de la institución para dedicarme a organizar archivos de comunidades religiosas y de causas de canonización, con el paso del tiempo la amistad con ellos se consolidó, haciéndome partícipe de sus proyectos y trabajos.
Es por ello que conozco a Adabi desde su fundación, hace veinte años. Y tomando en consideración el reducido presupuesto con el que trabaja y el escaso personal contratado, los logros de la asociación son realmente sorprendentes, no solo en el rescate y organización de archivos y bibliotecas, también en las tareas de restauración de libros y documentos, las actividades formativas, de promoción cultural y el amplio programa editorial. Sin duda, buena parte de su éxito se debe a la preparación profesional y técnica de quienes colaboran ahí y al entusiasmo y dedicación de cada uno.
La labor de Adabi ha fomentado la toma de conciencia sobre la importancia de los archivos y el hecho de que un gran número de los inventarios sean publicados permite valorarlos en el contexto global del patrimonio documental del país. Los de la Iglesia católica, desde el punto de vista de la misma institución, son importantes por la utilidad pastoral que tienen y porque se Adabi y los archivos eclesiásticos George H. Foulkes trata de su memoria histórica. Son también fuentes invaluables para adentrarse en la historia social y política del país y comprender diversos aspectos de la vida mexicana. Cabe señalar que, al haber sido las parroquias y los párrocos el centro de la vida social de las poblaciones durante la época virreinal y el siglo XIX, en los archivos parroquiales pueden encontrarse datos imprescindibles y únicos de carácter local o regional.
En lo que se refiere a los archivos eclesiásticos, para su clasificación y organización Adabi aplicó los criterios y esquemas que Stella María González y Jorge Garibay habían fijado en la década de los ochenta en el Archivo General de la Nación. El gran acierto fue que quienes iniciaron y desarrollaron el proyecto estaban familiarizados no solo con la técnica archivística, sino con la doctrina, legislación y estructuras de la Iglesia católica. Ya en Adabi, esto generó confianza en la jerarquía eclesiástica e interés por los servicios ofrecidos por la asociación.
Hay que destacar que entre lo realizado por Adabi se encuentra el rescate, clasificación e inventariado de cientos de archivos parroquiales, algunos diocesanos y unos cuantos de comunidades religiosas. Los inventarios publicados por Adabi son, en apariencia sencillos, pero no por ello dejan de tener gran utilidad, pues además de ser instrumentos de consulta que proporcionan a los investigadores el conocimiento básico de los contenidos, sirven para el control de los acervos, algo que frecuentemente descuidan los responsables de los archivos.
Ramón Aguilera y Jorge Garibay, en su muy útil Teoría y técnica para organizar los archivos de la Iglesia (2010), escriben, al final de la introducción, que en el capítulo 4 se abocarán a “La aplicación de la teoría archivística en los diversos tipos de archivos: diocesanos, capitulares, parroquiales y de comunidades religiosas”. Sin embargo, la única mención a los archivos de comunidades religiosas es en la página 89, donde escriben:
El caso de los documentos de los archivos de órdenes y congregaciones religiosas y los capitulares o del cabildo eclesiástico, se trabajan de la misma manera que el diocesano. Las secciones de las órdenes y congregaciones religiosas son: gobierno y pecuniario…
Y habría mucho más que decir, con las bases ya sentadas, y quizás lo podamos hacer más adelante en otra sede.
El que Adabi trabaje poco con archivos de comunidades religiosas se explica por la pobreza de los acervos históricos, las confiscaciones por parte del Gobierno en distintas épocas y la destrucción durante las guerras civiles y persecuciones religiosas en los siglos XIX y XX. En el mejor de los casos, algunos restos pasaron a formar parte de los acervos de instituciones civiles, como sucedió con los archivos de la Orden de Frailes Menores. Por otro lado, en los archivos recientes, son comunes dos realidades: que las comunidades religiosas sean renuentes a que personas ajenas vean sus archivos mientras que otras no muestran aprecio alguno por los documentos que han dejado de tener vigencia administrativa.