Por eso…

En una de las últimas reseñas que dejaron en nuestro perfil de Google, acompañado de un espléndido “5 estrellas”, escribieron que tenemos un maravilloso espacio dedicado a los juegos de mesa, una exquisita selección musical y un personal de lo más lindo, atento y servicial. Nótese que a esto último no le agregué las cursivas porque sería ponerlo en entredicho, y para nada lo está.
Agradecemos que quienes nos visitan se tomen el tiempo para hablar de su experiencia en la librería. Aún más, se agradece que hoy día se den un momento para visitar una librería, sea esta o la de una calle abajo, o la de dos calles arriba. Se agradece el gesto de cruzar la puerta con curiosidad, sin saber qué se va a encontrar, o a qué se entra, en realidad: ¿es esta una biblioteca? ¿Puedo sentarme tres horas a leer el libro y luego dejarlo en su sitio e irme en paz? ¿Puedo entrar con mi café y dar la vuelta admirando los pasillos con una iluminación imposible (a veces bien, no siempre mal)?
No nos cansaremos de ver entrar en invencible carrera a pequeñas que huyen de sus papás, y luego a los papás que las persiguen a carcajadas, pues ya se han instalado en el tambor a leer con pasión todo lo que esté a su alcance y que puedan jalar ellas mismas.
Tampoco serán suficientes los tíos y las abuelas que, felices mecenas, dicen a sus cachorros: “Vamos, escojan lo que quieran leer, esta vez pago yo, ya les tocará a ustedes invitarme luego”: duren, en verdad, y contagien ese espíritu a las personas cercanas.
Este año ha sucedido, como tantos, atizado con maltrato, angustia, quiebre, violencia, sí, tristemente; pero también con ternura, aprendizajes, amor, amaneceres frescos y luminosos que nos hacen pensar que todo esto que hacemos —compartir libros, organizar conciertos, prestar oídos y hombros, inaugurar exposiciones— valdrá la pena. Por eso seguimos.

Es por ello que, aunque sucedan cien cosas tras bambalinas, dejamos los juegos de mesa en el tambor, para que las chavitas que no entran a clases —porque no están de humor para entrar a la clase de cálculo— vengan a jugar gato, o conecta cuatro, y se tuerzan de la risa y resuene toda la Librería. Por eso ponemos flores lindas cada que podemos, para que te tomes una selfie, para que mandes una recomendación, para que presumas que nos visitaste, o nada más para que te recuerdes que también los espacios de libros son jardines. Por eso ponemos en aleatorio la lista de música, para que cuando estés en la Sala Azul (o Juvenil, o de Clásicos, llámala como quieras) y escuches una cumbia, muevas los hombros y agarres de la cadera a tu acompañante y hagan como que están en una pista de baile. Por eso, aunque Juanito, don Paco, Rolando, Alex, Monse, Cristhian o Jess, estén un poco tristes, tal vez angustiados, o quizá con la vida atravesándoles el cogote, sin duda subirán al mesanín por el libro sobre marxismo, o se treparán a la escalera para bajar La Odisea, o abrirán alegremente dos, tres o cuatro ejemplares hasta que encuentres el libro de recetas saludables que quieres obsequiar.
Este año la Librería Grañén Porrúa cumplió veintiséis años. ¿Se imaginan cómo sería si fuera una muchacha? Inteligente, graciosa, estridente, llena de datos curiosos para compartir con quien quiera escucharla; o un muchacho al que le gusta andar descalzo por la casa, o recogiendo flores en la calle e inventando historias sobre el espacio. Veintiséis años en el corazón de esta ciudad, aguardando a que la descubran con sus pisos de colores, con sus estantes de cedro.
Por eso, por permitirnos estar este tiempo recomendándoles títulos, organizando mesas de poesía, círculos de lectura, ofreciendo los libros de editoriales independientes o emergentes; por dejarnos formar parte de sus lugares favoritos, por tener esa tarjetita de cliente preferencial: ¡Gracias! Es por ustedes, lectoras, lectores, que esta librería sigue viva.