“Solo un poco aquí”*

A veces siente uno que lo que quiere escribir ya ha sido escrito por otro, por otros, antes o muchísimo antes. Es la experiencia propia al escribir, hoy, sobre la muerte.
Tengo siempre presente (como una de esas ideas que continuamente lo rondan a uno) que Heidegger concibe a la muerte como la posibilidad más individual del ser humano: no hay nada que sea más nuestro en tanto que seguro, en tanto que real; la muerte es una experiencia que, si bien todos los seres vivos estamos sometidos a ella, se nos da solo a cada uno en lo particular.
Nadie muere con otros, aun si ocurre en la misma circunstancia, en el mismo momento. Tampoco nadie muere (al menos no naturalmente) porque otros han muerto, aún si, como el príncipe Hamlet, quisiéramos arrojarnos a la fosa donde han depositado el cuerpo del ser amado. Porque si la conciencia de la muerte propia nos genera infinita desazón —por decir lo menos—, a veces pareciera que la muerte de quienes amamos es una experiencia todavía más temida por vivir.
A lo largo de la historia de la poesía los seres humanos hemos tratado de expresar esa experiencia de tantas maneras. Con tantas aristas. La hemos leído desde tan diversas aproximaciones, y al encontrar-nos en su lectura, muchas veces nos damos cuenta de que el autor eligió las palabras que quizá nosotros no encontramos para poder expresarnos. Contemplar a la amada inmóvil y agonizar con su agonía como sintió Amado Nervo; desesperar con la conciencia cierta de que este río de la vida indefectiblemente irá a dar a la mar que es el morir, como lo escribiera Jorge Manrique al despedir a su padre; o vivir los días más largos del tiempo al presenciar cómo la vida del mayor Sabines languidecía… como nos legara, en uno de sus más hermosos poemas, Jaime, su hijo.
La partida de quienes amamos es un golpe bajo, seco, contundente. Ante eso no hay escapatoria, no hay huida ni evasión posible. Es uno de esos dolores que nadie nos puede evitar porque esa conciencia de orfandad, ese soltar la mano que la nuestra asía para poder caminar por la vida, tal vez sea una de las realidades más complicadas de afrontar. Quizá la más desoladora… justo como dijera Xavier Villaurrutia: como ese mar sin viento ni cielo / mar sin olas, desolado.
En estos días de principios de noviembre que Oaxaca se engalana como cada año, es ineludible repensar a la muerte. Y en cada esquina, en cada evento, casi en cada hogar, en el montaje mismo de una ofrenda, estamos invitados a mirarla de nuevo desde la tradición, desde lo que nos anima en este impulso vital oaxaqueño para vestirla de fiesta y no para ahondar en los abismos a los que nos hemos asomado al despedir a uno de los nuestros.
El Centro Cultural San Pablo participa de esa algarabía generalizada y de las tradiciones de estas fechas. Con la colocación de nuestra ofrenda nos unimos a la conservación de nuestras tradiciones y a la preservación de la memoria de aquellos que han partido. Con la exposición de la obra del maestro Carlomagno acerca de la muerte refrendamos nuestra vocación por el apoyo y difusión del trabajo de uno de los artistas emblemáticos y más queridos en nuestro estado; y con cada una de las actividades académicas y lúdicas buscamos brindar los espacios para la reflexión y propuesta de nuevas miradas sobre la muerte.
Aún así no basta del todo. No basta la fiesta, ni la algarabía, ni la preservación de las tradiciones o las propuestas para hacer una reflexión adulta y documentada sobre el fenómeno de nuestras celebraciones de difuntos. Hace falta construir y recuperar esos espacios de reflexión íntima, personal, donde podamos mirarnos humildemente y reconocer, con nuevos ojos, a la muerte próxima, a la muerte-maestra que tiene mucho que decirnos acerca de cómo vivir, porque ella sí que sabe de finitud. Solo en ese espacio personal podrá susurrarnos al oído una frase que un día seguramente ella misma me dijo (a través de un buen amigo): “Así es esto de vivir, se muere”. No hay más. Si, como dijo el célebre príncipe-poeta tezcocano, todos habremos de irnos, usemos bien este cortísimo tiempo, asegurando para el día de nuestra muerte la conciencia cierta de haber vivido. Esperamos que el CCSP contribuya en ese camino.
*Verso de un poema de Nezahualcóyotl