El misterio de las identidades: Oaxaca como alegoría de unidad religiosa
Una alegoría expone, de manera indirecta, un pensamiento que usa una serie de comparaciones para revelarse. Su significado, “decir las cosas de otro modo”, da cuenta de su sentido metafórico, y tal como Cesare Ripa opinaba: “Debe poseer un carácter enigmático, de modo que, sin una precisa indicación, no pueda ser entendida fácilmente”.
En enero de 1909, el desfile de carros alegóricos con que se celebró la coronación de la Virgen de la Soledad mostró un carro que, alegorizando a Oaxaca, pretendía mostrar la diversidad cultural del estado mediante una variedad de trajes “regionales” que eran portados por niños. La iglesia oaxaqueña insinuaba así la pluralidad étnica del territorio, distinguido por la variedad de idiomas, trajes y costumbres de sus regiones.
Así, esta alegoría se convertía en una suerte “homenaje racial”, anterior al que fuera celebrado en 1932, en el marco de la conmemoración del IV centenario de la fundación de la ciudad en la que las regiones de Oaxaca rindieron pleitesía a esta. Este homenaje fue entendido entonces como una fiesta multirracial que impulsó el Gobierno del estado con base en la construcción de una identidad nacional y que es considerado como el antecedente de la Guelaguetza que se consolidó en los años 50 del siglo XX.
Pero ya antes, en 1909, en la coronación de la Virgen, se exaltaba con un sentido religioso, el triunfo de la Soledad sobre una sociedad oaxaqueña, católica y pluricultural. Se palpaban allí las reminiscencias de festividades católicas virreinales en las que era parte del festejo esta relación de opuestos/complementarios. Tal como ha estudiado Carolyn Dean en el caso peruano de las celebraciones de Corpus Christi, las “referencias a creencias no-católicas, y a menudo también pueblos” eran un elemento esencial para destacar el espíritu triunfalista de la iglesia sobre los herejes y los pueblos paganos en América: “Al escenificar la alteridad, brindaban el oponente festivo necesario cuya presencia afirmaba el triunfo”. Por lo que las representaciones de ropas, cantos y danzas prehispánicos e indígenas eran bien vistas por las autoridades españolas, ya que encontraban en ellas un sometimiento al Dios cristiano en la forma de la Eucaristía y en las festividades de los santos.
No resulta casual que en 1959, durante el jubileo de la coronación, la iglesia oaxaqueña reivindicara la huella de la coronación de la Virgen de la Soledad para dar un sentido de unidad a los pueblos de Oaxaca por medio de una “guelaguetza”. Aunque ya para entonces esta fiesta estaba configurada como una celebración del estado, el jubileo rescataba la impronta de la Virgen en la construcción de una identidad pluriétnica, desde luego con un sentido religioso:
El aspecto cultural no tiene un denominador común en nuestro pueblo que pueda servir de base para sentar una comunidad de razas con diversas culturas y hasta contrapuestos ideales; sin embargo, Oaxaca es uno de los estados de la república, con una personalidad bien definida, con una rica tradición y una fina sensibilidad. Fenómeno que no podemos explicar sociológicamente, si no, poniendo como centro moral y lazo de unión a la religión católica y, específicamente como una fuerza de cohesión y dinamismo, el culto y la devoción a la Virgen de la Soledad.
Así, durante varios días, hubo una serie festejos religiosos y profanos para la Virgen a los que asistieron delegaciones de las regiones que mostraron sus vestidos, bailes y tradiciones en típicas calendas, acompañadas de canastas enfloradas, bandas de música de viento de diferentes partes del estado y miríadas de farolillos. En esta ocasión, los carros alegóricos que salieron a las calles replicaron y ampliaron el discurso de aquel desfile de 1909; además, se programó una gran “guelaguetza”, cuya definición y manifestaciones aún eran todavía novedosas para muchos de los habitantes de Oaxaca. Un desfile folclórico formado por “todos los trajes regionales del Estado de Oaxaca desfilaron portados por agraciadas doncellas o respetables señoras” salió del llano de Guadalupe rumbo a la Soledad, se podían apreciar “nuestras famosas carretas enfloradas y adornadas a la antigua usanza”, los gigantes que representaban a las razas humanas, el baile de las marmotas de Tlacolula, “pocas veces visto”. Al final, “todos coincidieron en que el desfile era algo que nunca habían visto y seguramente jamás volverían a ver”.
Lo cierto es que, hoy en día, estas festividades pertenecen a la vida cotidiana de los oaxaqueños, como parte de ceremonias religiosas y civiles, y tienen su máxima expresión en la fiesta de la Guelaguetza, que surgió como una metáfora, como una interpretación de un pensamiento sobre las identidades, cuya discusión no es el tema de este texto.