Boletín FAHHO No. 1 (Jul-Ago 2014)

LOS SIETE PRÍNCIPES

Sebastián van Doesburg

Durante una visita a la Biblioteca Newberry de Chicago, me llamó la atención un grueso volumen de documentos (319 folios) que al parecer tienen que ver con la fundación del Convento de los Siete Príncipes de Oaxaca. Este convento se destaca en el paisaje conventual oaxaqueño por ser el único fundado exclusivamente para recibir mujeres de origen indígena en Oaxaca y el tercero de esta vocación en la Nueva España. Por supuesto, estos documentos, considerados perdidos, podrían enseñarnos mucho sobre este particular aspecto de la vida colonial en Oaxaca.

La curiosa advocación refiere a los Siete Príncipes de los Ángeles: Miguel, Gabriel, Rafael, Jehudiel, Uriel, Barachiel y Sealtiel, los cuales, en el imaginario católico, rodearon el trono de Dios e intercedieron entre tierra y cielo. Su iconografía se originó en la primera mitad del siglo XVI en el sur de Italia y pasó a la Nueva España en la segunda mitad del siglo XVII. El Convento de los Siete Príncipes pertenecía a la orden franciscana. La orden tenía tres conventos en Oaxaca, aparte del convento de San Francisco de la Primera Orden –o sea para hombres–, tenía dos conventos de la Segunda Orden –para las mujeres–: el convento de San José para capuchinas españolas y el convento de los Siete Príncipes para señoritas indígenas. Hoy, los tres edificios tienen vocación artística-cultural; mientras que el primero es un Centro de Educación Artística, el segundo alberga la Escuela de Bellas Artes de la UABJO y el tercero a la Casa de la Cultura.

La idea de conventos para hijas de los caciques surgió después de que en 1697 el rey de España decidiera abrir la puerta a la población indígena para puestos y oficios reservados. Estipuló que los indios caciques no solamente pudieran ascender a puestos políticos y de guerra, sino también que los mismos pudieran acceder al orden sacerdotal y las indias a los velos. Así, en 1742, los caciques y nobles de los Valles Centrales y las montañas del alrededor se organizaron para fundar su propio convento. En dicho año se presentó un centenar de caciques y principales indígenas ante el cabildo catedralicio. Entre ellos se mencionan el clérigo presbítero don Juan Martínez de Fuente, natural de Santa Catarina Quiane; don Juan de Velasco, cacique de Jalatlaco y músico de la catedral de Antequera y después organista de la catedral de México; el bachiller don Juan Manuel de Luna, clérigo presbítero y además cacique de Ixtlán; don Isidro Jiménez, músico de la catedral, más muchos principales y miembros de los cabildos indígenas para proponer fundar y construir un monasterio para las “hijas de los indios caciques principales y menos principales, o descendientes de la gentilidad sin mezcla de infección u otra secta reprobada”. Su objetivo era “criarlas, educarlas y doctrinarlas, enseñándoles el idioma castellano”.

Obtuvieron además la aprobación de las órdenes religiosas en la ciudad. El lírico dictaminador dominico exclama: “Levántate amiga mía, paloma mía, hermosa mía, y ven, que ya pasó el invierno de la gentilidad y entramos en el verano del evangelio”. Según el agustino, “que no teniendo un convento en Antequera, se quedan [las señoritas] suspirando en este Valle” sin poder convertirse en verdaderas “esposas del Cordero”. Por supuesto, varios dictaminadores hacen referencia a “lo fusco de su color para su ingreso al claustro”, pero todos coincidieron que esto no debió ser obstáculo. Al contrario: “necesariamente han de ser estas esposas fuscas en el color, como varillas de humo formados de la mirra más electa, del incienso más noble, y de los diversos aromas, suavísimos olores de los desiertos campos de este obispado, para ascender derechas a la mejor Jerusalén”.

Para la autorización de la construcción se suman más caciques y bachilleres clérigos presbíteros indígenas, diecinueve páginas de nombres en total. Esto, por supuesto, refleja la impresionante organización y logística de los pueblos indígenas de Oaxaca. Todos los pueblos participan. En la catedral hubo dudas sobre el sitio escogido, en las orillas bajas de la ciudad, susceptible a inundaciones, y en la segunda mitad de la década de 1760 se armó un intento de reciclar la iglesia de la Presiosa Sangre de Cristo para el proyecto, con la idea de construir el convento en el lugar de la casa inmediatamente al norte. Pero en la siguiente década se termina el convento en el sitio donde hoy está.

Gracias a documentos como éstos, podemos vislumbrar algo de la política activa de los pueblos indígenas al final de la época colonial, el grado de organización entre ellos y la notable presencia de varios caciques y principales que son bachilleres presbíteros y músicos indígenas de puesto altos en la iglesia. Más que nada, nos permite romper los estereotipos sobre la vida indígena en la Colonia.

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