WILLIAM SHAKESPEARE: A LA LUZ DE CUATRO SIGLOS
Aunque sean pocos quienes lo crean, en la actualidad el teatro es capaz de revolucionar el mundo. Sin embargo, cuando el joven William Shakespeare dejó su pueblo natal de Stratford-upon-Avon para probar fortuna en Londres por el año 1580, dejando atrás a una esposa y tres niños, es probable que ni siquiera él se diera cuenta de los alcances de esa afirmación.
Inglaterra en ese momento estaba en el apogeo de la época isabelina, llamada así por la longeva reina Isabel, quien reinó por 45 años, más que la expectativa de vida promedio de uno de sus súbditos. Ese Renacimiento a la inglesa vio el florecimiento de las artes nacionales y la expansión de su imperio en ultramar, incluyendo la derrota de la Armada Invencible de España en 1588. En ese ambiente de peripecia y tumulto –el colega de Shakespeare, el dramaturgo Christopher Marlowe, fue apuñalado a muerte a la tierna edad de 29 años– se mezcló el joven bardo, convirtiéndose en actor, escritor y, con el tiempo, coproprietario de la compañía teatral Lord Chamberlain’s Men.
Afirmar que la flamante compañía gozaba de un repertorio envidiable sería un understatement típicamente sajón. Shakespeare escribió unas 38 obras de teatro, entre las cuales figura un elenco de nombres canónicos en la literatura universal. Hamlet, el príncipe que agoniza ante la necesidad de vengar el asesinato de su padre y quien afirma, siglos antes de Camus, que la verdadera cuestión para los humanos es ser o no ser. Otelo, el moro enceguecido por los celos, quien, engañado por el vil Iago, termina estrangulando a su amante Desdémona. Ricardo III, el jorobado rey maléfico que pierde su reino por un caballo. Romeo y Julieta, los amantes nacidos bajo estrella rival. Macbeth, paralizado por la culpa de haber matado para apoderarse del trono de Escocia (hasta la fecha, una vieja superstición impide a los actores pronunciar su nombre dentro de un teatro, refiriéndose en lugar de eso a “la obra escocesa”). El Rey Lear, personificación de la locura, la senectud y la autodestrucción. La isla encantada de Próspero en La tempestad. Y todo eso sin mencionar a las comedias: Sueño de una noche de verano, Mucho ruido y pocas nueces, Bien está lo que bien acaba, Como te guste, Las alegres comadres de Windsor. Al día de hoy, sus obras continúan siendo las más representadas a nivel mundial, sin rival.
Cuando los teatros ingleses cerraron temporalmente debido a un brote de peste bubónica en 1593, Shakespeare se puso a escribir sonetos. En total, escribió 154 de ellos, cubriendo la gama de temas eternales: la belleza (“¿A un día de verano compararte?/ Más hermosura y suavidad posees”); el amor (“La unión de dos almas sinceras/no admite impedimentos. No es amor el amor/que se transforma con el cambio/o se aleja con la distancia./¡Oh, no! Es un faro siempre firme…”); el paso del tiempo (“El tiempo transfigura las galas juveniles,/excava con sus surcos la faz de la belleza/y tiene su alimento en las raras naturas,/sin que nada subsista a su aguda guadaña”) y la muerte (“No llores por mí cuando haya muerto/y oigas las lúgubres campanas/anunciar al mundo que he partido/del vil mundo a morar con vil gusano”).
A la vez, adoptó el soneto petrarquesco al inglés, cambiando los endecasílabos por pentámetro yámbico y modificando la estructura de la rima para que encajara con un idioma dotado de una menor cantidad de palbras rimadas.
En cuanto al inglés, salió el más beneficiado de todos. Shakespeare acuñó centenares de nuevas palabras, junto con una serie de expresiones que se han vuelto parte del dominio común: tener un “corazón de oro” viene de la obra Enrique V, por ejemplo, mientras que “romper el hielo” proviene de La fierecilla domada y el privilegio de tener una reputación “sin mancha” de Ricardo II.
Gracias a la herencia del bardo de Stratford, la lengua de una pequeña nación insular del Atlántico Norte, y el verso en el que se expresaba, estaban listos ya para asumir su papel en el escenario mundial. Para aprender más sobre Shakespeare en el cuatricentenario de su muerte, así como de la riqueza de la tradición literatura anglófona, les invito a inscribirse en mi curso de literatura británica que impartiré en la Biblioteca Henestrosa a partir de la segunda mitad de agosto. Estén pendientes de la convocatoria.