Boletín FAHHO Digital No. 56 (Nov 2025)

Aquí, y en todo el mundo, se levanta el sol con todas sus heridas

Omar Fabián Rivera
Presentación del poemario Se levanta el sol con todas sus heridas en la Henestrosa. Fotografía: Acervo de la Biblioteca Henestrosa

La poesía de Moisés Villavicencio Barras desarma el discurso xenófobo desde lo emocional, lo cotidiano y lo ancestral. Nos recuerda que detrás de cada deportación hay un árbol arrancado, una lengua perdida, un hijo sin madre, un cuerpo marcado por el exilio.

La lectura del libro permite una reflexión crítica sobre las políticas migratorias, no solo las del presidente Donald Trump, sino las ejercidas por gobiernos de ultraderecha que han perseguido a los migrantes de países que ellos mismos han oprimido, colonizado o saqueado en el pasado —el caso más notable en este momento tal vez sea el exterminio de la población de Palestina a manos del Estado de Israel—; marcadas por el racismo institucional, la criminalización de migrantes y la separación de familias.

El autor, como cofundador de la revista literaria Cantera Verde, ya ha desempeñado un rol central en el fortalecimiento de la poesía en Oaxaca. Este libro reafirma su compromiso con una poesía que se planta frente al dolor de su tiempo, que escucha a los enfermos, a los migrantes, a los silenciados, a los locos, a los animales, a los niños.

Su obra nos recuerda que en la sociedad el poeta es un curador de la memoria comunitaria; un mediador entre el pasado y las urgencias contemporáneas; y, sobre todo, un sembrador de semillas en tiempos de sequía espiritual y social.

Villavicencio Barras escribe con una sensibilidad desgarrada por la separación, la distancia y la pérdida. En poemas como “Vuelo de regreso a casa” o “Reacción”, el tema de la migración aparece como movimiento físico y fractura del yo: el migrante es un ser en tránsito constante, desarraigado, con zapatos que “caminan, hambrientos” o que “patean puertas” como un “caballo enfermo de sí mismo”.

En esta obra, el poeta logra conjugar dos fuerzas que rara vez conviven con equilibrio: lo espiritual y lo concreto. Es una poesía que no aspira al efectismo emocional o al sentimentalismo; es, por el contrario, una poesía que convierte lo cotidiano en símbolo, sin despojarlo de su carne.

En el poema “Luz”, la pérdida del primer idioma —la lengua originaria o materna— se vuelve emblema del despojo identitario al que muchos migrantes son sometidos. La imposibilidad de transmitir una palabra sagrada, que “no representa ningún objeto”, subraya cómo la migración no solo arranca a las personas de sus tierras, sino también de sus signos, sus nombres y sus raíces.

Lo notable es que sin necesidad de proclamarse “literatura regional”, cada poema lleva impreso el ADN de Oaxaca: su lenguaje visual, su herencia oral, su cosmovisión que vincula a los vivos con los muertos, al pan con la sangre, o al perro con el trueno. Sin embargo, esta raíz nunca deviene localismo. Por el contrario, lo oaxaqueño se vuelve aquí emblema universal: los padres, los hermanos, los animales, el barro, las lluvias, los objetos mínimos, son portadores de una ética poética que resiste al desarraigo desde la ternura.

A pesar del dolor, la voz poética nunca se rinde. Hay una pulsión de vida que insiste, como el sol que “se levanta cada día / con todas sus heridas”.

Las imágenes poéticas son profundamente físicas y terrenales: raíces, alas de libélula, barro, polvo, pan, hojas, veneno, mar. Estas metáforas no ornamentan, sino que permiten sentir. Conectan al lector con un universo sensorial que dialoga con la cosmogonía mesoamericana, la vida campesina y la memoria oaxaqueña.

Aunque muchos poemas remiten a experiencias íntimas (la muerte de una mascota, la relación con el padre, la infancia), el yo poético siempre se abre hacia lo universal. Se siente una vocación ética: el poeta no escribe únicamente para sí, sino para todos los que “siguen caminando, como árboles sin raíces en el mundo”.

Desde la disposición gráfica de los textos hasta la elección de tipografía, márgenes y espaciados, la edición de Finishing Line Press demuestra un respeto por la respiración del poema. El diseño es limpio, sin adornos ni interferencias, lo cual permite que cada poema se despliegue en su ritmo propio, como si el lector estuviera frente a una página manuscrita por la memoria misma.

Se levanta el sol con todas sus heridas es un libro que canta con una voz firme y compasiva. En un mundo cruzado por migraciones, pandemias, pérdidas y fronteras —visibles e invisibles—, este libro es un lugar de sosiego en la oscuridad. En sus páginas, la poesía cumple uno de sus más altos deberes: recordarnos la dignidad del dolor, la belleza de lo quebrado, y la posibilidad —aunque sea tenue— de volver a casa.

Carece de exhibicionismo poético. Su fuerza reside en lo contenido, no en lo explícito. Cada imagen está destilada. Nada sobra. Sabe dialogar con el dolor sin caer en la catarsis fácil. Hay sufrimiento, pero no hay dramatismo. Hay compasión, pero no autoindulgencia.

Es un libro que se sostiene en el tiempo. No necesita de coyunturas políticas ni de tendencias estéticas para reclamar su lugar. Es un libro que uno puede volver a leer diez años después y seguirá hablando de lo esencial: la herida, el viaje, la luz.


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