Boletín FAHHO No. 35 (Mar-Abr 2020)

A Nacho Toscano

Juan Manuel Herrera

Leí por primera vez un poema de E.E. Cummings gracias a un memorable Cartel de Poesía, que publicaba el área de cultura de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, allá en los primeros años de la década de 1980. Ese es un ejemplo, entre muchísimos otros, de la intensa y agradecible labor que hizo Nacho Toscano y su excelente equipo de colaboradores en sus años de la UAM-I, centrales para entender lo que a partir de entonces haría Nacho en otras instituciones culturales y por mucho tiempo.

Desde el 7 de enero de 2020, día en el que murió en el Instituto Nacional de Nutrición, todos quienes conocimos a Nacho Toscano hemos recordado su inmensa contribución a la cultura de México. Elvira García y Juan Villoro, entre otros, han redactado cariñosas estampas de la labor que Nacho realizó durante décadas en la UAM-I, en Sinaloa, en el Cervantino, en el Instituto Nacional de Bellas Artes, en Instrumenta, en Oaxaca. Un catálogo interminable de acciones a favor de la enseñanza y la difusión del arte, la música, la danza, la ópera, la poesía.

Un funcionario cultural con un colmillo retorcido para sortear las burocracias y conseguir los recursos que hicieran posible la puesta en marcha de proyectos ambiciosos, que desgranaron año tras año magníficas propuestas, con logros muy diversos, con públicos muy numerosos a lo largo de cuarenta años. “Era un funcionario excelente e imaginativo –recuerda Margo Glantz– nunca provocaba conflictos. Al contrario, los desanudaba”.

Un cartel con un poema de Cummings o un proyecto de la importancia de Instrumenta Oaxaca (miles de alumnos, más de cien composiciones musicales comisionadas, grandes maestros, innumerables conciertos), dan cuenta de la ambición y, sobre todo, de la conciencia que tenía Nacho respecto a la cultura como universo transformador de la vida de las personas y del cariño, admiración y respeto por el trabajo de los artistas, los escritores, los músicos, los bailarines, los cantantes, los poetas.

Como siempre ocurre –no puede ser de otra manera–, son legión quienes se beneficiaron de las ideas de Nacho Toscano llevadas a los escenarios, a las publicaciones y a los museos, a las aulas y a los pueblos, sin haberlo conocido, vamos, sin siquiera asociar su nombre a las décadas de promoción cultural que llevan su sello inconfundible. El público sale del cine sin leer los créditos de la película, ve una exposición sin reparar en quienes la hicieron posible. A un tiempo, Villoro subraya que “Ajeno a las ambiciones políticas y los dobleces de la grilla, apoyó a los artistas sin reclamar créditos para sí mismo”.

Hace casi cuarenta años, pregunté en la UAM-I a mi maestro, el doctor Hira de Gortari, a la sazón jefe del Departamento de Filosofía, ¿quién tenía a su cargo Extensión Cultural en la unidad? Me dijo el nombre de Ignacio Toscano. Fui a buscarlo a sus oficinas: me encontré con una suerte de garage o almacén –así lo recuerdo– con mesas de trabajo, papeles por doquier, libros. Me quedó la impresión de un saludable desorden, un laboratorio de ideas. Me recibió sonriente el propio jefe de Extensión Cultural, Ignacio Toscano, y lo felicité sin saber que lo seguiría felicitando por décadas, cada vez que tenía la fortuna de encontrarlo en la Ciudad de México y más tarde con mayor frecuencia en Oaxaca, en algún concierto o exposición auspiciados por la FAHHO, o en San Pablo o enfrente, donde leía los periódicos diariamente. Siempre con proyectos, siempre sonriente. En efecto, como recuerda Elvira García, con sus tarjetas en las que anotaba sus infinitas ideas para la promoción cultural en nuestro país. Lector de libros y de las noticias de cultura en la prensa, muy sensible a la rica y compleja realidad de la cultura y sus instituciones, y gran conocedor de varios mundos y épocas de la música, en alguna ocasión me pareció que Nacho podía leer también, como quienes conocen la gramática en el sedimento de una taza de café turco, los mensajes misteriosos en los hielos al fondo de un vaso Old Fashioned al terminar un trago de whisky.

Sabía traducir en acciones culturales esa comprensión del talento intelectual y artístico, tanto como observar sin ínfulas a los muy diversos públicos en un país como el nuestro. Hay que invertir en el ánimo de las personas, decía. 

Vamos a extrañar a Nacho Toscano.

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