Presencia mazateca en Berlín: colaboración e intercambio
Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX los museos europeos buscaban formar colecciones representativas de las culturas de las Américas. El Gobierno que entonces se había establecido en México promovió, desde 1890, aproximadamente, una imagen identitaria nacional basada en el pasado indígena. La prominente participación de México en la “Exposición Histórico-Americana” de 1892 en Madrid y en el Congreso Internacional de Americanistas de 1895 en México colocaron con firmeza a las culturas antiguas en el panorama internacional. Como resultado se intensificó la comercialización de piezas arqueológicas, documentos pictográficos, pero también de los impresos coloniales en lenguas indígenas. Aunque el Estado hizo algunos esfuerzos para frenar la exportación, en este proceso participaron también de manera activa muchos de los intelectuales mexicanos de la época.
Al igual que hoy, las culturas indígenas todavía existentes se consideraban de menor relevancia, sin embargo, en esos mismos años podemos situar el nacimiento de la antropología etnográfica enfocada en los pueblos mesoamericanos, con los trabajos de Franz Boas, Manuel Gamio, Frederick Starr y otros. En un primer momento, la etnografía se había centrado en conocer las distintas culturas, así como sus lenguas, que existían en el territorio nacional, el cual –por fin– había sido definido hacia mediados del siglo XIX, y fue hasta las primeras décadas del siglo XX que se observó un notable interés por describir y estudiar las culturas vivas.
Es en este contexto que encontramos al alemán Guillermo (Wilhelm) Bauer-Thoma, nacido cerca de Frankfurt (Höchsta. M.), sobre cuya vida en México (1898-1912) sabemos muy poco. Desde su casa en Tacubaya se dedicó a reunir colecciones arqueológicas y etnográficas para el mercado museístico de Estados Unidos y Europa. Hoy podemos ver una extraordinaria selección de sus piezas arqueológicas en el Humboldt Forum de Berlín, aunque otros museos también adquirieron piezas reunidas por él. Menos sabido es que también coleccionó objetos etnográficos y materiales lingüísticos (vocabularios, grabaciones y transcripciones con traducción) durante sus viajes por la Sierra Norte y la región mixe en 1902, y por la región mazateca en 1903.1 Ambas visitas resultaron en artículos con observaciones interesantes, publicados respectivamente en 1915 y 1908. La mayor parte de los objetos mazatecos, entre ellos todo lo relacionado con la producción textil, numerosos tejidos, ropa y huaraches, objetos rituales, contenedores de todo tipo, redes y bolsas, instrumentos musicales y juguetes, fue adquirida por el Museo Etnológico de Berlín, aunque otros materiales terminaron en el Museo de Etnografía de Hungría. La colección –guardada en los depósitos del museo– es poco conocida. Además, en varias ocasiones, Bauer había anotado el término mazateco en las fichas que acompañaban los objetos; sin embargo, hacía falta, mayormente, información sobre el contexto de uso y el significado cultural.
En 2022, la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova propuso al Museo Etnológico de Berlín levantar un nuevo inventario de la colección etnográfica mazateca de Bauer. Como resultado, el museo, representado por la Dra. Ute Schüren, curadora de la sección de las Américas, concedió una beca de investigación a Gabriela García García, bibliotecaria de la BIJC y originaria de la Sierra Mazateca, para junio de 2024. Durante este tiempo Gabriela trabajó de cerca con Carolina Bayer, estudiante de maestría proveniente de Brasil, con estudios en patrimonio cultural, quien, durante el año anterior, ya había identificado, fotografiado y ordenado la colección dispersa por los múltiples estantes. El objetivo fue reconectar los aproximadamente 475 objetos con su contexto cultural, con la lengua mazateca, y seleccionar materiales para incluir en una futura exposición fotográfica para la región mazateca.
