“TRABAJO CON MI OJO Y MI CORAZÓN”
Busqué a Lilia Pascual Feliciano para que me contara sobre su salud y su experiencia como tejedora. Su más preciado instrumento de trabajo, sus ojos, habían sido afectados y tenía el riesgo de perder uno de ellos. Lilia había escuchado que la Fundación promovía una campaña para operaciones de cataratas con el doctor Kuri, así que le comentó a su clienta, María Isabel Grañén, si la podría apoyar porque tenía un tumor y necesitaba una operación en su ojo. La Dra. Grañén dio instrucciones para que se atendiera la salud de Lilia.
Ya la habían operado cuando me contó esta historia, justo le acababan de dar la buena noticia de que su ojo se había salvado y que pronto se recuperaría; el pequeño tumor que tenía había sido benigno y todo quedaría en el pasado rápidamente.
“¿Estás contenta?”, le pregunté. “Cómo no he de estarlo si yo trabajo con mi ojo y mi corazón –respondió–, no puedo trabajar sin mi ojo y es lo que más me gusta en la vida”. Con cara sonriente y alma tranquila Lilia me contó cómo es su trabajo; que no sólo es tejer rebozos o huipiles, es también cultivar el gusano de seda para tener material de primera calidad para elaborar todo tipo de textiles.
“Comienza con los huevecillos, se ponen en un periódico y van naciendo como hormiguitas, van creciendo y comen hoja de morera. Los cuidamos, les quitamos la mugre, los besamos, les cantamos y apapachamos porque ellos nos van a dar de comer. Son como nuestros hijitos, por eso les cantamos para que estén contentos”. En ese momento comienza a cantar una hermosa canción en zapoteco, me recuerda un poco las canciones de cuna que las mamás les cantamos a los bebés. Quisiera seguir escuchando, pero interrumpe y dice: “Así les cantamos y comen mucho, muchos kilos, siempre están comiendo. Los mejores capullos salen cuando se les da de comer lagexibin, ‘cucharilla’, con eso crecen bonito y la seda se pone transparente. El agua se echa en la cazuela donde se pone a hervir la seda. Una hora se cuece la seda”.
Cuando el gusano forma el capullo se convierte en mariposa, pero se muere después de poner sus huevecillos. La seda se obtiene cuando el capullo se enrolla con un malacate, un palito que hacen girar despacio, estirando las hebras para formar un hilo. Hay quienes utilizan el torno eléctrico para facilitar el trabajo.
“Para montar el urdimbre, primero se peina la seda con atole de masa hirviendo y luego se usa el machete de madera –nos cuenta Lilia– luego se teje, se lava y se plancha”. Le pregunto cuánto tiempo lleva más o menos el proceso. “Cinco semanas para que crezca el capullo, una semana para que salgan las mariposas, una semana en el suelo reposando, un día para cocer en agua, dos días secando al sol y según la prenda con la puntada de rapacejo: tres meses el rebozo, cuatro meses un mantel, seis meses un huipil, dos meses una bufanda, dos meses una blusa, nueve meses una colcha. Mi trabajo es diferente, es más fino que otros, hay muchos que tejen, pero no como yo —afirma sin falsa modestia—. Por eso cuando me salió el grano en el ojo me puse muy triste, tenía mucho miedo, pero todos los días doy gracias a Dios de que me topé con alguien que entiende mi trabajo; que compra las prendas que más tiempo de elaboración llevan”, concluye.