EL TIMBRE POSTAL COMO SELLO DE NUESTRA GENERACIÓN
Pertenezco a una generación que, por fortuna, pasó gran parte de su infancia lejos de aparatos electrónicos. Nuestra cotidianidad estaba marcada por salir a jugar en la calle con los vecinos del barrio.
Y fue en mi infancia cuando se dio mi primer contacto con el timbre postal. Pasaba largas temporadas en un pequeño pueblo de la Sierra Juárez de Oaxaca, un lugar donde en el verano podían transcurrir semanas sin que la lluvia cesara. En esos días nublados nuestra mayor alegría era cuando mi tío, que trabajaba en Correos de México, volvía de la ciudad. Su regreso significaba tener entre nuestras manos cuadernos con hojas repletas de timbres.
Todos los primos tomábamos un cuaderno y veíamos el diseño de las estampillas, con la yema de los dedos palpábamos el dentado de cada uno, los olíamos y jugábamos a la ofici-na postal. Porque en el pueblo la oficina postal era un sitio muy concurrido, la encargada nos dejaba pasar tiempo ahí, nos conformábamos con estar en ese lugar donde olía a tinta, a papel y también a humedad, porque así huelen las casonas viejas en la sierra y ésta era una con enormes ventanas y vista al hermoso Palacio Municipal de Talea de Castro.
Para los nacidos en la década de 1980, el acercamiento con el timbre se dio también a partir de las cartas que recibíamos. En casa revisábamos las de mis papás por ver el timbre que traía pegado el sobre, cada cumpleaños recibíamos una carta de mi abuelo y por mucho tiempo guardamos sobres con sellos.
En la adolescencia llamó mi atención el MUFI. El día que leí “Museo de Filatelia” en un periódico no sabía qué era la filatelia, aunque había estado en contacto con este arte de manera natural.
La curiosidad me llevó a conocer este espacio y la sorpresa fue grande, porque había un club para niños donde podías coleccionar las estampillas, todo aquello con lo que habíamos crecido estaba en un espacio digno y podías encontrar todos los timbres imaginados: los de flores, edificios, paisajes, dibujos animados, medios de transporte, etcétera.
También encontrabas a grandes personajes que visitaban este espacio, ahí conocí a Eduardo del Río “Rius”, un historietista que mi papá admiraba y por lo tanto compraba casi todos sus libros y revistas. Pero no hablé con él hasta una vez que comencé a trabajar como reportera en el periódico El Imparcial. En las pláticas se desbordaba y contagiaba su amor por el arte filatélico.
El MUFI no sólo representa un espacio donde el timbre postal es el protagonista, con exposiciones impecables, con una curaduría y montaje que despiertan el interés de distintas generaciones en un objeto, ese objeto que, para muchos, al conservarlo sin darse cuenta representó el inicio de una colección. ¿Por qué? ¿Cuántos de nosotros guardamos sobres solamente por el timbre?
No podemos hablar del MUFI sin hablar de su encantadora tienda, donde lo mismo cabe la gráfica, timbres postales, sellos, lacres, libros, agendas, stickers y un sinfín de herramientas que harán que uno se anime a escribir una carta.
Porque el arte postal, como el arte de la fotografía análoga, no debe perderse, no queda más que desearle: ¡Larga vida al timbre postal! ¡Larga vida al papel! ¡Larga vida al MUFI!