Boletín FAHHO Digital No. 57 (Dic 2025)

Ángeles y arcángeles. Las huestes celestiales en Antequera

Héctor Palhares
Los Siete Arcángeles en la Catedral de Oaxaca y san Uriel en Santo Domingo de Guzmán

En la historia de la cultura, los “seres alados” han acompañado inexorablemente el destino de la humanidad. Los pueblos agrícolas buscaron en ellos una forma de enlazar los planos celestial y terreno. En la tradición monoteísta, este modelo aspiracional, que nos corresponde por carecer de dicho atributo, dio lugar a la fascinante galería de las huestes angélicas. En el siglo V, el Pseudo-Dionisio Areopagita elaboró la mística nomenclatura de la Jerarquía celeste:

La primera jerarquía o suprema es la que se encuentra en contacto directo con Dios: serafines (rayos ardientes que ejecutan los castigos divinos); querubines (cabezas de infantes alados); y tronos (o ruedas del carro del Sol).

La segunda jerarquía o media, que preside las comunidades humanas, está integrada por virtudes (ejecutoras de las leyes divinas); dominaciones (gobernantes de los espíritus angélicos); y potestades (quienes coadyuvan a las virtudes en el ejercicio de gobernanza).

Al final, la tercera jerarquía o inferior, en comunicación directa con los seres humanos, se vincula con los principados (figuras de guerra o combate); arcángeles (representantes divinos con misiones determinadas); y ángeles (custodios individuales y mensajeros).

En el prolífico arte de Nueva España, y de la antigua Antequera en particular, estas dos últimas categorías revolotean en fachadas, retablos, tallas escultóricas, artes aplicadas y ajuares domésticos. Sin embargo, es en la pintura donde alcanzaron su mayor cometido.

A lo largo de las ocho regiones de Oaxaca encontramos su iconografía en los templos, muchos de ellos beneficiados mediante importantes programas de restauración y conservación impulsados por la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, cuyo compromiso con la salvaguarda del patrimonio oaxaqueño ha permitido rescatar valiosas manifestaciones del arte sacro. Nos ocuparemos ahora de imágenes angélicas en frescos, tablas y lienzos donde, en pie de igualdad, conviven reconocidos artistas —como Andrés de Concha, Simón de Pereyns, Marcial de Santaella o Miguel Jerónimo Zendejas—, con excelsos pinceles anónimos.

San Miguel en Macuilxóchitl y san Gabriel en Santa María Tiltepec

En la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de Oaxaca destaca el lienzo firmado por Santaella: Los Siete Príncipes de Palermo con la Santísima Trinidad (ca. 1726) que exhibe a los arcángeles canónicos y apócrifos de la Iglesia bajo tutela trinitaria. Con estilizadas anatomías y magnífico cromatismo, la lista comienza, de izquierda a derecha, con Sealtiel, quien une sus manos como símbolo de la unión gozosa con Dios; Uriel, con espada que evoca la luz divina; Gabriel, la fortaleza de Dios, con lámpara y espejo en mano; Miguel, el Jefe de los Ejércitos Celestiales, con el estandarte que simboliza su lucha contra el Mal; Rafael, la medicina de Dios, con el pescado que evoca la curación de la ceguera del padre de Tobías; Jehudiel, con la corona que alude al éxito en las labores espirituales y la penitencia; y, finalmente, Baraquiel, con las flores en su regazo como símbolo de las bendiciones derramadas sobre la humanidad. Sobre este artista, explica la investigadora Fátima Halcón: “Uno de los rasgos que caracteriza a la pintura novohispana de los siglos XVII y XVIII es la influencia de Rubens. Su impronta se dejó notar en todas las escuelas, incluida la oaxaqueña. Uno de los maestros del siglo XVIII que adoptó sus esquemas compositivos es Marcial de Santaella […]”.

