ACEQUIA. EL SAQUEO DEL PASADO
No recuerdo cuándo fue la primera vez que vi, admirado y feliz, a los caballitos de La Palestina. Era un niño. Mi padre trabajaba en el edificio Edison, en el número 15 de las calles de Gante, en la Ciudad de México, es decir, a unos pasos de la tienda que inició, en 1884, Juan Rosales Ortiz, zacatecano, para vender artículos de “guarnicionería para jinetes”.
Creo que con mayor claridad que la escultura patriótica o histórica, aún de la mitológica o de la religiosa, esas figuras tan bien logradas pertenecen sin distinción a una sociedad, son arte público. Hay quienes cada Día de la Raza, 12 de octubre, se plantan frente a la espléndida escultura de Colón, en Reforma, para legítimamente indignarse por el curso de cierta época de la historia del mundo. Hay quien pasa indiferente frente al Caballito de Tolsá, y lo considera una referencia, sin la menor noticia de Carlos IV. La mayoría no sabe ni le interesa quiénes son los personajes que dibujan cierto relato histórico en el Paseo de la Reforma, emblema del Centenario, también saqueadas. La obra del Palacio Legislativo del Porfiriato fue transformada por Obregón Santacilia en un gran monumento a la Revolución, y ahora la fuente en la llamada Plaza de la República hace feliz a niños y familias de tarde en tarde.
Como sea, el inmenso panteón cívico hecho escultura carece de la naturalidad y el extraño estar fuera de lugar y tiempo de aquellos caballitos, que a un tiempo quieren ser hipocampos. La Palestina está en un cruce difícil de desconocer: 5 de mayo y Bolívar, Allende si se quiere precisión. Hace unos días robaron una parte del conjunto. Como cada vez, en innumerables ocasiones que he pasado por ahí, me han hecho feliz, su desaparición me hace infeliz, me causa desasosiego. Llegué a mi casa y busqué un libro en el cual refugiarme: El saqueo del pasado, de Karl E. Meyer. Y una frase en la introducción fue suficiente: “¿Existe un interés público en lo que ocurre en las obras de arte?”. Ésa es, según creo, la pregunta que ponen en la mesa los malandrines que no robaron a Colón ni al Juárez de la Puerta Mariana, ni al Carlos IV de Tolsá, sino a unos hermosos caballitos que dieron felicidad, al menos a mí, en una esquina por tanto tiempo en la Ciudad de México.
Desde el mirador de ADABI de México es una pésima noticia en la que no hay lugar a la indiferencia. Es cierto, el edificio de La Palestina es del Banco de México, que se ha preocupado por la buena conservación de sus inmuebles, y no menos por sus acervos artísticos, documentales y bibliográficos. Acaso sea una oportunidad inmejorable de reflexionar acerca del saqueo del pasado.