Costuras y comPOSTURAS

Quisiera hacerte una pregunta: ¿a qué edad aprendiste a coser un botón, uno que se le haya caído a una camisa? Podría parecer una pregunta absurda, y mientras algunas personas podrían responder que aprendieron desde muy jóvenes, quizá haya otras que digan que aprendieron ya en su adultez. También podría haber alguien que aún no sepa cómo se hace y, en un extremo, tal vez existan quienes nunca hayan tocado una aguja e hilo en su vida. No, no es descabellado decir esto último. Recientemente estuve en San Pedro y San Pablo Ayutla hablando sobre esto y me confirmaron que sí, era verdad. Yo aprendí a sostener una aguja a punto de entrar a la universidad, pues aparecía en la lista de materiales que debía llevar conmigo a una de las etapas del examen de admisión. La noche anterior a mi examen, me acerqué a mi mamá para pedirle que me enseñara a anudar el hilo luego de enhebrarlo en la aguja para anclar la puntada inicial. Honestamente, no recuerdo a detalle ese momento del proceso de admisión, pero no he olvidado la forma que me mostró mi madre para anudar el final del hilo.
A lo largo de la historia de la humanidad, hacer reparaciones menores en la ropa que usamos todos los días ha sido algo cotidiano. Antes más que ahora, las prendas se remendaban en caso de una rotura, se parchaban si había agujeros, se hacían más grandes o más chicas para pasarlas a algún pariente, se les quitaba la parte mejor conservada para reusarla sobre una nueva tela, se recortaba para crear otra cosa, o bien, si el tejido de la prenda en cuestión ya no daba más de sí, se tomaba como trapo para la limpieza del hogar. Una misma tela podía pasar por las manos de varias personas e, incluso, podía abrazar a varias generaciones.
Tanto las telas como la ropa han sido bienes muy preciados: no se trata únicamente de la confección de una prenda, también intervienen el cultivo de la fibra que la compone, su procesamiento, la realización del hilo, la preparación del telar, los momentos del teñido y del tejido, así como la distribución de la tela y, después, de la prenda final. Alguien podría decir: “Bueno, pero mi ropa es de poliéster, no tiene nada que ver con el cultivo de una fibra, además de que el hilado, el tejido y el teñido están hechos por máquinas; es un proceso rápido y no tan complicado”. Tendría dos argumentos a una nota de esa índole: 1) el procesamiento del petróleo y del poco plástico que se puede reciclar para fabricar ropa de poliéster también tiene un costo elevado, especialmente en términos ambientales y, sobre todo, por las personas que trabajan a costa de la explotación para satisfacer una gran demanda que, al final, no se refleja en un ingreso justo para sus familias. 2) El estilo de vida que involucra la elaboración y uso de tejidos hechos con fibras artificiales y sintéticas no tiene más de 150 años de antigüedad: tan solo un parpadeo cuando lo comparamos con los miles de años que han pasado desde que la humanidad empezó a procesar las fibras en forma de hilos y cordeles. De hecho, la comercialización popular de las telas de poliéster comenzó apenas en la década de 1950. Durante miles de años fue imprescindible saber reparar una prenda en casa, pues la adquisición de ropa nueva significaba un monto económico nada despreciable. En el caso de los tejidos hechos a mano, una prenda nueva requiere, además, de bastante tiempo de elaboración.
¿Cómo es que olvidamos algo que fue tan común durante milenios? Una de las razones es el sistema que trata continuamente —y por todos los medios posibles— de convencernos de que comprar, usar y tirar es muestra de un estilo de vida exitoso, en el que nos vamos a ver bien en todo momento y seremos aceptados en la sociedad. Existe una presión, especialmente en las personas más jóvenes, para siempre portar lo más nuevo y eso conlleva una segunda presión: tener suficiente dinero para comprar de manera constante. Puede parecernos una ganga encontrar una playera nueva a un precio muy bajo, pero pensemos: si estamos pagando esa cantidad por tal prenda, ¿cuál habrá sido el sueldo de las personas que estuvieron involucradas en su elaboración? Porque de algún lado y de algún modo esa cantidad de horas de trabajo debe ser pagada.
Esto no se trata de satanizar a todas las personas que usemos alguna prenda que provenga del sistema conocido como “moda rápida”. Hay un amplio abanico de razones por las cuales alguien decide o se ve orillado a comprar ropa de ese estilo. Se trata de tomar conciencia y aprender a alargar la vida útil de lo que guardamos en nuestro armario. El acervo del MTO también nos sirve para entender estas prácticas. Vemos tiras bordadas por separado en los huipiles de Yalálag para conservar esa labor aún si el resto de la prenda se daña. Encontramos rebozos remendados, con más o menos cuidado, para evitar que un agujero se hiciera más grande. Apreciamos los edredones (quilts) conformados a partir de la unión de múltiples retacitos de tela. Nos deleitamos con las texturas de las puntadas del sashiko japonés, empleadas para dar mayor cuerpo y resistencia a una tela ya frágil y vulnerable. Ante las múltiples debacles que se ciernen sobre nuestro planeta (en términos ambientales, políticos, sociales y económicos), ¿qué haremos si cada vez se vuelve más difícil (y costoso) adquirir ropa nueva? A menos de que estemos en condiciones de crear nuestras propias prendas (desde el cultivo de la fibra hasta la confección), nos quedarían dos opciones: aprendemos a componer nuestra propia ropa, o bien, tendremos que aprender a componer la ropa que hallemos de segunda mano. En cualquier escenario, será necesario recuperar las habilidades que nuestras familias preservaron durante milenios, si es que queremos seguir cubriendo nuestros cuerpos de forma digna y creativa. Para que esto suceda, te invitamos al Museo Textil de Oaxaca todos los martes entre las 16:30 y las 18:30 horas para que en grupo aprendamos y compartamos estrategias que nos permitan seguir habitando nuestro mundo.