El uso de cintas adhesivas en los libros y su impacto en la conservación

Documental FAHHO
Durante años, en muchas bibliotecas y colecciones particulares, las cintas adhesivas han sido una herramienta común para resolver los problemas cotidianos: desde reparar una página rota hasta colocar una etiqueta de identificación. Lo que pocas veces se considera es el daño que este tipo de materiales puede causar a largo plazo.
Entre los materiales más utilizados se encuentran la cinta transparente de celofán, la cinta de embalar, la cinta masking, las etiquetas adhesivas comerciales e, incluso, el esparadrapo (cinta médica adhesiva). Aunque se aplican como una solución práctica, estos materiales suelen usarse de forma improvisada para resolver daños físicos o escribir números de inventario, especialmente en el lomo o la portada de los libros.
El problema es que, con el tiempo, estos adhesivos envejecen, se degradan y se oxidan. En este proceso, sus componentes químicos —particularmente los plastificantes y las resinas sintéticas— se vuelven inestables. La capa plástica de la cinta suele despegarse, pero el pegamento se queda adherido firmemente al papel o a la encuadernación. Esta oxidación provoca que el adhesivo cambie de color, se vuelva ácido y se impregne casi de forma irreversible en las fibras del soporte. El resultado son manchas profundas, zonas rígidas o quebradizas, y residuos que, además de difíciles de eliminar, atraen polvo, humedad e incluso insectos. En algunos casos, estos residuos quedan tan integrados al material que ni siquiera pueden eliminarse por completo con tratamientos especializados, lo que dificulta la lectura o manipulación del contenido.
En el Taller de Conservación y Restauración Documental de la FAHHO hemos trabajado con diversos ejemplares que presentaban cintas adhesivas, siendo las cintas de celofán y las etiquetas comerciales las más comunes, generalmente para escribir títulos y números de inventario. Aunque entendemos que esta práctica fue llevada a cabo con buena intención por parte de sus antiguos propietarios y guardianes —quienes buscaban ordenar o identificar los libros—, hoy sabemos que este tipo de acciones resultan muy perjudiciales para su conservación.
En estos casos, la labor del restaurador implica mucho más que quitar una cinta: requiere observar cuidadosamente el estado físico del libro, determinar el tipo de adhesivo, aplicar métodos seguros para su retiro y, en muchos casos, estabilizar las zonas debilitadas antes y después de la intervención. Es un trabajo delicado que exige conocimiento técnico, precisión manual y, sobre todo, respeto por la historia material del objeto.
Por eso, si alguna vez tienes un libro que necesita atención, lo mejor que puedes hacer es evitar cualquier tipo de cinta adhesiva. En su lugar, protégelo del polvo, guárdalo en un lugar seco y pide apoyo a un especialista si es necesario repararlo. A veces, lo más importante no es arreglar de inmediato, sino conservar adecuadamente. Cada intervención debe hacerse pensando en el futuro, porque cada libro o documento que conservamos es también una parte viva de nuestra memoria colectiva.