Boletín FAHHO Digital No. 51 (Jun 2025)

La ciudad en Bici Itinerante

Alan Vargas
Diseños para los carteles del taller La Ciudad en Bici Itinerante. Ilustraciones: Daniel Barragán

Ruth se acerca y me pregunta si una mamá puede integrarse al taller.

—Claro —le contesto. —Que se integre.

Estamos en Trinidad Zaachila, bajo dos higos grandísimos cuya sombra disipa las heridas del sol. En la explanada, una veintena de niñas y niños abarrotan el espacio como un grupo de hormigas dibujando figuras en la plancha de cemento.

La señora Lidia, mamá de Éric, toma una bicicleta y ocupa su lugar en el taller. Sandra, la tallerista, le da las primeras indicaciones. No es común que tengamos mamás o papás en los talleres de ciclismo urbano. Suelen ser jóvenes, la mayoría de secundaria o bachillerato, quienes ya saben manejar y están interesados en aprender técnicas para transitar de forma segura por la ciudad. La señora Lidia no sabe andar en bicicleta.

El taller continúa con sus tres estaciones habituales. En una esquina, el maestro de bicimecánica enseña a los jóvenes a reparar sus bicis; se cambian las refacciones que hacen falta. Frente a nosotros, el hervidero de niños y niñas sobre ruedas. Atravesando la explanada, la señora Lidia da sus primeros pedaleos.

Ruth me cuenta que Lidia ronda los cuarenta años, que es originaria de un pueblo cercano, y que nunca aprendió a andar en bici porque su papá no la dejaba. Decía que era inadecuado, y que no se veía bien que una señorita anduviera paseándose por el pueblo en esas condiciones. Lidia se casó joven y se fue a vivir a Trinidad, el pueblo de su esposo. Y nunca aprendió, aunque siempre quiso.

—A cierta edad, si no sabes, da mucha pena intentarlo. Además, nadie te quiere enseñar —dice.

La señora Lidia comenta que le gustaría comprarse una bicicleta, que le haría mucho más sencilla la vida. Podría ir temprano a dejar a Éric a la escuela y regresar al mercado. Incluso tendría tiempo para visitar a su tía, quien vive ahí mismo en Trinidad.

Podría ir a trabajar sin gastar tanto en mototaxis.

—Por eso me gustaría aprender —dice.

Éric se cae y se pega en la espinilla. Lidia avienta de lado la bicicleta y corre a ver cómo está. Éric está bien, se levanta de inmediato y, sin decir palabra, se lanza de nuevo al camino. Lidia, al ver que Éric ni siquiera se inmutó, lo observa alejarse. Cuando se da cuenta de que su auxilio no es necesario, vuelve a montarse en la bici, inspecciona por última vez dónde está Éric dando vueltas y, sin tratar de ocultarlo, le copia algunos movimientos. Sin saberlo, Éric acababa de enseñar a su madre.


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