Gigantones en el MIO
Uno de los personajes distintivos de nuestras fiestas populares en Oaxaca es esa gran figura de carrizo, tela y cartón que, vestida con sus mejores galas, encabeza las calendas de pueblos y ciudades, agitando eufórico sus brazos de trapo al compás de la música de banda. Los gigantones –o “monos de calenda”– se han convertido en parte de un patrimonio cultural que nos identifica y que, por lo tanto, debemos conocer, cuidar y difundir.
Por eso, el pasado mes de julio el Museo Infantil de Oaxaca impulsó el taller “De cartón y trapo”, impartido por el maestro oaxaqueño Tomás Bernal, con la finalidad de que los niños y niñas fabricaran sus propios “monos” en miniatura, vinculándose de una manera lúdica con el patrimonio. Tal como él dice, es importante “darles a los niños enseñanzas de que se puede jugar con otras cosas”.
Sin duda, el maestro Bernal es uno de los guardianes de las tradiciones que componen la cultura oaxaqueña, por medio de la hechura de juguetes artesanales de carrizo y madera y de la enseñanza de este patrimonio, cuyos orígenes se remontan a la época virreinal y a la tradición europea de las procesiones encabezadas por parejas de gigantones de cartón, que representaban a los cuatro continentes, en la festividad de Corpus Christi, símbolo universal de la adoración de la Eucaristía triunfante sobre los pueblos del mundo.
En la Nueva España la tradición de los gigantones se arraigó como parte de las celebraciones religiosas católicas, tal como se mira en el Traslado de la Virgen de Guadalupe a su santuario, en la obra de Manuel de Arellano de 1709, ¿los reconoces?
Sin embargo, estas manifestaciones han tenido sus detractores a lo largo de la historia. Ya en el siglo XVIII, el rey borbón Carlos III señalaba que estas expresiones causaban “indecencias, desorden e indevoción”, y mandó cesar a los gigantones en sus reinos:
En ninguna iglesia de estos reynos, sea catedral, parroquial o regular, haya en adelante danzas ni gigantones; y cese del todo esta práctica en las procesiones y demás funciones eclesiásticas, como poco conforme a la gravedad y decoro que en ellas se requiere.1
Por otro lado, en el México independiente, la ley de libertad de cultos –que prohibió en 1860 las manifestaciones de culto religioso al exterior de los templos– limitó en gran medida el aparato festivo que formaba parte de la vida social durante el virreinato. Sin embargo, no impidió las manifestaciones populares que, omitiendo símbolos religiosos, externaron la parafernalia festiva de las antiguas tradiciones, dando pie a la secularización que hoy en día todos podemos apreciar en las calendas de bodas, graduaciones y otras celebraciones, que son encabezadas por “monos de calenda” y marmotas.
En principio, estas expresiones remanentes del culto católico causaron el recelo de las autoridades civiles del estado, y el país, en pos de la modernidad y progreso, al punto que, en la década de 1920, el gobernador de Oaxaca, Manuel García Vigil, propuso, ante la solicitud de la celebración de una calenda en el Carmen Alto, que se sustituyeran:
El general accedió con la condición de que se pagaran los derechos de la manifestación y no se efectuaran indicios de culto externo, se garantizara el orden y se substituyeran las marmotas, los carrizos y los monos de papel por faroles japoneses, pues en concepto del Ejecutivo, aquellos eran “adefesios insoportables a los ojos de la cultura.2
A pesar de todo, las tradiciones se conservaron y hoy en día forman parte de las fiestas civiles y religiosas de nuestro estado; su valor radica en la tradición histórica que los oaxaqueños hemos sabido preservar y difundir como parte de nuestro patrimonio.
1 Reales Cédulas, 1777, 1778, 1780, 1888, véase Antonio Ferrer del Rio, Historia del reinado de Carlos III en España. España: Matute y Campagni, 1856.
2 Citado por Jesús Lizama Quijano, La Guelaguetza en Oaxaca. Fiesta, identidad y construcción simbólica en una ciudad mexicana. España: Universitat Rovira i Virgili, 2002, 136.