Boletín FAHHO No. 28 (Ene-Feb 2019)

BIBLIOTECA ANDRÉS HENESTROSA: XV ANIVERSARIO

María Isabel Grañén Porrúa

Querido don Andrés:
Sí, otra vez soy yo, María Isabel. Escribo esta carta porque hoy me hubiera gustado invitarte a comer y platicarte tantas cosas que han sucedido. Sí, por supuesto tendría listo un buen whisky, no lo olvido, aunque, claro, también podría ofrecerte un mezcal. Quisiera volver a escuchar esas aventuras fabulosas que solías contar con una gracia inigualable, eras un Sherezado que nos tenía maravillados cuando nos describías escenas deslumbrantes con imágenes elocuentes y cargadas de poesía. Boquiabiertos ante el mundo zapoteco y huave, nos transportabas después por las calles de la Ciudad de México, a tus encuentros con José Vasconcelos y Antonieta Rivas Mercado, saboreábamos también tus desayunos en el Sanborns de los Azulejos o la deliciosa comida del Istmo que nos describías. Nos hechizabas con tus palabras, eran un canto de humor e ingenio.

Pues bien, don Andrés, hoy celebramos los quince años de la apertura al público de tu biblioteca, el gran tesoro acumulado durante tu vida, ese que te inspiró y se hizo parte de ti. Gracias, Andrés, porque tu decisión fue acertada, tus libros han fortalecido a las nuevas generaciones de poetas, escritores, lingüistas, historiadores y bibliotecarios de Oaxaca. No son páginas cerradas, son veneros que nutren el alma.

Sí, en esta hermosa casa que recorriste con un beso pintado en la mejilla el día de la inauguración, han sucedido eventos increíbles. Todas las semanas tenemos cursos, conferencias, conciertos y exposiciones, nos reúne la palabra, el arte y la cultura, celebramos la poesía, la gráfica, la caricatura, la música, la historia, el pasado y el futuro.

Recuerdo muy bien cómo forjamos aquél sueño, fue un domingo que te pregunté: “¿Qué vas hacer con tu biblioteca?…”. Convencido me contestaste: “Quiero donarla al pueblo de México, pero no sé cómo”. Entonces respondí: “Confía en mí, don Andrés”. Como si en el libro del destino estuviera escrito, aceptaste. Cibeles y tus nietos estuvieron de acuerdo en que la familia Harp Grañén se encargara del asunto. Sin esperar las grandes ayudas que jamás llegaron, nos pusimos a trabajar. Y para lograr el anhelo, supe desde el primer momento quién era la persona indicada para echar a andar los motores. Hablé con Freddy Aguilar y jamás le pregunté, sólo le dije: “Te necesito, urge que hagamos el inventario de la biblioteca de don Andrés Henestrosa. Empecemos por la de su despacho en la calle de Motolinía en el Centro Histórico de la Ciudad de México. La parte más sustanciosa está en su casa, y también tendremos que ir a la de Tlacochahuaya”. Freddy se subió en el tren sin pensarlo dos veces y, cada vez que nos veíamos, me contaba de los avances y de una cantidad de anécdotas dignas de la biblioteca de don Andrés. Freddy logró meter más de cuarenta mil ejemplares en cajas y guardó cientos de historias en su corazón.

Mientras tanto, el ayuntamiento de la ciudad de Oaxaca puso a disposición una bellísima casa ubicada en la esquina de la calles Porfirio Díaz y Morelos, que requería ser restaurada. La Fundación Alfredo Harp Helú asumió el 50% de la inversión y la operación completa del proyecto. En siete meses logramos dejar lista la planta baja, con todo y libreros.

El Servicio Panamericano de Protección se encargó de trasladar gratuitamente las cajas del Distrito Federal a la ciudad de Oaxaca. Un tráiler blindado de treinta toneladas se estacionó frente a la Casa de la Ciudad, la calle de Porfirio Díaz estaba bloqueada al paso por otros dos camiones de seguridad bancaria. Los policías armados bajaron de sus vehículos, la gente pasaba asombrada, preguntaban: “¿Qué pasa?…, ¿qué traen?…”, pues algo increíble: libros. Se abrieron las puertas del camión, vimos las 630 cajas flejadas que llenaban el tráiler hasta el tope. El personal del Servicio Panamericano me comentó: “Nosotros acostumbramos transportar valores, billetes y monedas, pero estos libros representan un valor mayor”. Así fue, el entusiasmo se contagiaba, era cierto, entendimos tu mensaje, Andrés: “Yo he querido que esta riqueza quede en la ciudad de Oaxaca, a la que pertenece por ser yo nativo de este ilustre estado, que tantos hombres distinguidos ha dado a México, y entre los que se encuentran modelos que quise emular, a sabiendas de que me enfrentaba con enormes dificultades para alcanzarlo. Un sueño, el penúltimo que tengo, que deseo ver realizado”.

El anhelo se cumplió justamente el día de tu cumpleaños 97. Organizamos una gran fiesta llena de color y alegría. No sé de dónde salieron tantas paisanas tuyas del Istmo. Como siempre, llegaron bellísimas con sus trajes despampanantes de flores, sus joyas y su boca pintada de grana. Te abrazaban, te besaban y una de ellas dejó la huella de sus labios en tu mejilla, era como un trofeo, caminabas erguido, pleno en medio de un jardín de mujeres hermosas. Recorriste los pasillos satisfecho. Así lo hiciste notar en las palabras inaugurales.

Pues bien, don Andrés, han pasado quince años y tu biblioteca ha sido un lugar de encuentros para la reflexión y el arte en Oaxaca. Seguiremos cuidando de ella en manos de Freddy Aguilar, que ha sabido reproducir muy bien las semillas aquí depositadas y que ahora florecen también en las bibliotecas infantiles de la Fundación Harp. Por ello, este día de celebración, en el que han venido tantas quinceañeras y amigos, es merecedor hacer un reconocimiento a un hombre que ha entregado su vida a los libros, siempre dispuesto a ayudar de la manera más respetuosa a las bibliotecas y a los lectores de los lugares más apartados. Ese ángel guardián y discreto se llama Freddy Aguilar, para quien pido un fuerte aplauso.

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