DIECIOCHO POR VEINTICUATRO: SEIS ESTUDIOS EN ÍNDIGO
Shibori es el término en japonés que se emplea para referirse al antiguo arte de crear diseños por medio de una serie de costuras, atados y dobleces en una tela previos al teñido de la misma. Para mí, el shibori es el lenguaje de las sombras, de los espacios intermedios entre el color y su ausencia. En un primer momento, la belleza del shibori parece subyacer en el color; sus suaves líneas tan características y bordes difusos provocados por el encuentro entre los atados y el tinte, nos hablan de la interacción entre el color y la tela. Sin embargo, conforme he avanzado en mi trabajo y creado una serie de costuras que se aprietan hasta formar un bulto compacto, me he sentido atraída por la cualidad de las piezas en ese estado aglomerado, tridimensional y con cuerpo, algodón inmaculadamente blanco en claro contraste con el rojo del hilo empleado en las costuras y amarres. Esta serie de seis estudios fue creada a partir del deseo de documentar las propiedades escultóricas de la tela. Por momentos, jugué con la idea de dejar las piezas permanentemente en ese estado (transformando así el proceso en término), sin embargo, ganó mi curiosidad por descubrir el diseño creado por las costuras.
Esta serie se enfoca en seis diseños de shibori: tazuna, mokume, chevron, ori-nui, kumo y karamatsu. Una vez terminados los procesos de costura y atado, fotografié detalladamente cada una de las telas. En ese momento, los textiles viajaron conmigo desde mi estudio en Reading, Pensilvania, al Museo Textil de Oaxaca, hermoso museo donde he tenido la fortuna de impartir talleres de shibori y donde he aprendido tanto como he compartido con mis alumnos.
La experiencia de enseñanza en el MTO me ofreció la primera oportunidad real de trabajar con tintes naturales. El índigo utilizado en el museo es producido en Santiago Niltepec, en la zona del Istmo, y se obtiene tras una muy ardua labor física en combinación con el conocimiento ancestral de los maestros añileros. Puesto que mi experiencia se centraba en el uso de colorantes sintéticos, me sorprendió (y me sigue sorprendiendo) la calidad del añil en la tela: color rico y vibrante que se vuelve más profundo tras una serie de inmersiones en la olla del baño, tan cuidadosamente procurada. La comprensión de la historia del tinte, y su transformación de planta a colorante, me hizo apreciar aún más su uso. La apariencia final de los textiles es mucho más rica, con tantas sutilezas que los colorantes sintéticos son incapaces de emular.
Cada textil se sumergió en el baño de índigo cinco veces. Posteriormente, cada pieza se desató y descosió de forma parcial antes de volverse a sumergir en un sexto y último baño para lograr una mayor variedad de tonos: desde el blanco brillante, pasando por el azul claro y hasta alcanzar el azul profundo. Entonces, las telas se desataron por completo y se montaron en soportes de 18 x 24 pulgadas. Me siento satisfecha de terminar esta serie y agradezco profundamente al Museo Textil de Oaxaca por introducirme a la belleza y a la magia del añil.