La dirección de la BIJC, en la persona de Sebastián van Doesburg, participó durante semana y media en el estudio contextual de la colección gracias a una invitación del museo. Adicionalmente, durante los primeros días del proyecto contamos con la visita de Alejandro de Ávila, quien había participado en el Festival de Historia del Arte en Fontainebleau a finales de mayo y alcanzó a Gabriela y Sebastián en el Museo Etnológico. Durante dos días, los tres examinaron los textiles mazatecos sobresalientes de la colección Bauer, junto con Ute y Carolina. El trabajo ágil en grupo permitió revisar, fotografiar y grabar comentarios acerca de cada pieza, más de cincuenta en total. El equipo de microscopía del museo, y especialmente un pequeño cuentahilos de bolsillo, hicieron posible observar de qué fibras (algodón, lana, seda criolla, seda importada, ixtle y fibras vegetales desconocidas) se compone cada pieza, en qué dirección (S o Z) fue hilada y mediante cuál técnica fue tejida. En varios ejemplos pudo constatarse el uso de colorantes sintéticos, mientras que otras piezas parecen haber sido teñidas con grana (insecto parásito del nopal), añil y probablemente otros tintes naturales.
Como era de esperarse, la colección Bauer incluye huipiles muy hermosos, tejidos con algodón hilado a mano con malacate y bordados con hilo industrial de algodón, teñido con añil o con un colorante rojo sintético. Algunos de ellos lucen listones de seda cosidos sobre el tejido, como observamos en las prendas mazatecas hoy día, pero la mayoría de los ejemplos en Berlín carecen de esos adornos, como están ausentes también en ellos los encajes alrededor del cuello y en los huecos para los brazos. La colección Bauer atestigua con estos ejemplos cómo, durante el porfiriato, buena parte de las mujeres del norte de Oaxaca todavía se vestían a sí mismas con materiales locales, sin necesidad de insumos externos. Es así como estos bellos textiles hablan de la autosuficiencia de los pueblos originarios, antes de la expansión industrial del país promovida por las políticas económicas liberales de las últimas décadas del siglo XIX.
Junto con los huipiles, el grupo de trabajo examinó varias faldas de enredo, tejidas también con algodón en telar de cintura y bordadas con lana hilada a mano, que al parecer combina grana con un colorante rojo sintético fugaz que se desangró para teñir la tela blanca, efecto que por lo visto gustaba a las bordadoras. A diferencia de sus contrapartes elaboradas décadas más tarde –como diversos ejemplos que se encuentran en el acervo del MTO–, en estas faldas los diseños de greca se ejecutaron minuciosamente para cubrir toda la cenefa inferior del lienzo. Algunas piezas conservadas en Berlín remiten, para un observador moderno, directamente a los frisos de Mitla. Entre las faldas que adquirió Bauer apareció una que es totalmente distinta de las demás y que representa una técnica y un estilo que no habían sido documentados previamente. Se trata de un lienzo de algodón con un patrón geométrico de rombos, brocados con trama suplementaria de lana. Es decir, que el diseño fue labrado a la hora de tejer la tela de base. Las figuras pequeñas repetitivas invariables hacen pensar que el diseño fue controlado mediante lizos adicionales en el telar, innovación ingeniosa de las tejedoras en diversas latitudes del mundo que antecede el desarrollo de las computadoras milenios más tarde.
Más sorprendente que los huipiles y las faldas de enredo fue encontrar en Berlín una serie de bolsas, servilletas, ceñidores y paños de cabeza, tejidos que, hasta donde se sabe, ya nadie elabora en las comunidades mazatecas en la actualidad. Una de las talegas muestra el diseño que la investigadora pionera Irmgard Weitlaner Johnson documentó en Ayautla en la década de 1950 con el nombre de ‘flor de eloxóchitl’, una bella magnolia de suave aroma, mientras que otra bolsa luce la ‘flor de cacao’ y evoca la celebración decembrina patrocinada por la FAHHO desde hace algunos años. En uno de los ceñidores y en dos paños de cabeza adquiridos por Bauer es evidente el uso de seda criada en la región de Huautla, teñida probablemente con grana para lograr un rojo vino de soberbia saturación.
El grupo de trabajo brincó de emoción al identificar en la colección un retazo de papel cubierto de huevecillos de seda, pues este hallazgo abre la posibilidad de estudiar el ADN (la molécula de la herencia) de los gusanos que se criaban anteriormente en la Sierra Mazateca, y que al parecer fueron exterminados por ignorancia burocrática durante las campañas de fumigación para erradicar el paludismo, a mediados del siglo pasado. Cotejar el ADN de la seda mazateca con las cepas que se conservan hasta hoy en la región de Cajonos en la Sierra Juárez, al igual que en San Mateo Peñasco en la Mixteca Alta, probablemente permita detallar la compleja historia de adopción cultural y acriollamiento genético de la cría de seda en Oaxaca, la única región en el hemisferio occidental donde prosperó una vieja amistad entre insectos y humanos que inició hace seis mil años en China.
