¡No te olvides de todas las amigas que se han esforzado tanto por ser hermanas!

Gracias al trabajo de las distribuidoras mexicanas, los libros publicados por editoriales extranjeras independientes y pequeñas, así como los sellos grandes— llegan a nuestras manos. En este caso, me gustaría mencionar un sello italiano cuyos títulos resuenan en los pasillos de la Librería Grañén Porrúa.
Altamarea es una editorial que surgió en 2018. Desde ella se rescatan autoras y autores consagrados, pero también es una catapulta donde las plumas jóvenes tienen una palestra para dar a conocer sus letras. Cesar Pavese, Primo Levi, Bertrand Russel, Maria Montessori, Simone Weil, Dacia Maraini y Sibilla Aleramo son solo algunos de los nombres que este sello rescata. Pero también están Lidia Caro Leal, Paula Ducay, Marco Marsullo, Santiago Zabala, entre muchos más. Algunas de las colecciones que edita Altamarea son “Sotavento”, que reúne literatura de viaje y biografías; “Barlovento”, narrativa en castellano de plumas jóvenes y asentadas; “Mujeres y pensamiento político”, que busca paliar la falta de reconocimiento femenino en el área del pensamiento político por medio de estudios, teoría y crítica. Hoy me gustaría platicarles —poco, para que quieran buscar el libro— sobre El resto es prosa, una selección de cartas de Emily Dickinson, traducidas por Anabel Palacios, perteneciente a la colección “Tascabili” (libros de bolsillo), que conjunta epistolarios, panfletos, relatos y teatro en pequeño formato.
Para empezar las tapas de papel Kraft: el título y el nombre de la autora en tonos negro y gris. ¡Qué bonita edición rústica!, sabes que es un libro de batalla que llevarás incluso en la bolsa del pantalón, para cuando requieras una lectura que te salve. Luego, el papel violeta de las guardas, después el retrato de la escritora, y, entonces, las revelaciones. Me gusta que la letra sea de buen tamaño, para cuando te sientas en el parque y empieza a caer la noche o cuando vas en el autobús.
Según este librito, Emily Dickinson (1830-1886) encuentra en Susan Huntington (1830-1913) a la mejor de las destinatarias de sus cartas. Ambas tenían veinte años cuando comenzaron a cartearse. Emily le envía no solamente hermosas relatorías de sus días, sino postales de sus estados interiores, fragmentos de poemas, pensamientos que afortunadamente no se llevó el viento. ¡Imaginen cartearse con alguien durante cuatro décadas! Alguien importante debe ser. Y, además, a la edad en que las más grandes pasiones se gestan en nuestro interior. De hecho, confesiones aparte, Susan se casó con el hermano de Emily, Austin, así que además de su amiga era su cuñada.
En esta joya he leído el primer poema que Emily envía a Susan, y qué solicitud tan maravillosa le hace: “¡Escribe, amiga, escribe!”. Cuántas veces les hemos dicho a nuestras amigas lo mismo. Escríbeme, no dejemos de platicar; cuéntame, por favor, no dejes de decirme cómo estás. De hecho, el bello título de la nota que están leyendo es una solicitud que la poeta hace a Susan cuando están lejos: “¡No te olvides de todas las amigas que se han esforzado tanto por ser tus hermanas…!”, Emily Dickinson, tan hermosa.
Y página tras página suceden los poemas, las respuestas de Susan a Emily, los fragmentos de cartas, las preguntas, con breves notas que anuncian el año de su envío. Pasa el tiempo, pero no para las letras.
Entonces, les decía que esperamos verles en la Librería Grañén Porrúa, ávidos de este ejemplar, y de algunos otros que Altamarea publica. Si quieren para hojear solamente, pero también se vale apartar. El chiste aquí es que se lea.