EL ARTE DECORATIVO DE LOS ALTARES DEL BARROCO OAXAQUEÑO: TRADICIONES ANTIGUAS Y PROPUESTAS CONTEMPORÁNEAS
Para las comunidades oaxaqueñas, las formas decorativas del barroco ofrecieron un importante recurso para expresar su fuerte devoción, creando con ellas obras artísticas que no sólo conmovían, sino también servían como catalizadores de una vida social importante. Las iglesias se llenaban de altares con retablos dorados que fungían como reflejos de un mundo divino sublime, habitado por ángeles, santos y los miembros de la sagrada familia. El carácter tridimensional, las decoraciones profusas, el uso de diversos medios como la escultura y la pintura sobre madera y lienzo, y el oro o la policromía aplicados sobre toda la superficie convirtieron los retablos en los principales instrumentos para evocar sentimientos religiosos en los devotos. Durante la última década, la conservación de estas obras de arte del pueblo oaxaqueño ha sido una de las preocupaciones de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca.
En las iglesias oaxaqueñas, los altares antiguos se encuentran construidos contra la pared para poder sustentar los retablos (retablo viene de retrotabula, ‘tras el altar’). Aparte del altar mayor, pueden existir varios altares laterales con sus respectivos retablos. Estos altares pueden estar adornados con decoraciones florales y otras policromías. Después de los cambios en la liturgia de 1969, los altares cayeron en desuso; a veces fueron demolidos o modificados. En las restauraciones, los especialistas han tenido un especial cuidado en recuperar el aspecto original de los altares, siempre y cuando existan los vestigios y la población lo permita. Sin embargo, en el caso del retablo de la Virgen del Rosario conservado en la Capilla del Rosario de San Pablo de Oaxaca, se carecía del altar original. Este retablo de 1761 —de la mano del maestro Antonio Ramírez— fue desechado por su comunidad de origen en 2004 para dar lugar a uno de nueva hechura. Mediante un esfuerzo conjunto entre el INAH y la FAHHO fue recuperado, restaurado y coloca do en dicha capilla como un ejemplo educativo. Sin embargo, no sólo le faltaban las estatuas de los santos, las pinturas —que ya se habían perdido antes— y algunos atlantes o estatuas cargadoras —hoy reemplazadas por varas de metal—, sino también la mesa del altar, por lo que se tuvo que construir una mesa moderna. Desde su colocación en 2011, fue la intención del equipo restaurador cubrir esta mesa con un elemento decorativo, objetivo que finalmente se vio realizado en este año de 2016, cuando la artista Trine Ellitsgaard aceptó la solicitud de realizar una propuesta.
La integración de elementos modernos en las obras antiguas siempre se debe hacer con sumo cuidado y la mayor diligencia. Cualquiera que sea la solución ideada, esta siempre debe respetar, o incluso resaltar, la parte histórica, nunca sujetarla a la intervención como algo nuevo o no imitar lo antiguo. Estos principios rigieron la recuperación y restauración del monasterio de San Pablo en general y fueron aplicados de nuevo aquí. Para la decoración del altar, la artista se inspiró en los antiguos frontales o antipendios, piezas decorativas ejecutadas en tela o metal, colgadas sobre el frente del altar, y hechas originalmente para cubrir las reliquias guardadas allí. Puesto que el retablo cuenta con una gran cantidad de ornamentos, la artista ideó una cubierta de tela que se incorporara sencilla y armónicamente al resto de la estructura. Se pensó en el color rojo para integrarla con el bol, que subyace el dorado del retablo, así como con la predela —el banco del retablo— donde predomina este color. De igual modo, se deseó que el color de la tela presentara cierta irregularidad para evitar que el altar se apreciara como un bloque sólido de color, efecto que resultaría demasiado contrastante con la pátina del retablo. Para lograr este efecto heterogéneo, se encargó el teñido a la artista Maddalena Forcella. Tras varias pruebas de color a partir del tinte del palo de Brasil, Forcella alcanzó el color que lograba ligar la tela de lino con el resto del retablo. La elección del lino se debe a que es una tela que no se deforma fácilmente con el tiempo y su textura, rugosa, se integra con los lienzos en lino crudo que ocupan los espacios donde originalmente existían las pinturas del retablo. Por último, para establecer un vínculo entre el altar y el dorado del retablo, Liborio Apolinar Pérez colocó líneas rectas de hoja de oro que siguen el trazo de ciertas molduras doradas del decorado del retablo mismo y marcan las esquinas de la mesa. Con esta sutil intervención, quedó concluida la recuperación del retablo del Rosario. Agradecemos a Trine Ellitsgaard su generosa participación en llevar a buen término este último detalle de la restauración de esta muestra del Barroco oaxaqueño.