Recuerdos de una mudanza
Unos días antes de cumplir 96 años, mi padre me comunicó su decisión de trasladar su biblioteca a la ciudad de Oaxaca, bajo el cuidado de la actual Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca. Le pregunté el motivo y me contestó, entre tranquilo y apesadumbrado: “Porque no quiero que a mi muerte quede fragmentada, tal como ha ocurrido con las de algunos de mis amigos que ya se fueron”. Además, añadió: “Los libros necesitan ser leídos, necesitan compañía y eso solo se logra cuando el lector los lee y pasa las hojas”. La noticia y la respuesta me tomaron por sorpresa; pero como yo fui siempre respetuosa de sus órdenes y decisiones, no hice comentario alguno.
En mayo de 2003 empezó la catalogación. Freddy Aguilar y su equipo trabajaron arduamente durante varios meses. Mientras tanto, la doctora María Isabel Grañén Porrúa encontró un inmueble del siglo XVIII que estaba en ruinas y pertenecía al municipio de Oaxaca, entonces bajo la presidencia de Gabino Cué Monteagudo. La doctora se dedicó con cariño y ahínco a supervisar la reconstrucción. A marchas forzadas, el edificio se fue recuperando y la belleza que otrora tenía salió a la vista. La parte baja se destinó a la nueva biblioteca: fondo reservado, salas de lectura y exposiciones, oficinas y servicios. La parte alta albergaría aquello que la autoridad municipal juzgara de interés.
Hacer el catálogo tomó mucho tiempo. Una vez terminado el trabajo se procedió a empacar, con todo cuidado, el acervo. La biblioteca personal de Andrés Henestrosa se convirtió en una bodega: los niños pequeños de la familia jugaban, se trepaban y se escondían entre las cajas. Mi padre evitaba subir, a veces, ni siquiera volvía los ojos hacia ella. Supongo que en su corazón se debatían sentimientos encontrados: la tristeza de separarse de sus amados libros, muchos de ellos adquiridos con grandes sacrificios, como dejar de comer; y, por otro lado, la certeza de que su esfuerzo no había sido en vano, ya que, instalados en una biblioteca pública, estarían al alcance de toda persona que deseara consultarlos.
Llegó el día en que un tráiler enorme se estacionó frente a nuestra casa. Las cajas empezaron a salir y poco a poco el transporte quedó repleto. Eran casi 41000 volúmenes. Estaban todavía con el acarreo cuando llegó don Andrés. No se detuvo. Entró rápidamente a su habitación sin pronunciar palabra alguna. Permaneció allí el resto del día. Nosotros, sus familiares, no quisimos interrumpirlo, pero compartíamos su sentir.
El 30 de noviembre de 2003, como estaba previsto, se inauguró la Biblioteca Henestrosa en la ciudad de Oaxaca. En la Ciudad de México quedó, como decía mi papá, el esqueleto de su biblioteca. Han pasado 20 años, los estantes se han ido llenando poco a poco; porque como él mismo decía: “Los libros no pueden estar solos, necesitan la compañía de otros libros”.
El propósito del traslado de la Biblioteca Andrés Henestrosa se ha cumplido. Sigue entera, sus volúmenes han sido ojeados y hojeados por muchas personas. Andrés ya no está con nosotros, pero sí está allí, en sus antiguos libros: en sus notas al margen, en las contraportadas donde anotaba anécdotas, sucesos. Seguramente se sentirá satisfecho de haber tomado aquella decisión, lo sé porque yo me siento así, completamente satisfecha.