Martín Vidal: seis décadas puliendo diamantes
Tortillas hechas a mano y una vasija de pulque sellaron una amistad que cambió la vida de nuestro personaje de hoy. Fue en Atlacomulco, Estado de México, cuando un buen día, el licenciado Manuel R. Palacios, notable catedrático y asesor de la Presidencia de la República, accedió a buscar un empleo en la capital para el joven Martín, correspondiendo a las atenciones recibidas por parte de sus padres en sus visitas al pequeño pueblo mexiquense, cercano a la Presa de El Salto.
Con sus estudios de primaria concluidos y una notable afición al beisbol, Martín Vidal no dudó en elegir el Parque del Seguro Social como la sede de su trabajo, declinando las ofertas que existían para incorporarse a PEMEX o Teléfonos de México.
Corría el año de 1966 cuando, desempeñando labores de auxilio administrativo y algunas otras que tal vez no correspondían a su edad, se asomaba a observar a los trabajadores que cuidaban el terreno de juego de la catedral del rey de los deportes en nuestro país, seguro de que él podría hacerlo mejor, implementando el uso de la cinta métrica y de herramientas más sofisticadas.
No pasó mucho tiempo para que Martín Vidal hiciera buenos sus pronósticos, estableciéndose como encargado del campo y de todo el mantenimiento del Parque Deportivo del Seguro Social, al que le dio uno de los toques más particulares en toda su vida: pintar de rojo y azul sus siete mil butacas, dividiendo de manera natural a las aficiones de los dos rivales del entonces Distrito Federal en la década de 1970.
Su gusto por el estudio de planos resultó determinante para lo que vendría más adelante: la transición a la superficie artificial del Foro Sol. Con la nueva casa del beisbol en la Ciudad de México en un inmueble de dimensiones gigantescas, Martín Vidal se olvidó de labores de mantenimiento general, dedicándose exclusivamente al cuidado del campo de juego, que ahora requería de una especialización muy detallada, supervisada por personal proveniente de Estados Unidos, labor donde ya estaba acompañado de su hermano Fidencio. Al paso de los años, Martín fue reconocido como el mejor en su trabajo, galardonado en la Liga Mexicana y en concursos internacionales, en donde ha competido sin saberlo.
Desde la cuatrimoto que lo traslada por todos los rincones del Estadio Alfredo Harp Helú, Martín Vidal nos cuenta, con la mirada apuntando a los recuerdos, la felicidad que le causó la responsabilidad de trazar su primer campo, que se encuentra en la Academia de San Bartolo Coyotepec, Oaxaca, y que es una réplica del primero que tuvo a su cargo. Martín considera que, después de supervisar la creación de lo que hoy conocemos como el Diamante de Fuego, ya no hay tarea que le pueda quitar el sueño, confiando en sus conocimientos y en el talento de cada uno de los integrantes de la cuadrilla que dirige como si fuera una orquesta sinfónica.
Minutos antes de que llegue la hora del café y una infaltable pieza de pan, Martín bajó de su vehículo para recordar que todavía queda una asignatura pendiente: asegurarse de que su familia tenga la oportunidad de pisar el campo que le provoca tantas alegrías y satisfacciones.