Sobre arte, agua y otras formas de espejos
Como se sabe, la mirada humana es un artefacto histórico, contingente y funcional, así que probablemente, el mundo que trae a colación esté tejido de historias que son simulacros y reflejos.1 Quizá por eso, en la Antigüedad, el augur delimitaba con su bastón un espacio que llenaba con agua para observar el paso de las aves o de las estrellas, ese espacio se designaba como Templum —de donde proviene la palabra contemplar— y se le consideraba como un lugar sagrado, pues ahí se practicaba la observación del cielo buscando tener acceso a lo que los dioses o la naturaleza no dicen. Y quizá también por ello, la mirada revela una falta primordial humana: tener acceso a lo que no puede observarse ni decirse o pensarse; acceder a una conjunción que nos revela y nos abarca.2
El deseo de dejar aparecer la mâya, no la ilusión y la apariencia que observamos, sino el tejido del que está hecho eso que llamamos realidad, mantiene una doble relación con el mundo, al mismo tiempo visual y metafísica. Ese deseo parece estar asociado a lograr una especie de poder frente al mundo.3 En el antiguo Egipto tenían dos formas de sabiduría, una basada en la apariencia de lo que se observa y la otra, que estudiaba la naturaleza de los fenómenos para tener acceso a la forma en que pensaban los dioses. La mirada humana, sus reflejos y signos, oscilan entre la relación con lo tangible y un vínculo con lo que no tiene cuerpo.4
• • •
Primera imagen reflejada: El agua, siendo vehículo de una voluntad sutil e infinita, trae a colación la conciencia de transición inherente a la experiencia humana, y quizá también a la experiencia cuando deja de ser humana. Y funcionando como espejo trae a colación la posibilidad de darnos acceso a la mente y al mundo en el momento justo en que se convierten a sí mismos en deseo y en vida.
En 1993, Gabriel Orozco tomó una fotografía de una azotea inundada de agua, congeló el momento en que unas nubes se reflejan a sí mismas y, quizá, toman conciencia de que son agua y de que agua es nube. La fotografía de Gabriel Orozco fija y sostiene esas nubes estacionadas observándose a sí mismas en una metáfora de la mente y del mundo pensándose a sí mismos. Dar cuenta de que el mundo está en esa condición de autoconstrucción apunta también al deseo humano de acceder a la maquinaria que lo pone en marcha, a la conciencia que lo piensa.
En 2006, Anish Kapoor instaló, en el Millennium Park de Chicago, un objeto extraño de diez metros de altura y veinte metros de largo titulado Cloud Gate. Parecida a una gota de agua, o de mercurio, esta escultura distorsiona la imagen de los edificios del contexto urbano, el reflejo de las nubes y de las personas que se acercan, y quizá también distorsiona el paso del viento, el flujo del mundo y sus ideas, de lo visible y de lo no visible. Metáfora de un espejo que pudiera tomar consciencia de su función, esta obra podría considerarse un no-lugar que busca revelar la naturaleza de artificio que hay en la mirada humana y en la comprensión en general.
Distorsionar un reflejo para revelar una forma de mirar inesperada, buscando tener acceso a lo que normalmente no se observa, implica un riesgo, pues, como se sabe, el mundo de lo invisible es peligroso, pululante de seres; presencias y no presencias que se adhieren como el salitre a la experiencia y al mundo.
Entre 2010 y 2011 se instaló, en la costa del Mar de Barents, Noruega, una obra realizada en colaboración entre Louise Bourgeois y Peter Zumthor; un memorial en homenaje a las 91 mujeres que fueron perseguidas y sentenciadas por brujería, en juicios del siglo XVII. Esta obra consiste en un extenso pasillo de 122 metros de largo, construido dentro de una especie de capullo de seda, de fibra de vidrio, suspendido dentro de un andamiaje de madera. Dentro de ese pasillo es posible leer cédulas que narran la historia de cada una de las mujeres quemadas en la hoguera.
Al salir de ese pasillo se encuentra la obra de Louise Bourgeois: Los condenados, los poseídos, los amados; una construcción de acero y vidrio, en cuyo interior hay una flama eterna en una silla rodeada de espejos enormes. El visitante se observa en el reflejo entre fuego, y este se refleja a sí mismo como metáfora de la violencia y la agresión que implica el juicio y la diferenciación entre los seres humanos.
Quizá sea posible ver hasta dónde el mundo deja de ser visto, pero aún mira, y pierde toda esperanza de ver algo.5 En la construcción del Centro de las Artes de San Agustín, Etla, Oaxaca; el maestro Francisco Toledo dispuso varios espacios donde el agua funciona como espejo. En esos espacios, el paso del agua parece transcurrir como metáfora de transición, como un signo que se refiere a las formas que puede adoptar el continuo flujo que va configurándose en presencia y en vida, pasando antes por la aparición de un deseo productor de su propio objeto.
De ese flujo, el agua es una imagen. En la cultura zapoteca se vinculaba a Cocijo con el rayo, con la lluvia, con el transcurrir que se identificaba con cada una de las cuatro divisiones de 65 días del calendario, y con cada uno de los cinco puntos cardinales: oriente, poniente, norte, sur, cenit.6 El fenómeno al que alude Cocijo puede señalar también el movimiento del agua y de la vida, la emergencia del espacio y de la presencia, y referirse a lo que transcurre y acaba para iniciar de otra manera.
Se ha descubierto que a 600 km de profundidad, el agua separa sus moléculas para adherirse a cristales de algunas rocas, ahí el agua se vuelve sólida, pero no hielo sino mineral. Así continúa su vida, aunque ya no sea agua, sino tierra y minerales.
• • •
Segunda imagen reflejada: El agua, siendo vehículo de una voluntad sutil e infinita, trae a colación la conciencia de transición inherente a la experiencia humana y, quizá, también a la experiencia cuando deja de ser humana. Funcionando como espejo, trae a colación la posibilidad de darnos acceso a la mente y al mundo en el momento justo en que se convierten a sí mismos en deseo y en vida.
En un claustro, un techo, un parque, un memorial, en un espejo de agua, en cualquier charco, en las múltiples maneras en que se generan los reflejos, se revela que el mundo y la mente parecen ser la sensación que queda después de leer un libro, o de narrar una historia.7
(1) Calasso, Roberto. (2016). Ardor. Barcelona: Anagrama.
(2) Deleuze, Gilles y Guattari, Félix. (1985). El Anti Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia. Barcelona: Paidós.
(3) “El arte delimita un área y está definido solo en relación con el mundo, solo existe en el espacio del que se diferencia. El arte le confiere una identidad al mundo”. Walter Benjamin, 1917, Arte, signos y marcas
(4) Los caldeos decían que todos los seres divinos son incorpóreos, pero adoptan cuerpos por causa de los humanos, pues no podemos ver incorpóreos debido a la situación corporal en la que estamos los seres humanos. Y Proclo decía que todo dios es sin forma.
(5) Jabés, Edmond. (2006). El libro de las preguntas. Madrid: Siruela.
(6) Whitecotton, Joseph W. (2006). Los Zapotecos. Príncipes, sacerdotes y campesinos. México: Fondo de Cultura Económica.
(7) Calasso, Roberto. (1999). Ka. Barcelona: Anagrama.