La mayor sorpresa del viaje a Berlín fue encontrar un fragmento textil que a primera vista parecía insignificante, pues estaba rasgado, manchado y percudido. Con el buen ojo que lo caracteriza, Sebastián advirtió en el catálogo de la colección que una foto pequeña de este tejido parecía evidenciar un diseño sutil. Al examinarlo de cerca, Alejandro constató que se trata de un tejido extraordinario, que formó parte de lo que debe haber sido el traje de hombre más fino, complejo y espectacular en Mesoamérica en el siglo XIX, y que pudo haber marcado a un estamento de prestigio al interior de la comunidad, como resultado del tiempo que requirió
su manufactura.
Bauer consiguió lo que ya debe haber sido una antigüedad en su época: la parte inferior de un calzón tejido con algodón hilado a mano, adornado con tres labores distintas que combinan el ligamento de gasa con tramas discontinuas y con trama envolvente, un verdadero alarde del arte del telar que parece representar una técnica exclusiva de México desde la época prehispánica. Es evidente que el fragmento fue parte de un calzón, ya que, al mismo tiempo que Bauer, Zelia Nuttall2 adquirió una prenda completa que envió a Berkeley sin registrar su procedencia. Gracias al meticuloso viajero alemán, ahora sabemos de dónde procedían ambos ejemplos; gracias a la buena disposición de Ute y de Carolina ahora podremos recrear el tejido en Oaxaca, en colaboración con el talentoso artista textil Noé Pinzón Palafox y con el apoyo de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca. Al apreciar la elegancia que debió haber distinguido al traje de gala de los tatarabuelos mazatecos, Gabriela expresó emocionada su admiración por sus antepasadas, quienes fueron capaces de crear algo tan insospechadamente bello. A continuación, damos paso al recuento de Gabriela en su primer viaje al extranjero:
Como se mencionó antes, viajé de la ciudad de Oaxaca a Berlín, a inicios del mes de junio. Entre correr, formarse, trasbordar y perder alguno que otro vuelo logré llegar al lugar donde viví casi un mes, mientras trabajaba en el proyecto. A pocos días de haber llegado aprendí un poco sobre las formas de vida en Europa, por ejemplo, acostumbrarme al horario en esta temporada del año, donde oscurece a las 10 de la noche y los pájaros cantan a las 3 de la mañana. Fue difícil al principio: con mi reloj biológico de México injertado en mí, pasé varios días con sueño, pero la idea de descubrir y encontrarme con los objetos mazatecos ¡me mantenía súper despierta! Aprendí a moverme en la ciudad, cómo, dónde y qué tren debía tomar para llegar al depósito del Museo o al Museo mismo. Así también con la comida: ahora que regresé a México, cuando me preguntan cómo me fue en ese tema, precisamente, respondo que muy bien, pero que extrañé mis tortillas y mi comida oaxaqueña.
Estuvimos trabajando en el depósito del Museo durante varios días. Me llevé muchas impresiones, fueron días llenos de emociones. Además de descubrir los objetos, los textiles, las tarjetas de notas de Bauer pude realizar un viaje al pasado y darme cuenta de todo lo que significaba para mí estar frente a frente con una parte de mi cultura. Pude imaginar a Bauer dialogando con mis abuelos mazatecos hace 100 años. A decir de los objetos en la colección, se ve que algunos claramente fueron encargados, pero otros estaban en uso: pude observar una olla, de esas que han cumplido alguna misión, por ejemplo, la cocción de quelites para la preparación del atole que se le da a los bebés. Pude imaginar a una hermana mazateca diciendo “ya no hay que usarla, está rota, le falta un pedazo” y a la abuela con voz tranquila decir “sí sirve” y proceder a poner la cal en piedra, mientras observa cómo erupciona el material dentro de la olla, para comenzar una nueva historia, como un testigo mudo junto al fogón, testigo de muchas historias que se cuecen ahí, que se hablan y platican en alguna cocina mazateca. Esa misma olla que viajó a Alemania, con todo y el resto de la cal; sin duda, largo fue el viaje, quizá en la espalda de algún hermano mazateco, quizá sobre un mulo hasta ser embalado para viajar por el mar y llegar a un país lejano. Después de tanto tiempo esperando en el depósito del Museo, junto con otros objetos para seguir contando