¡CÍSCALO, CÍSCALO, DIABLO PANZÓN! EL VAGONCITO JUGUETERO MIO
En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.
Pablo Neruda
Dice Alberto Manguel que “los juguetes son la herramienta de la memoria”, pues es muy seguro que, al pensar en estos pequeños objetos, se nos venga a la mente ese favorito cuyo paradero tal vez ya desconozcamos, pero que nos acompañó por horas y horas en aquel cuarto de juegos que pudo haber sido un parque, una banqueta o nuestro rincón preferido bajo la sombra de un árbol, y ya fuese acompañados o con amigos, nos mostraba a través del juego cómo funcionaba el mundo allá afuera, mientras creábamos nuestras propias reglas a la hora de jugar.
Es por eso que en MIO quisimos regresar a esa diversión que sólo el juguete tradicional podía brindar, así que pensamos en crear una estación itinerante que pudiera llevar estas memorias colectivas a los niños, niñas, padres, abuelos y todo aquel que quiera sumarse. El vagoncito juguetero transporta en su interior sonajas labradas de Pinotepa para los jugadores más pequeños; para aquellos más habilidosos y con mejor tino, el balero, el trompo y el yoyo, o las canicas que hacen recordar a los adultos frases como “chiras pelas”, “zafín zafado nunca perdonado” o “císcalo, císcalo, diablo panzón”. No olvidando los juegos de feria y nuestro gusto por el vértigo, podemos balancear al maromero, intentar derrotar a nuestro adversario con un duelo de boxeadores de madera, dejarnos llevar por la ilusión óptica de las tablitas mágicas con listoncitos y colores, armar un buen escándalo con el sonido de las matracas o inventar una historia para las muñecas de trapo y los peluches.
Parte de la magia que tiene el juguete tradicional se encuentra en los materiales con los que se realiza. Algunos son extraños, pero se prestan noblemente para su función; por mencionar algunos, está la versatilidad que ofrece la madera del pino para poderse convertir en un trompo, balero o yoyo, los frutos del árbol de la jícara transformados en sonajas labradas por artesanos que desde niños aprenden a labrar jugando, o las canicas de diferentes tipos según su color y diseño, como las agüitas, ojos de gato o lecheras, usadas también para las matatenas y que en más de alguno despertaron un espíritu de coleccionista.
Este proyecto podrá ser visto y disfrutado en el Museo Infantil de Oaxaca, expoventas, parques y escuelas, para volver a gozar de una tarde de juego.