Boletín FAHHO Digital No. 50 (May 2025)

El patrimonio edilicio y Rodolfo Morales: Entrevista a Esteban San Juan

María Fernanda Bante / Esteban San Juan
Iglesia de Santa Ana Zegache. Fotografía: Archivo FAHHO

Rodolfo Morales está presente en los colores que abundan en Ocotlán de Morelos y los pueblos aledaños. Principalmente en algunos templos dominicos cuya pintura mural fue restaurada por manos de mujeres bordadoras ocotlenses, gracias a un taller de restauración que el maestro creó para ese fin, y que remite a los propios murales de Morales. Asimismo, recuerda a las pinceladas de Tamayo, maestro y amigo de Morales; así que, muy seguramente, esos son los colores de Oaxaca, incluso del México que los más destacados artistas representaron en sus obras.

Al observar, por ejemplo, la fachada del templo de Zegache resulta impresionante cómo armonizan los vibrantes rojos, verdes y azules sobre un fondo amarillo… Los arcángeles custodiando la gran puerta, vestidos de gala con túnicas verdes; los diez jarrones con flores ubicados a lo largo del arco de entrada; el azul cielo de las cúpulas, y en lo alto las cruces… ¿A caso estamos entrando a uno de los cuadros de Morales? La restauración de las fachadas de los templos ocotlenses tiene un origen, primero, en la mente de Rodolfo Morales, con la intención de devolverle a su comunidad parte de la identidad cultural que estaba frente a sus ojos, pero en ruinas y olvidada; después, en la labor de un aliado: Esteban San Juan Maldonado, arquitecto y restaurador, quien trabajó con el maestro, mano a mano, durante las restauraciones de ocho templos de distintas localidades pertenecientes a Ocotlán de Morelos.

En esta ocasión entrevistamos al arquitecto, quien nos contó acerca de la relación de trabajo, la influencia cultural y el legado del maestro del color dentro del marco del rescate del patrimonio edificado de Oaxaca, especialmente el que fue financiado por la Fundación que lleva su nombre, y que se encuentra en Ocotlán.

¿Cómo conoció al maestro Morales?

Soy originario de Ocotlán de Morelos, y desde niño pude darle seguimiento a su labor, pues él había pintado el mural en el Palacio Municipal y eso llamó mi atención. Muchos años después, luego del gran sismo del 85 en la Ciudad de México, Rodolfo volvió a Oaxaca; cuando lo supe quise ir a conocerlo, así que eso hice. Yo iba a verlo para que me autografiara un cartel de exposición, pero lo primero que hizo fue preguntarme si mi madre era Galvina Maldonado y mi padre Antonio San Juan, yo respondí que sí, y él inmediatamente me dijo que eran sus familiares lejanos. Después, ya en confianza, me cuestionó sobre mi profesión, y le respondí que era arquitecto. No dijo nada más, pero quedó en buscarme…, cosa que hizo años después, momento en el que me confesó que él en realidad no creía en los arquitectos, algo que entendí con el paso de los años, aunque en ese entonces me dio una oportunidad de trabajo al encomendarme la remodelación de sus propiedades. Ese fue el inicio de nuestro andar juntos, y se impresionó tanto con mi trabajo que no dudó en invitarme a participar en el gran proyecto de restauración del templo dominico de Ocotlán.

¿Ese fue el primer proyecto de restauración en el que participó a lado del maestro?

Así es. Ese fue el primer proyecto en el que participé con él. En 1995, la Fundación Rodolfo Morales recibió el inmueble, luego de que el maestro hablara con el gobernador para poder realizar los trabajos de restauración. Cuando lo visitamos, el templo todavía funcionaba como cárcel; a la hora de hacer la investigación histórica para conocer los antecedentes del inmueble, me percaté de que no había registro en México de dicho convento, así que tuve que ir a Sevilla, al Archivo General de Indias, donde encontré los registros. Fue gracias a los documentos de fray Fancisco de Burgoa, considerado como el primer cronista oaxaqueño, que pude hacer un recuento histórico. Me dediqué entonces a estudiar los antecedentes del origen del exconvento, y fue así como inició el trabajo de rescate. Esa búsqueda incial se convirtió en el eje rector de toda la investigación que prosiguió y que guiaría la labor de rescate de todos los conventos dominicos en la zona.

¿Podría hablarnos sobre otros proyectos de restauración y conservación en los que haya colaborado con el maestro Rodolfo Morales y su visión acerca de esta labor?

Bueno, están el Templo de Santa Ana Zagache, San Jacinto Ocotlán, San Pedro Taviche, San José del Progreso, Magdalena Ocotlán, San Pedro Mártir y Santa Catarina Minas. Pero debo comentar que fue gracias a ese proceso de investigación documental, de la mano del conocimiento y el espíritu humanista del maestro, que logré adentrarme en su visión del mundo, el significado que él veía, la importancia de la arquitectura dominica y el misticismo que rodeaba a ese ámbito. Logré observar esa conexión entre su obra y el contexto del pueblo al que quería darle los templos restaurados. Una realidad que ahí estaba, pero que yo aún no vislumbraba; por ejemplo, en algo que sucedía mucho en el día a día: mientras los hombres se emborrachaban, las mujeres lloraban y pedían a Dios por la familia…; él me abrió los ojos a ese mundo y su significado, que de alguna manera se encuentra resguardado en la arquitectura.

