Ajedrez en San Pablo(y en la vida)

Parece sensato afirmar que lo más complicado de la vida es, precisamente, vivirla. Obviamente con ello nos referimos a vivirla de la manera más fructífera posible, que a nuestro juicio podría concretarse al generar “más vida” a nuestro alrededor: con quienes vivimos, con quienes trabajamos, con quienes estudiamos, ¡vaya!, con quienes la compartimos. Lo cierto es que la vida, esa que experimentamos cada día al despertarnos, presenta retos distintos para cada persona, con decisiones que cada uno debemos tomar ante situaciones diversas… Estemos o no preparados para ello.
Es aquí cuando nos damos cuenta de la importancia de prepararnos, de aprender a desarrollar nuestro pensamiento estratégico lo más pronto posible. Es aquí cuando reconocemos la necesidad de conocer a fondo el espacio donde nos movemos y los elementos con los que contamos para lograr nuestros objetivos. Situaciones tan disímiles, como un nuevo trabajo o la conservación de una relación de pareja, requieren de esas habilidades. Sin embargo, aun si lo anterior pudiera sonar sencillo, si consideramos cuán difícil es llegar a conocernos de manera suficiente, cuanto más lo será el poder dominar los múltiples escenarios en los que nos movemos.
Nuestra naturaleza racional debería ser la principal promotora de ese dominio y en consecuencia de nuestra calidad de vida. El razonamiento lógico y el desarrollo de nuestras capacidades estratégicas podrían ser dos de las herramientas imprescindibles para poder enfrentar la vida de mejor modo. Sin embargo, al existir como seres sentipensantes —palabra usada por Eduardo Galeano para describirnos —, la lógica de nuestra racionalidad no solo no puede regirnos de manera total, sino que siempre estará mediada, para bien o para mal, por nuestras emociones.
Quizá nos sirva imaginar la vida como una partida de ajedrez. Podemos llegar a conocer muy bien el tablero, ser conscientes de las piezas que tenemos, cómo se mueven y cómo no se pueden mover. Podemos generar pensamiento estratégico a partir de un objetivo concreto, e incluso tener la posibilidad de conocer a nuestro oponente de tal suerte que hasta imaginemos cuál será su siguiente jugada. Y, sin embargo, las emociones no resueltas o mal configuradas que estemos viviendo en el momento del juego, podrían ser la fuerza definitoria de su resultado.
Claramente necesitamos del pensamiento lógico, de la disciplina, saber de cabo a rabo las reglas del juego y seguirlas por respeto a nuestro oponente y a nosotros mismos. Creo que todos sabemos que necesitamos imaginar siempre nuevas jugadas, generar estrategias únicas para sorprender con un juego creativo y bien calculado. Y pese a dominar todo lo anterior, si no desarrollamos una estrategia bien diseñada en el manejo de nuestras emociones, podemos perder la partida aun siendo grandes jugadores.
Indudablemente el rigor y la disciplina de pensamiento que exige jugar una partida de ajedrez es útil para la vida. Por ello hemos promocionado, desde el Centro Cultural San Pablo, la práctica del ajedrez con un tablero de juego, además de convocar a un torneo de ajedrez entre los campeones de las universidades con mayor trayectoria en nuestra ciudad. Asimismo, quisimos reflexionar sobre el valor de cada decisión que tomamos, a partir de nuestra visión estratégica sentipensante, en el tablero del ajedrez. Y, por supuesto, en ese otro tablero —mucho más importante—, el de la vida misma.