La fascinación del alfabeto
Aprender a leer es una experiencia tan maravillosa, que quienes después se dedican a la literatura lo conciben como su verdadero nacimiento: “Lo más importante que me ha ocurrido” (Vargas Llosa), “Leer ha sido el mayor placer de la vida” (Savater). Y la mayor autoridad, Cervantes: “…y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles…”. Emilio Renzi recuerda en sus diarios: “Desde chico repito lo que no entiendo”, y continúa:
A los tres años le intrigaba la figura de su abuelo Emilio sentado en el sillón de cuero, ausente en un círculo de luz, los ojos fijos en un misterioso objeto rectangular. Inmóvil, parecía indiferente, callado. Emilio el chico no comprendía muy bien lo que estaba pasando. Era prelógico, presintáctico, era prenarrativo, registraba los gestos, uno por uno, pero no los encadenaba; directamente, imitaba lo que veía hacer. Entonces, esa mañana trepó a una silla y bajó de una de las estanterías de la biblioteca un libro azul. Después salió a la puerta de la calle y se sentó en el umbral con el volumen abierto sobre las rodillas… Vivíamos en una zona tranquila, cerca de la estación de ferrocarril, y cada media hora pasaban ante nosotros los pasajeros que habían llegado en el tren de la capital. Y yo estaba ahí, en el umbral haciéndome ver, cuando de pronto una larga sombra se inclinó y me dijo que tenía el libro al revés…
Es la fascinación del alfabeto a la que alude Alejandro de Ávila en la exposición Escribir con una aguja: la palabra en el textil del MTO, en referencia a las tejedoras de Tlazoyaltepec, Oaxaca:
A mediados del siglo XX las mujeres comenzaron a tejer cobijas y jorongos de tapicería. Desarrollaron para ello un esquema innovador de diseño, donde figuraban de modo prominente las letras. Con frecuencia las As y las Ts aparecían de cabeza en los jorongos,y las Cs, las Es, las Ps y las Rs se leían invertidas de derecha a izquierda. Era evidente que a las tejedoras les fascinaba el alfabeto, aunque no dominaran la escritura sobre papel. Otras prendas de Tlazoyaltepec lucían eses repetidas a lo largo de todo el lienzo, lo cual parecería una obsesión fonética si no se explicara como una seña de identidad: Santiago es el santo patrón de la comunidad. Las tejedoras jóvenes, más duchas en el conocimiento escolar, inscribían sus trabajos con topónimos memorizados de los libros de texto gratuito para educación primaria, como lo atestiguan los jorongos rotulados OAXACA MEXICO, TUXTEPEC y TEPIC, NAYARIT.
Aunque llegué a la primaria sabiendo leer, guardo con inmenso cariño un ejemplar del libro de primer año. Unas cuantas palabras inaugurales dan cuenta de la magia de las letras: Oso, Dado, La Sala, Tito, La Pelota. Las ilustraciones y los dibujos en el libro, logrados y didácticos –es imposible olvidar al Oso, que se asea así, o que el Dado es de Aída–, se deben a diversos artistas: Alberto Beltrán, Jorge Best, Angel Bracho, Antonio Cardoso, Enrique Carreón, Andrea Gómez, Rafael Jarama, Manuel Salinas, Rosendo Soto, Raúl Velázquez, Mariana Yampolsky y Juan Madrid (quien también cuidó la edición).
Abre y cierra el libro un abecedario haciendo giros por toda la página, como llevado por un viento propicio. Las ilustraciones citan alegremente a una muñeca de trapo vestida de azul, un león amarillo de madera cuyas patas delanteras giran, un gallo muy colorido de barro, un pescado colorado, una mulita de Corpus Christi y un toro embistiendo como embisten las galletas, en una danza de juguetería.
Acaso por eso me emocionó tanto una de las piezas de la bellísima exposición del Museo Textil de Oaxaca, en la que Mercedes Echeverría, bajo la dirección de Juliana Contreras –en junio 10 de 1875–, nos regala un abecedario, números arábigos y romanos, con una cenefa de flores y, en equilibrada composición, símbolos religiosos y motivos antiguos que no acuden en forma casual o improvisada: gallos, motivos florales, mariposa y ave, una corona, un noble perro, un panal con abejas zumbando y un cristrograma (Jesús Hombre Salvador). La riqueza simbólica de la pieza nos invita a felicitar a doña Juliana y a su muy adelantada aprendiz. Todo en el conjunto invita a leer.
Otra pieza hermosa da testimonio de que “lo hizo la Señorita Dolores Yáñez y Flores. Año de 1865. Dedicado a la Señora Doña Antonia Corveto de Ponce. Mi querida Protectora”, y sigue una numeración del 1 al 20. ¿Tenía 20 años la joven Dolores? ¿Y se enfatiza que cada año es importante en esa amorosa protección?
Juanita Bancells sólo acota mensajes simbólicos a su carta alfabética, en un belleza de pieza textil. Una suerte de catálogo tipográfico de hermosa factura.
En otra, el mensaje es todo poesía y cancionero antiguo, el verso es lo más valioso: “Mi (corazón) yo te mando, ábrelo con esa (llave) / Mi última palabra al morir será tu nombre. Amor eterno no me olvides”.
No nos extrañe, entonces, señala no sin razón De Ávila, que el cañamazo sea un formato favorito para trazar abecedarios, acertijos y sentidos poemas des- de siglos atrás: Muchos poemas, tanto de tradición oral como del repertorio de los poetas de élite, desarrollan el tópico del retrato de la amada dibujado en el corazón del amante, según se puede apreciar cuando se abre el pecho del enamorado tras su muerte por amor. Petrarca, Cervantes, Lope de Vega, Moreto, John Donne y muchos más autores explotaron el motivo, en paralelo a una tradición oral que ha preservado versiones en toda España, en Hispanoamérica, en Portugal y en Brasil, resume José Manuel Pedrosa (“Acta poética” 26 [1-2], 2005).
El viejo encanto que liga al texto con el textil sigue vigente, constata felizmente Alejandro de Ávila, y al pasear por el Museo Textil de Oaxaca y admirar la exposición Escribir con una aguja: la palabra en el textil, lo único que uno desea es: aprender a leer otra vez.