historias, y juntarse de nuevo con las historias vivas que por este lado del mar aún estamos haciendo los mazatecos. No solo es la olla, son otros 474 objetos más. También los bultos sagrados, que en su interior contienen cacaos, plumas de faisán, un huevo de gallina o de guajolota, papel amate, tabaco y en algunos casos el copal. Estos objetos, previo a ser envueltos en hojas de totomoxtle o platanillos, el sabio les da una encomienda por medio de la lectura del maíz. Cada una de las partes tiene un significado y una labor que cumplir dentro de la espiritualidad mazateca y el comportamiento de la cultura ante la divinidad. Ya que el sabio Feliciano Severiano les encomendó ir a Ndoba Isien para llevar algún mensaje al dador de la vida, puedo imaginar también qué decían entre ellos al llegar a otro lugar en donde ya no escucharon más el mazateco, sino otras lenguas, las voces de otras personas.3 Hasta que fueron puestas en mi mano, y recordaron en su lejana memoria que era el lenguaje del sabio el que nuevamente oían. También vi la cama de caña: me recordó las pláticas con mi madre, cuando ella me contaba que las mujeres daban a luz sobre estas. Ni qué decir de los huipiles, que cuando los miré lo primero que recordé fueron las letras del Flor de Naranjo. Eso y miles de cosas más invadieron mi mente con cada uno de los objetos resguardados en el depósito del Museo. Esta vez, por todos estos pensamientos y sentimientos, agradecí a Bauer por haber venido a mi región y a las personas que han valorado nuestras culturas; podría escribir una historia con cada uno, realmente significó mucho para mí. Además, varios de estos objetos han quedado en desuso o, peor aún, ya no existen en las comunidades, pero descubrí que aún viven en mi memoria gracias a las historias que mis abuelos y mi madre me contaban. Eso es lo que quiero compartir con mi nación mazateca: despertar en ellos estos sentimientos, y con este aporte quizá mi hermano mazateco, que es artesano y experto en elaborar ollas y comales, logre hacer conciencia para enseñar a sus hijos esta labor. Asimismo, tal vez mis hermanas sigan contando historias para no dejar de hablar la lengua a sus pequeños. Puedo pensar ahora en qué rumbo tomará el proyecto que hemos comenzado. Sin duda, despertará algunos sentimientos y recuerdos, en el mejor de los casos nos enseñará a valorar más, a revitalizar lo que es de nosotros.
A pocos días de culminar mi estancia en Berlín, la doctora Ute Schüren, Carolina Bauer –con el apoyo de la doctora Ulrike Mühlschlegel del Instituto Iberoamericano como intérprete del español-alemán y viceversa– y yo ofrecimos un conversatorio dentro de las instalaciones de Foro Humboldt, donde dimos a conocer la cronología del proyecto colaborativo frente a decenas de personas interesadas, entre ellas Christine von Heinz, amiga del Museo y pariente de Alexander von Humboldt que, por cierto, también me recibió y me dio una visita guiada por varios sitios emblemáticos en Berlín. Por coincidencias de la vida, también estuvo presente la escritora Cristina Rivera Garza, quien se mostró muy contenta y también realizó algunas preguntas. El conversatorio fue un éxito; resonó el mazateco de diferentes formas dentro del recinto y entre los presentes, muchas personas se interesaron en el proyecto y en los diversos ámbitos de la vida de los mazatecos. Y esa era la idea: que las personas en Berlín se dieran cuenta de que la nuestra es una cultura viva, que no solo somos parte de la historia: las culturas, las lenguas, las formas de vida de las comunidades originarias en México no se acabaron con la conquista.
1 En Arena, 30(2), p. 1129, él escribe que su último viaje, con su esposa, fue en 1910.
2 El nombre de esta investigadora y coleccionista quedó vinculado con la historia del famoso códice mixteco, quizá el documento histórico más bello que se conserva del México antiguo.
3 El nombre del sabio Feliciano Severiano aparece en las notas escritas por Bauer que también forman parte de la colección, así como en su artículo de 1908. Al parecer fue el principal informante de Bauer en su viaje por la región, donde visitó los pueblos de Huautla, Huehuetlán, San Mateo, San Lucas, San Jerónimo y Ayautla. Ndoba isén – lugar en el cielo de donde procede la vida.