Tres cuartillos de agua y el ramal hídrico de Oaxaca
“Anda Andrés a sacar agua, ¡Ay, yo no voy!,
ahorita voy para Oaxaca,
ahí en la pilita de Juan Diego, ahí bebo yo”.
Rosalía Ortega Ramírez
“Tres cuartillos de agua al convento”, así afirmaba el mandato otorgado a merced de la ciudad de Oaxaca para que se repartiese el agua en la entidad. El día 12 de septiembre de 1545, el virrey Antonio de Mendoza confirmó dicha solicitud para que se repartiese el agua “que viene a la Ciudad”.
Este mandato marcó el inicio de una magna construcción que demandaría gran perseverancia, misma que fue ilustrada por reseñas de la época, mediante las que se humaniza la ilusionada construcción que condujo al crecimiento de la antigua Antequera. El acueducto, conformado por arcos, canales, presa, puentes y fuentes, habría de construirse con resistentes dimensiones: el uso de la piedra de río, cal y arena sería obligado para que la construcción fuera lo suficientemente fuerte; una obra que pudiera salvar las formaciones naturales propias de un bosque espeso con profundos barrancos y elevaciones notables.
Han de ser obligados y se obliguen de romper la peña donde se ha de arrimar y edificar el arco y presa […] la dicha presa estará firme e permanente, han de hacer un caño de estar labrado de cal e arena con piedra del río del ancho del caño viejo que esta vierto, del mismo alto que por lo menos tenga dos pies, la cual dicha atarjea ha de estar bien hecha en esta manera, que la pared de arriba tenga de grueso una tercia de vara de medir y la pared de abajo hecha hacía el río media vara que es pie e medio.1
El agua, conducida desde el cerro de San Felipe hasta la caja de agua ubicada en el Carmen Alto, donde fue distribuida a través de nueve principales ramales de acequias al corazón de la ciudad, fue impulsada durante varios siglos gracias a financiamientos, donaciones, reparaciones y empleo de manos que construían y volvían a reacomodar las piedras ante las peripecias financieras y de calidad constructiva que requirió dicha obra. Así, el líquido fue impulsado durante varios siglos: desde el mandato aprobado por el virrey Antonio de Mendoza, a mediados del siglo XVI y, tentativamente, “rematada” a mediados del siglo XVIII, según reseñas del padre Antonio Gay, quien apunta: “Aquel trabajo era indispensable, pues por falta de una buena atarjea, los vecinos de Oaxaca bebían agua poco pura, y carecían completamente de ella en los meses de marzo, abril y mayo…”.2
Hacia finales del siglo XIX, de acuerdo con la investigadora María Luisa Acevedo Conde, fue necesario el aumento del caudal para abastecer a la ciudad, lo cual fue posible con los manantiales de San Andrés Huayapan, cuya agua se depositaba en las cajas de el Carmen Alto y de Sangre de Cristo. Para el año de 1909, bajo la supervisión del ingeniero alemán Enrique Schöndube, el agua pasaría a una red entubada como parte de las mejoras y de las medidas sanitarias.
Actualmente, alejados por varios siglos que bien podrían medirse en la enajenación de nuestra identidad, historia, arquitectura y evolución urbana, ocultamos en una trama espesa de concreto, banquetas, asfalto y abandono, aquel proceso inicial, principal impulsor de los templos, casas y calles que pudieron ser edificadas gracias al acceso al agua. Pese a la ubicación asequible de las fuentes, en templos y plazas, la desaparición de las llamadas “pilitas” ha sido un hecho innegable, es desalentador el desuso en el que se han truncado estos testigos de la vida de la antigua sociedad oaxaqueña. En la obra titulada Santo Domingo el Grande, Hechura y reflejo de nuestra sociedad, se relata que a finales del siglo XIX había en la ciudad una red de fuentes, que posiblemente eran las originales, y que para entonces eran abastecidas por dos acueductos: el de San Felipe y el de Huayapan.
Las piletas fueron el escenario del encuentro diario y libre de las amas de casa y puntos de celebración de la fiesta de La Samaritana. Hay quien cuenta que “alguna vez vio una de estas pilas llena con horchata de arroz adornada con pétalos de rosa de Castilla y cualquiera que quisiera, podía tomarla para beberla ahí o para llevarla a su casa”.3
Las piletas también fueron precedentes del oficio de aguador, de a pie y de burrito, que tenía sus cántaros de San Bartolo y su junco especial para meter el recipiente; así andaba ofreciendo el agua necesaria para las actividades domésticas de la casa: los cántaros llenos eran llevados a las grandes ollas de barro vidriado semienterradas en el segundo patio de las casas.
Un mapa que data del año de 1777 nos permite apreciar la ubicación de diferentes piletas distribuidas en las calles de la ciudad, las fuentes públicas de los recintos religiosos así como las privadas, de quienes tenían la posibilidad de abastecerse desde el interior de su casa o finca: “Estos acueductos proveen de agua a 40 fuentes públicas, 27 particulares, 27 estanques y 7 casas de baños”.4
En el año 2007, en un registro de espacios públicos, aparece la distribución de, al menos, 45 fuentes y piletas. Es en estas en las que recae el interés del Taller de Restauración FAHHO, para revalorar su importancia histórica y su estado de conservación, en miras de un proyecto y actividades de redignificación arquitectónica, urbana y tecnológica de los recursos naturales conducidos en otros tiempos.
Oaxaca cuenta con un intrincado ramal hídrico construido sabiamente en una época preocupada por el aprovechamiento respetuoso y equitativo del agua. Esperamos que podamos conducirnos nuevamente como la sociedad de antaño, y que volvamos a honrar el líquido que se precipita desde el torrente de sus cerros, palpitante y regada por medio de acequias hasta las piletas y fuentes de Oaxaca.
1 J. Castro Mantecón. Introducción del agua en la ciudad de Oaxaca, una obra social en el siglo XVI. Oaxaca, s/f.
2 J. Antonio Gay. Historia de Oaxaca. México, Porrúa, 2014.
3 María Luisa Acevedo Conde. “Las pilitas. Una forma para la distribución del agua en Oaxaca” en Acontragolpe letras, no. 79 (septiembre 2013).
4 Manuel Esparza. Santo Domingo el Grande. Hechura y reflejo de nuestra sociedad. 2ª ed., Oaxaca, Carteles Editores, 2008.
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