Boletín FAHHO Digital No. 51 (Jun 2025)

Pluralia Ediciones en los estantes

Jessica Santiago
Algunos títulos de Pluralia Ediciones.

Cuando ejercí otra labor que no era la de gerente de una librería, mi espacio zen era una librería. Pero no se me malentienda. Quiero decir que mientras mi ocupación de 9 de la mañana a 6 de la tarde no fue revisar catálogos, hablar con proveedores, pagar proveedores, esconderme de proveedores, solicitar cotizaciones, enviar facturas, firmar vacaciones, esconderme para no firmar vacaciones… mi único momento de relajación (y al mismo tiempo de hermosa alteración), era pasearme por esta librería (y por las otras poquitas en Oaxaca). Me gustaba pasar los dedos sobre cada canto y lomo para llenarme por ósmosis de sus palabras. Y pasaba la hora de comida así, haciendo reverencias a los libreros.

Ahora mi relación con estos objetos es diferente: si bien ya no es mi momento zen, sigo paseando por los pasillos de esta librería (y las otras poquitas de Oaxaca) para desentrañar sus títulos, los nombres de las personas que los escriben, los sellos editoriales, la información de las contraportadas. He de confesar, incluso, que ahora pienso más que antes en el trayecto que los libros hacen hasta acá, justo hasta este entrepaño, en este pasillo. Imagino las manos de personas que los dieron de alta; de quienes los devolvieron tres veces; quienes embalaron; los que los retractilaron o les pusieron precio. Pienso sobre todo en quien los seleccionó, si habrá sido una decisión muy meditada o totalmente al azar: “a ver qué tal se mueve”.

Hace unos meses, por ejemplo, contactamos a Pluralia Ediciones. Cuando comencé a redactar el correo no sabía a quién le escribía, si a la mismísima Elisa Ramírez Castañeda en persona o a algún atentísimo agente de ventas, pero deseaba contarle que desde hace tiempo quería que tuviéramos sus libros en la Grañén Porrúa. Muy pronto nos respondieron y dijeron que, con todo gusto, enviaban el catálogo. Cuando este llegó me hice un espacio casi agendado: revisé título por título, lo busqué en internet, leí un resumen, alguna reseña. Luego bajé y me senté en la primera sala de la Librería y di un vistazo, como dicen las poetas atinadas, a vuelo de pájaro. Sabía exactamente dónde acomodar los ejemplares de la colección de Pluralia, si llegaban, pero también era claro que alguien tendría que ayudarme a mirar de otra forma.

Sin duda, deseaba que pudiéramos entablar la relación, empezar a trabajar. Mandé papeles, me pidieron datos, afinamos detalles y listo: “Envíenos su pedido, Librería Grañén Porrúa, ya estamos listos”, escribió un atento Eduardo Zambrano, quien no solo es agente de ventas, sino el mismísimo cuidador de algunas de las ediciones. Y luego de pasar por el cotidiano “De este título quiero 10 ejemplares. No, mejor 15…, híjole, pero qué tal que empezamos por 5, a ver qué tal se mueve…, ¿y si se me acaban pronto?… Ay, bueno, pues, ¡10!”, hice la selección en un documento de Excel, mandé el pedido y quedé atenta. A la semana llegaron un par de cajas con el remitente “Pluralia Ediciones, Ciudad de México”. Y como sucede cuando llegan cajas: corrí con mi cúter para recibir los libros.

No alcanzo a imaginar qué tanto habrá sufrido aquella persona que atinadamente señaló que de la vista nace el amor. Conforme sacaba los libros me los fui acomodando en el antebrazo, como se acurruca un ramo de frescos agapantos, o a la creatura misma. Cubiertas en color violeta, anaranjado, amarillo huevo, verde agave; lomos gruesos y delgaditos, tapas duras (nada menos que el Mokaya, de Mikeas Sánchez) y ejemplares de finísimo petricor (Tierra mojada, de Nadia López). Qué ganas de que medio mundo los viera, o los acunara, sobre todo, ¡que los lea! Ahora venía la parte divertida, la que ahora veo con mayor nitidez: checar, dar de alta, poner precio, corroborar información, ¡acomodar y reacomodar para que tengan visibilidad y se los lleven todos! Ponerlos a la mano para que Monse, la cajera, los tenga cerca cuando alguien pregunte: “Sobre tema oaxaqueño, ¿qué novedad?”. Ya la escuchaba diciendo: “Este Imaginando el destino, de Javier Castellanos Martínez, o Porque el silencio, de Kalu Tatyisavi”.

Una vez que todo el proceso anterior ha tenido lugar, me coloco junto a Alejandro, con los brazos en la cintura, mirando la pared de libreros donde está “tema, autor o autora y editorial oaxaqueña”: “Vamos a jugar Tetris, ¿estás lista?”, me dice, y comenzamos a subir y a bajar ejemplares, a sacudir, de paso, a bajar el atril, reordenar libros. Entonces llega Juan y suelta lo que ya había estado pensando desde quién sabe cuándo: “Por qué no juntamos Lenguas nacionales y Poesía aquí, quien esté interesado va a tenerlo fácil y, además, van de la mano”. Tiene eco la sugerencia, entonces nos trae un bonche de libros que va alimentando con ejemplares que ya sabe dónde están y que va tomando en su camino. Mientras unos ya hicieron espacio por aquí, unas ya sacudimos por acá, entonces el Tetris sigue. Hasta que termina, y entre todos miramos el resultado del ejercicio colectivo. Me doy cuenta de que mi momento zen aún tiene que ver con libros, afortunadamente.

Luego de sonreír con todos porque el trabajo de acomodo —tan solo el de acomodo— terminó, tomo un ejemplar de los que acaban de llegar, el primero que se me aparece enfrente, y pienso nuevamente en el nombre de la editorial: Pluralia. Qué bonito nombre. Para conocer más sobre Pluralia Editores te invito a visitar su catálogo: https://pluralia.com.mx/.


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