JÍCARAS Y BEBIDAS DE CACAO: UNA RELACIÓN A TRAVÉS DE LOS SIGLOS
“Jícara” es el más frecuente de los nombres que usamos en nuestro país para referirnos tanto a un tipo de vasijas, como a los frutos con los que se elaboran, y al árbol del cual provienen. En realidad son dos especies (Crescentia alata y Crescentia cujete) —ambas originarias de las regiones tropicales y semitropicales de México— las que producen los frutos globulares que una vez secos, cortados en dos mitades y vaciados de semillas, son usados como cuencos. También se llega a dar el mismo nombre a cuencos con forma similar a la de media jícara que son elaborados con frutos de otras plantas como el guaje o bule (Lagenaria sp.).
En muchas de las comunidades oaxaqueñas donde se elaboran bebidas de cacao, las jícaras son utensilios infaltables para preparar, servir y compartir. Sus formas y tamaños pueden ir de las pequeñas y redondas para una porción individual que se amolda a la mano, a las largas y delgadas que se utilizan para remover y servir la espuma, y a las enormes en cuyo interior se mezclan directamente los ingredientes. Lo mismo pueden ser jícaras sencillas de un solo uso que otras primorosamente decoradas que se heredan entre generaciones. Aunque aún hay muchos aspectos por indagar sobre la relación a través del tiempo entre jícaras y bebidas de cacao, es posible adelantar algunos aspectos interesantes.
Por ser objetos orgánicos que fácilmente se desintegran con el paso del tiempo, es difícil determinar los orígenes temporales del uso de jícaras como recipientes y su posible uso para bebidas de cacao. Una pista interesante proviene de una de las primeras tradiciones alfareras de Mesoamérica, desarrollada hace casi cuatro mil años, cuyas formas imitaban a las jícaras y calabazos. Justamente en fragmentos de este tipo de vasijas que han sido localizados en el Soconusco chiapaneco es donde se han detectado las más antiguas pruebas del consumo de bebidas de cacao. Cabe especular que antes del desarrollo de la alfarería se usaban jícaras verdaderas para el mismo fin.
Dos milenios y medio después, las élites mayas consumían bebidas de cacao en vasijas de barro y piedra de diversas formas y tamaños, todas ellas finamente elaboradas y decoradas. Había entre ellas algunas que imitaban la forma de jícaras, otras tenían inscripciones que alababan su calidad indicando que eran “delgadas como jícaras”.
Aunque el carácter ritual y elitista que las sociedades prehispánicas dieron a las bebidas de cacao obligaba a usar finos recipientes, las jícaras vegetales no necesariamente dejaron de usarse para este fin, pues sabemos que éstas se decoraban para lograr objetos de gran belleza.
Conocemos jícaras laquedas del periodo prehispánico fueron localizadas como parte de ofrendas en cuevas y túmulos funerarios en Sinaloa, Morelos, Puebla y Chiapas. Aunque no se han hecho pruebas para determinar si dichos ejemplares contuvieron alguna sustancia, sabemos por descripciones de cronistas de la Colonia Temprana que recipientes similares eran empleados para degustar bebidas de cacao en los banquetes de los nobles y gobernantes mexicas, causando asombro entre los europeos por su colorido y resistencia. Otros documentos refieren detalles acerca del comercio, las técnicas, los oficios y los materiales con los que se laqueaban las jícaras al momento de la Conquista europea.
El vocabulario de la lengua zapoteca publicado por fray Juan de Córdova en 1578 registra que en Tlacochahuaya se usaba el término xijca éta nazàa misma que traduce como “xícara llana pintada como de mechuacan” ya que seguramente le parecieron similares a las de esa afamada región productora de laca. Tres siglos más tarde, el oaxaqueño Manuel Martínez Gracida registró el uso del mismo término en los Valles Centrales bajo la forma xigaguetanazaa para designar a las jícaras pintadas. Ambos registros nos permiten suponer que las jícaras laqueadas también eran empleadas en la región desde tiempos remotos, aunque no hay certeza de que hayan sido producidas localmente.
A lo largo del siglo XVII, el gusto por las bebidas de cacao se extendió al viejo continente, adaptándose las recetas y algunos utensilios. Hubo un breve periodo en que estuvo de moda servir a los invitados el chocolate en jícaras laqueadas, pero paulatinamente éstas se sustituyeron por cuencos similares elaborados en porcelana, mayólica o plata, a los que se siguió llamando jícaras.
Entre las acuarelas comisionadas a finales del siglo XIX por Martínez Gracida para su obra “Los indios oaxaqueños y sus monumentos arqueológicos” se encuentran las ilustraciones de tres jícaras. Las descripciones que las acompañan señalan que dos de ellas son laqueadas (una de Zaachila y la otra de Mazaltepec) y la otra está pintada al óleo y es de Tlacolula. Esta última está decorada en su interior con imágenes que representan la Danza de la pluma, típica de algunas localidades del Valle de Tlacolula, que incluye la personificación de Cortés y la Malinche, lo que nos lleva a pensar que eran producidas localmente o que al menos se tenía en mente su comercialización en esta región.
En la actualidad seguimos viendo coloridas jícaras usadas para beber tejate que en su mayor parte son elaboradas por personas del estado de Guerrero. La pintura de aceite ha sustituido a otras técnicas y los motivos decorativos se han simplificado, sin embargo el gusto por dar un toque especial a estos recipientes permanece. Y aún las jícaras simples con sus formas orgánicas, su constitución biodegradable y su elegante sencillez nos recuerdan, rebosantes de sabor y de espuma, una relación que hunde sus raíces en el tiempo.