HÉROES DE LA TRADICIÓN: ALFARERÍA RUFI
En la exhacienda de Santa Rosa, de la ciudad de Oaxaca, existe un taller alfarero que se resiste a desaparecer. Su marca registrada es Alfarería Rufi, en honor a Libia Rufina Luis Revilla, quien junto con su marido Mateo Hernández Santiago han formado a jóvenes alfareros, elaborando loza contemporánea, preservando la técnica tradicional.
Alfarería Rufi abre las puertas de su taller para mostrar su historia por medio de la innovadora loza que elaboran. El recorrido es provocador, el maestro Mateo va platicando sobre ese Oaxaca desconocido para algunos, donde había más de cincuenta talleres alfareros repartidos por el centro de la ciudad. Con preocupación afirma que en su ramo quedan sólo cuatro alfarerías. Recuerda cuando se mandaban miles de lozas de distintas calidades a todo México. Relata que entonces no se usaba papel, se envolvía con hoja de plátano y se amortiguaba con pasto en canastos de carrizo.
Todo lo va contando mientras muestra dos hornos de gas, tornos grandes, “arañas” para apilar piezas durante la quema. Pareciera un taller industrial, las piezas salen perfectas, pero no existe ningún molde en todo el taller; hay un joven tornero dándole acabado a unos vasos, y otros dos jóvenes esmaltando piezas, con colores radiantes y libres de plomo.
El taller tiene un salón grande, donde se están secando cientos de piezas antes de ser esmaltadas, todas del mismo tamaño. No hay ningún defecto, parecen hechas por máquinas. En un rincón hay tazones “chocolateros” tradicionales, que llevan pintadas unas flores como margaritas. Los choca entre ellos y suenan como si fuera una campana. Son inquebrantables. Explicó que esos tazones son tradicionales, y que no hacen más por la competencia con los precios. Al usar horno de gas y esmaltes de mejor calidad, se incrementa hasta tres veces el costo de esas piezas, en comparación con las que se encuentran en los mercados de Oaxaca. Cuando iniciaron, quemaban en horno de leña y sólo hacían esta loza tradicional. Doña Rufi era decoradora y don Mateo tornero. Hacían “loza chorreada”, se llamaba así porque usaban óxido de plomo y al momento de la cocción se escurría por fuera. Hacían hasta cincuenta gruesas (doce docenas) en doce días. Antes no se usaba el plástico y menos el unicel, por ello el apogeo de la alfarería oaxaqueña.
Al fondo hay una habitación que funciona como tienda, donde tienen exhibidas las piezas terminadas, ahí contaron más sobre su andar en la cerámica. Rufina y Mateo se conocieron en el taller del señor Felipe Jiménez, y fue en 1976 cuando decidieron formar una familia. Dos años después emprendieron con su propio taller alfarero. Ahí empezó la aventura de descubrir el mundo de la cerámica, partiendo de la tradición alfarera. Rufina narra que ella difundió el trabajo del decorado de margarita: “Es un poco difícil pintar la margarita, pero con dedicación y esmero nada es imposible. En ese tiempo me daban un peso por cada gruesa de loza que pintaba, con eso era suficiente porque el dinero valía. Ganaba quince pesos diarios, era mucho dinero. Tenía la habilidad de decorar diez gruesas en un día”, recuerda Rufina, la decoradora.
Don Mateo refirió que fue en 1992 cuando conocieron los esmaltes, y fue cuando cambiaron el óxido de plomo por los esmaltes sin plomo, pero fue una etapa difícil, porque la gente no estaba acostumbrada a ese tipo de loza. Sin embargo, llegaron a contratar hasta diez jóvenes torneros, que trabajaban y estudiaban. “Siempre me ha gustado dar clases, mi mayor ilusión y esperanza es dejar una semilla sembrada en jóvenes, que aprendan el oficio, es algo que queda para siempre. Yo aprendí sin un maestro, ojalá alguien me hubiera dicho cómo hacerlo”, asegura Mateo, quien también se considera el alfarero más viejo de la ciudad de Oaxaca. “La idea y las ganas siempre estarán. Aunque ya nos dejó el camión, mi viejo se siente joven y con ánimo de enseñar a los jóvenes para que no se pierda esta tradición alfarera”, concluye doña Rufi. Apoyemos a estos héroes de la tradición alfarera, visitando su taller para adquirir una loza moderna, llena de tradición.