Boletín FAHHO No. 8 (Sep-Oct 2015)

CEREMONIA DE AGRADECIMIENTO EN TLACOCHAHUAYA

Mireya Olvera Sánchez

Entre objetos antiguos, esculturas, cuadros, pequeños altares y también muchas otras cosas que se utilizan en las celebraciones, frente a una mesa y a una pantalla plana de circuito cerrado, el sacristán mayor Severiano apuntaba en una libreta cada detalle de lo que iba a ser la celebración de agradecimiento al señor Alfredo Harp Helú y a su esposa María Isabel por la restauración del templo de Tlacochahuaya. Rodeado de las personas que asumían el compromiso, me dijo: “Entonces, quedamos el martes, nos confirma la hora y cuántos invitados vienen”. Ya habían traído unos refrescos para compartir, darle formalidad a sus palabras y cerrar el trato. “Estamos pensando recibirlos en la puerta del atrio con música de banda. Por eso no hay problema, aquí en el pueblo lo que más tenemos son músicos y bandas. Luego viene la presentación y las palabras de agradecimiento, primero de la autoridad municipal y luego nosotros los sacristanes. Queremos ofrecerles lo mejor de lo que se produce en nuestras tierras. Unas canastas con chilitos de agua, adornadas con ajos y unas servilletas bordadas. Por supuesto, les queremos ofrecer un reconocimiento escrito y uno grabado en vidrio. Como es una celebración, acostumbramos bailar y regalar fruta y dulces. ¿Usted cree que quieran bailar? Unas nieves de leche quemada con tuna, sorbete o limón, no pueden faltar. Queremos darles una sorpresita al entrar al templo. Es que ya hablamos con Soledad, para que los reciba con un concierto de órgano. Con ese ambiente recorrer el lugar, subir al coro y ver todos los detalles de la restauración. Luego a comer. El lugar ideal es el patio del exconvento, ponemos unos tablones y sillas, manteles y adornos de papel picado y listo. Podemos mover los monos de calenda a los arcos y que nos sirvan también de adorno. Bueno, aquí vamos a necesitar el apoyo de las señoras, tenemos que armar la cocina. En la parte de afuera colocamos unas carpas de lona y hacemos los fogones. Colocamos anafres, carbón y comales. El menú: un tobalá para empezar, guías de flor de calabaza, tasajo, empanadas y memelitas. Agua, refrescos y cerveza. Mejor que durante la comida no haya música, para poder platicar a gusto. Al terminar podemos tomarnos una foto del recuerdo”.

Llegó el día del festejo, todos estábamos un poco ansiosos, las señoras vestidas con sus trajes impecables, con las canastas bien arregladas, la banda de música en su lugar, las niñas con los dulces, el muchacho de la nieve, las autoridades… Alguien gritó: “¡Ya llegaron, que empiece la música!”. Y como si fuera magia, la planeación se hizo realidad. Parecía que era la hora del adiós. Después de tantos años de trabajo, por fin culminaba con esta fiesta de agradecimiento y cerrábamos con broche de oro, pero no, la cosa no terminó ahí. Al ver el facistol y el barandal del coro, hechos con la técnica de taracea que se hacía en Villa Alta, los Harp se dieron cuenta de que eran piezas únicas y no estaban restauradas.

“Merecen restaurarse”, dijeron. Así que inició de nueva cuenta otra etapa de este proyecto.

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