En una ocasión, durante las primeras visitas a las localidades ocotlenses, el maestro me preguntó: “¿Qué es lo que ves aquí?”; se trataba de un pueblo con apenas algunas chozas, con cactus como límites o bardas entre ellas, los caminos de tierra y los cerros a lo lejos. “Veo a Pedro Páramo, a Juan Rulfo”, le respondí; “Claro, esto es México, estos son sus colores”. Finalmente, eso amplió mi visión y entendí la intención del maestro detrás de su labor de rescate arquitectónico.

Cada visita a los pueblos que hice a su lado ya estaba influenciada por esa visión. En otro pueblo, San Pedro Taviche, pude ver por qué Morales finalmente llenó sus cuadros de mujeres. En ese lugar, los únicos que dialogaban con nosotros eran los hombres, nunca aparecían las mujeres, estaban rezagadas; incluso la comida era servida por ellos.

Imagino, claro, que esa impresión adquirió mucho simbolismo para el maestro, tan es así que en muchas de sus obras las mujeres son protagonistas, abarcan todo el cuadro. ¿Qué otras experiencias recuerda de esas visitas a las comunidades donde se hicieron las restauraciones de templos?

Recuerdo la vez que llevamos una banda sinfónica a Taviche. Fue realmente emocionante, a la vez que un desafío. La gente no había presenciado nunca algo así. La llegada fue una odisea: el autobús en el que se trasladaban los músicos se descompuso, así que tuve que llevarlos en mi camioneta…, pero sin duda valió mucho la pena. Una imagen surrealista: los trajes empolvados de los intérpretes, la luz de la luna que iluminaba a la sinfónica, y los pobladores, atentos, impresionados, escuchando.

Esas y muchas más experiencias sacaron a relucir el espíritu humanista que anidaba en usted.

Sí, de hecho debo mencionar que yo estudié en un seminario, así que ya tenía un antecedente de los conocimientos en filosofía, religión y arquitectura. Todo lo que estaba escondido poco a poco era extraído por la pasión que el maestro sentía y que contagiaba; una pasión, amor y visión por el futuro de Ocotlán, Oaxaca y México.

Debo agregar que esa visión iba más allá de la restauración de monumentos históricos; él iniciaba un camino hacia la sustentabilidad del medio ambiente. Entendí que no requerimos más que la visión de lo que somos. No soy un experto en arte, pero creo que él plasmaba en su obra una imagen de un pasado y un futuro que se fortaleció durante sus visitas a estos pueblos.

Ahora, ¿cuáles han sido los retos de mantener vivo el legado de restauración arquitectónica de Rodolfo Morales?

Uno de los retos es la picota destructiva de la ignorancia sobre la importancia que guardan estos monumentos y la arquitectura vernácula, debido a la idea de progreso y modernidad. Otro reto es el crecimiento poblacional, la invasión de la urbanización, los condominios que ya no respetan el entorno. Como Oaxaca es un pueblo con muchos migrantes, las influencias externas invaden los espacios que antes vi como rulfianos.

¿Cómo se ha percibido, desde la arquitectura, el trabajo de este artista de gran relevancia para la conservación del patrimonio histórico edificado?

Oaxaca es patrimonio cultural de la humanidad; sin embargo, los arquitectos suelen traer modas, además, cada quien quiere dejar su huella, muchas veces sin tomar en cuenta el patrimonio. Ricardo Legorreta, gran amigo de Rodolfo, me decía que no dejara de apoyar la labor encomiable del maestro, y me daba el ejemplo de cómo había visto ciudades destruidas por las modas arquitectónicas. También sucede que las ciudades patrimonio se están volviendo ciudades museo, ciudades de escaparate, y ya no de vivienda, o como decía Manuel Toussaint, esos sitios donde antes las casas tenían plantas, ahora vemos tinacos… La arquitectura vernácula se ha dejado de lado, pero esa era justo la idea del maestro: devolver su imagen y sus colores a México.

Frente a esta pérdida ocasionada por las modas arquitectónicas, ¿qué importancia tiene para la sociedad oaxaqueña, y la mexicana en general, conmemorar el centenario de un artista como Rodolfo Morales?

Su obra está recargada de la mexicanidad, de lo oaxaqueño…, pero no en un sentido patriótico, sino más allá; México es un paisaje, un lugar con la esencia de los pueblos originarios y de los templos que ahora son patrimonio histórico. Rodolfo Morales, como muchos artistas oaxaqueños, plasmaba en su plástica el inframundo, el cielo, las mujeres… Ese era su mundo, nuestro mundo oculto. Y en definitiva su legado permanece: al salir de México podemos darnos cuenta de ello, la herencia de sus colores, los colores de Oaxaca, también aparecen en otros lados; Ciudad del Cabo, Johanesburgo tienen los colores de Rodolfo; los tapetes de Teotitlán y los de allá son similares. Nuestra labor es enseñarles a las nuevas generaciones sobre ese legado, para que forme parte de su vida, pues, finalmente, forma parte de su entorno.


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