Cercana en composición y de autor por identificar, Los Siete Príncipes con la Santísima Trinidad, que cuelga en el muro lateral derecho de la iglesia del antiguo convento para damas nobles indígenas de los Siete Príncipes de Oaxaca, imprime la majestad angélica con visos dorados y preciosistas telas. Aquí, Miguel lleva el estandarte con la Inmaculada Concepción de María, precondición de la Mujer vestida del Sol a la que habrá de asistir para vencer a la bestia de siete cabezas, como lo describe san Juan en el libro del Apocalipsis. Su factura es similar al hermoso pero muy deteriorado lienzo anónimo, sito en el templo de San Pablo Apóstol de Mitla.

Destacables son, sin duda, las pinturas arcangélicas que engalanan el retablo guadalupano del Templo de Santo Domingo de Guzmán en la capital antequerana. Firmadas por José de Páez, muestran elegantes soluciones en el tránsito del Barroco al Neoclasicismo; aquí aparecen Baraquiel, Gabriel, Sealtiel y Uriel flanqueando a la Virgen del Tepeyac. Espejo iconográfico del retablo de la Virgen del Rosario, en el mismo inmueble, donde Rafael sustituye a Sealtiel en el conjunto, así como de uno de los paneles laterales de la portentosa iglesia de Santa María Tiltepec, en la región mixteca.

Un interesante conjunto, en esta ocasión realizado al fresco, se descubre en la nave mayor del templo de San Mateo Apóstol en Macuilxóchitl. De manos indígenas y mestizas, desde una suerte de herradura invertida nos miran los seres divinos con vivos colores y hermosas fisonomías. El protagonista, como capitán y máxima figura de las huestes angélicas, es sin duda el arcángel san Miguel, cuyo patronazgo se exalta en innumerables localidades del estado: San Miguel el Grande, San Miguel del Valle, San Miguel Amatlán, San Miguel Tlacamama, San Miguel Piedras, San Miguel Tilquiápam, San Miguel Arcángel en Tlalixtac de Cabrera, San Miguel Tecomatlán, San Miguel Huautla, San Miguel Tequixtepec, San Miguel Tixá, entre otras.

San Miguel en Tilquiápam y san Rafael en Tlacochahuaya. Fotografías: Héctor Palhares

En otros ciclos pictóricos, los ángeles acompañan pasajes marianos, cristológicos, hagiográficos y bíblicos, como en los espléndidos templos de Santo Tomás en Ixtlán de Juárez y San Mateo en Capulálpam de Méndez. Asimismo, en la Mixteca alta, la impronta del sevillano Andrés de Concha, en colaboración con Simón de Pereyns, nos legó los cuerpos retabulares, las esculturas y las magníficas tablas de Santo Domingo Yanhuitlán y San Juan Bautista Coixtlahuaca. Sus arcángeles de la Anunciación, especialmente, corresponden a la mejor tradición pictórica del Manierismo en Nueva España. Caso muy notable es también la Iglesia de Santa María de la Natividad en Tamazulápam del Progreso, que incluye algunas tablas de la autoría de Concha, acompañadas de los monumentales lienzos del patrocinio de la Virgen y de san José, los cuales llevan la firma prácticamente imperceptible del reconocido maestro poblano Miguel Jerónimo Zendejas.

Para finalizar esta somera revisión del cosmos angélico oaxaqueño, resulta oportuno aludir a uno de los inmuebles religiosos de mayor envergadura, por derecho propio, en la región de los Valles Centrales: San Jerónimo Tlacochahuaya. No solamente se despliega su iconografía en retablos, esculturas y motivos a lo largo de la iglesia. Es en el coro alto donde los tres arcángeles pintados al fresco en las pechinas (el cuarto, lamentablemente, se ha perdido), se vuelven una experiencia inmersiva de color, movimiento, musicalidad y regocijo. Allí, entre flores, macetones y pequeños querubines, el espectador puede observar, en plenitud, la presencia de las huestes celestiales en la Tierra.

Este universo de ángeles y arcángeles sigue vivo gracias al empeño de instituciones como la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, que, al cuidar el patrimonio, mantiene viva la herencia artística y espiritual de las comunidades de Oaxaca.


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